Sana al mundo
En las últimas décadas, el crecimiento de la población canina ha sido tan acelerado como el descenso de la natalidad humana. Basta mirar alrededor: cada vez hay más perros en las calles, más fundaciones que promueven su adopción y más campañas que los presentan como hijos de cuatro patas. Paralelamente, las estadísticas muestran que las parejas tienen menos hijos o deciden no tenerlos.
En países de América Latina y Europa, la tasa de natalidad ha caído a niveles históricos. La gente se casa menos, retrasa la maternidad y elige estilos de vida donde un perro ocupa el espacio emocional que antes tenía un niño. Es un cambio silencioso, pero profundo: los hogares se llenan de ladridos mientras las cunas permanecen vacías.
No es casualidad que el auge de la adopción canina coincida con una época marcada por la sobrepoblación global, la crisis climática y la precariedad económica. Tener hijos se ha vuelto un lujo y una preocupación; tener un perro, en cambio, se percibe como una forma de amor más manejable. En muchos países, la industria de mascotas mueve miles de millones de dólares anuales, una economía creciente que va de la mano con un cambio cultural sin precedentes.
Algunos expertos sostienen que esta tendencia responde a una necesidad emocional: las personas buscan compañía, afecto y propósito en un mundo cada vez más individualista. Otros, en cambio, sospechan que hay un impulso social más profundo, casi programado, que empuja a la humanidad a reproducir menos, canalizando su instinto de crianza hacia los animales.
Sea cual sea la causa, la consecuencia es visible. Los perros son hoy símbolo de empatía, pero también del nuevo modelo de convivencia: uno que prioriza el cariño inmediato y evita las responsabilidades a largo plazo. El amor sigue ahí, solo que ha cambiado de destinatario.
Quizás la pregunta más importante no es si hay más perros que antes, sino por qué los humanos estamos eligiendo criar menos humanos. Tal vez el planeta lo agradece, o tal vez estamos cediendo, poco a poco, la misión de perpetuar la vida a cambio de un afecto más fácil de sostener.
Pero si los humanos desaparecemos, ¿Quiénes cuidaran a los canes?
Por Amerfi Cáceres
