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28 de diciembre 2025
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3 min de lectura Una mirada al pasado

El gran Caamaño, transformado, vino como «Román» y cayó en las montañas

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Al gran Coronel de Abril lo capturaron, lo humillaron y lo ejecutaron en las montañas. La sangre de Francis Caamaño aún late como un grito heroico en los anales del pasado nacional. Fue derramada hace 49 años, el 16 de febrero de 1973. Al frente de un pequeño comando de ocho hombres había desembarcado por las playas de Ocoa dos semanas antes. Llegó transformado: aunque era todavía el valiente coronel de 1965, regresó como el revolucionario «Román», su sobrenombre guerrillero.

En Cuba sufrió esas transformaciones. Claro, ocho años mediaron entre el fogonazo liberador de 1965 y la aventura guerrillera de 1973; muchas cosas habían cambiado. En 1966, Caamaño fue fríamente desterrado en Inglaterra, donde ocupó el honroso cargo de agregado militar en la Embajada dominicana. En ese exilio, agentes ingleses y de Estados Unidos se acercaron a él para tratar de domar a la bestia antiimperialista que llevaba dentro. Era un celoso nacionalista y rebelde fiero, cuya palabra empeñada debía cumplir.

En efecto, su renuncia como presidente en Armas, el 3 de septiembre de 1965, no había apagado sus ansias de liberación nacional. En el discurso prometió que la lucha continuaría, y no por medios pacíficos. Su ídolo no era Gandhi (aunque a su manera era un ‘Alma grande’), sino Julio César o Napoleón. El guerrero Caamaño desafiaba al imperio y desde su pedestal rebelde sentía asco de esos depredadores de la patria. Debía cumplir hasta el sacrifico sus promesas: habían sido hechas frente a su ultrajado pueblo. Estas palabras eran un juramento a muerte, para redimir a la desdichada República.

«Porque me dio el pueblo el poder, al pueblo vengo a devolver lo que le pertenece». Era apenas una pausa: sus llamas seguían vivas, animando con furor ese volcán de heroísmo.

Resumen diario de noticias

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Desde Holanda llegó a Cuba en 1967, ‘raptado’ por agentes revolucionarios de la isla. El Gran Padre de la Revolución Cubana, Fidel Alejandro Castro, despachó a sus hombres para que le llevaran a ese hombre corajudo. Así, el héroe dominicano instaló en la isla un campamento de guerra, entrenó a su pequeño ejército y se volvió un redentor exiliado. El escuadrón tenía disciplina férrea, practicó una pequeña revolución y dibujó un sueño de redención colectiva.

Tocaron tierra dominicana a bordo del yate Black Jack. El terruño patrio se abría ante los ojos de Caamaño como un gran campo de batalla. Inflado en su orgullo patrio, acaudilló su aventura última, armada. Superaron los percances que se presentaron, abandonaron la embarcación y entraron al territorio. ¡Patria o muerte! El pequeño ejército de guerrilleros avanzó, se adentró por las costas, escaló montañas. Uno de ellos, Toribio Peña Jáquez, se extravió. En el yate quedaron evidencias de la incursión: mapas, pertrechos, ropa militar. Estas huellas atrajeron a los sabuesos del Gobierno. Rápidamente arrancó la cacería de los rebeldes.

Al líder lo capturaron vivo y lo pasaron por las armas; no importó la maldición final del héroe. «No había cárcel para tamaño hombre». De los nueve, solo dos sobrevivieron: Hamlet Hermann (Freddy) y Claudio Caamaño Grullón (Sergio). La historia seguiría pero sin el gran Coronel de Abril.-