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27 de diciembre 2025
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OpiniónVictor Manuel Grimaldi CéspedesVictor Manuel Grimaldi Céspedes

El germen autodestructivo de la sociedad occidental

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Desde hace varias décadas, la sociedad occidental atraviesa una crisis que no puede explicarse únicamente por factores económicos, tecnológicos o geopolíticos. Se trata de una crisis más profunda, de naturaleza cultural y moral, que actúa como un germen autodestructivo incubado en el propio interior de Occidente. No es una agresión externa ni una derrota militar: es una lenta y persistente negación de los fundamentos que hicieron posible su civilización.

Uno de los vectores principales de este proceso ha sido la transformación de ciertas corrientes ideológicas en políticas de Estado, especialmente en los Estados Unidos, con capacidad de irradiación global. Bajo el ropaje de la cooperación internacional, los derechos humanos y la ayuda al desarrollo, se exportaron modelos culturales ajenos a la historia, a la tradición y al tejido social de numerosos países, entre ellos la República Dominicana. Agencias oficiales, en particular la United States Agency for International Development (USAID), se convirtieron en instrumentos de un poder blando que dejó de ser neutral para asumir una función claramente normativa.

Este fenómeno se consolidó durante sucesivas administraciones estadounidenses. Bajo los gobiernos de Bill Clinton y Hillary Clinton se produjo el giro decisivo que introdujo los llamados “derechos sexuales y reproductivos” como núcleo de una nueva moral internacional. La Conferencia de Beijing de 1995 marcó un punto de inflexión: el discurso dejó de centrarse en la protección real de la mujer para transformarse en una plataforma ideológica que reinterpretó la libertad como ruptura de vínculos, la maternidad como obstáculo y el matrimonio como estructura sospechosa.

Las administraciones de Barack Obama y Joe Biden no solo profundizaron esta línea, sino que la normalizaron como política transversal del Estado. La ayuda internacional pasó a estar condicionada al alineamiento cultural, y la disidencia dejó de ser un desacuerdo legítimo para convertirse en señal de atraso moral. A ello se sumó la complicidad silenciosa del Partido Republicano durante el gobierno de George W. Bush, que, pese a su retórica conservadora, no desmontó la arquitectura institucional ni financiera que sostenía este modelo. La alternancia política no supuso un cambio estructural: el aparato ideológico permaneció intacto.

La República Dominicana, como otros países del Caribe y América Latina, sufrió directamente el impacto de estas políticas. A través de programas financiados por organismos internacionales y ONGs asociadas, se introdujeron agendas culturales sin debate democrático, debilitando consensos históricos fundamentales, especialmente en torno a la familia y al matrimonio cristiano. No se trató de ayuda humanitaria en sentido estricto, sino de una forma sofisticada de ingeniería cultural que erosionó la soberanía moral y simbólica de sociedades que no habían generado internamente esos conflictos.

En este contexto adquiere especial relevancia el análisis de la autora estadounidense Carrie Gress, quien en su libro Something Wicked: Why Feminism Can’t Be Fused with Christianity examina con rigor las raíces ideológicas del feminismo moderno y su incompatibilidad con la antropología cristiana. Gress demuestra que el feminismo dominante no es simplemente un movimiento en favor de la dignidad femenina, sino una ideología nacida de la Ilustración radical y de la Revolución Francesa, profundamente crítica del cristianismo y de la visión relacional de la persona humana.

Según la autora, el feminismo ideológico redefine la libertad en términos antagónicos: la mujer solo puede ser libre en oposición al hombre, y el poder se concibe como un juego de suma cero donde el avance de uno exige el retroceso del otro. Esta lógica, más cercana al marxismo cultural que al humanismo clásico, ha producido mayor conflicto entre los sexos, debilitamiento de la familia, pérdida de sentido en los hombres y un aumento notable del malestar psicológico en las mujeres, especialmente en sociedades donde estas ideas se convirtieron en norma cultural.

Conviene subrayar que el problema no reside en personas concretas ni en identidades, sino en ideologías que presentan al matrimonio cristiano como una estructura a desmontar. A lo largo de las últimas décadas, diversas corrientes feministas radicales y activismos identitarios han promovido una cultura de ruptura sistemática de vínculos, reinterpretando cualquier tensión conyugal como opresión estructural y elevando la disolución del matrimonio a signo de emancipación. Esta narrativa, impulsada desde centros de poder global, ha tenido consecuencias jurídicas, educativas y sociales de gran alcance.

El cristianismo, por el contrario, había afirmado desde sus orígenes la igual dignidad espiritual del hombre y la mujer, la protección del vínculo conyugal y la centralidad de la familia como núcleo de la vida social. La tradición cristiana no concibe la libertad como ruptura, sino como capacidad de amar y de asumir responsabilidades. El feminismo ideológico, al romper esta antropología, no solo choca con la fe cristiana, sino también con culturas mediterráneas, latinoamericanas y asiáticas, donde la identidad personal es esencialmente relacional.

El resultado de esta autonegación cultural ha sido la creación de un vacío moral. Al deslegitimar la tradición, ridiculizar la religión y sospechar de toda autoridad, Occidente ha dejado de ofrecer una narrativa coherente de sentido. Este vacío no permanece desocupado. En distintas regiones del mundo, y también en sociedades occidentales, ha sido aprovechado por radicalismos externos, entre ellos el islamismo político, que no avanza por superioridad moral, sino porque ofrece identidad, disciplina y pertenencia allí donde Occidente solo propone relativismo y fragmentación.

No se trata de justificar ni de idealizar estos radicalismos, que son incompatibles con la democracia y la libertad religiosa, sino de comprender que su expansión es síntoma de una civilización que ha perdido confianza en sí misma. Cuando una sociedad deja de creer que su herencia merece ser transmitida, cuando enseña a sus hijos que su pasado es una culpa y no un legado, se vuelve vulnerable a cualquier proyecto que prometa orden y sentido.

El germen autodestructivo de la sociedad occidental no es, por tanto, la crítica ni la autoconciencia, sino el paso de la crítica al autodesprecio, y del pluralismo al relativismo absoluto. Al convertir ideologías parciales en dogmas de Estado y exportarlas como progreso universal, Occidente ha debilitado los fundamentos que garantizaban su estabilidad: la familia, la fe, la responsabilidad moral y el límite ético del poder.

La crisis actual no es inevitable. Es el resultado de decisiones culturales concretas, tomadas por élites políticas e intelectuales que confundieron emancipación con disolución y derechos con negación de la naturaleza humana. Lo que ha sido decidido puede ser corregido. Pero ello exige recuperar una antropología sólida, reconciliar libertad con responsabilidad y abandonar la ilusión de que una civilización puede sobrevivir negándose a sí misma.

How Feminism Has Escaped Public Scrutiny

How Feminism Has Escaped Public Scrutiny Menacing dogs, unrelenting in their barking, threaten anyone shining a light on feminism.

Carrie Gress


Por Víctor Manuel Grimaldi Céspedes

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