La parte “técnica” del caso Senasa uno la entiende… hasta que uno lee los detalles y se da cuenta de que esto no fue un simple robo: fue una caricatura cruel de la salud pública.
Empecemos por el chiste macabro de la empresa familiar de Hazim.
Reportaban servicios de ginecología para hombres.
Sí, ginecología para hombres. Uno se pregunta qué diablos revisaban los genios que aprobaban esos pagos: ¿los mismos que quizá mañana nos registren “veterinaria para mujeres” o “pediatría para adultos”?
Hay que tener la cara de cemento y el alma empeñada en el diablo para firmar algo así sin que se te resbale la vergüenza, pero eso no fue lo peor. Una persona fue sometida a cinco cateterismos sin necesitarlos. Cinco… Porque en este país parece que siempre hay alguien dispuesto a meter mano donde no debe, aunque sea dentro del corazón ajeno.
Facturaban hemodiálisis a muertos (sí, muertos), estudios de alto riesgo a gente sana, procedimientos peligrosos a quienes jamás debieron ser tocados.
El dinero no era lo único que estaban exprimiendo.
Era la salud, era la vida, era el tiempo que no vuelve.
Y mientras tanto, Yamile Hazim volvió a ser noticia porque el internet no olvida, patriótica mientras gritaba desde la oposición “¡ladrones!”, señalando gobiernos y haciendo su show moralista.
Ironías de la vida: ¿qué dirá ahora que su padre fue desenmascarado como uno de los corruptos más viles que ha parido este país en los últimos años?, ¿Cómo se hace ese performance? ¿Con qué cara se grita ahora?
Lo más doloroso es entrar a cada post, leer los comentarios, encontrar gente que vivió en carne viva los estragos del desfalco. Gente que vio morir familiares esperando un procedimiento, gente que hizo colectas, rezó novenas, encendió velas, llamó mil veces… y la autorización nunca llegó, porque alguien estaba muy ocupado girando facturas falsas.
La pregunta que cae por su propio peso es esta:
¿Cuándo veremos en el grupo de acusados a todos los que son?
Porque estamos claros en algo: no son todos los que están, ni están todos los que son. ¿Dónde están los médicos que indicaban procedimientos innecesarios? Los que traicionaron su ética profesional, su ética humana, su juramento. Los que usaron la bata como disfraz y la medicina como arma.
Esos sí que son hijos del diablo.
Hay algo más peligroso que el robo mismo:
la normalización del robo.
Ese “bueno… ya uno está acostumbrado”, ese suspiro cansado del dominicano que mira el desastre y, aun así, se va a trabajar, paga impuestos, compra medicamentos más caros cada mes, se resigna porque “aquí to’ e’ así”.
Y eso, más que todo el dinero que se llevaron, es lo que más debería preocuparnos.
Porque cuando un país se acostumbra al abuso, el abusador triunfa.
Me gusta ver que con este caso al menos parece que no será así, la gente está indignada de verdad, espero que tomen este caso para crear un precedente y dar ejemplos. Ahora abro las ideas.
Lo táctico aquí no es quién cayó preso ayer, quién salió esposado o quién está llorando en un pasillo de la Procuraduría.
Lo táctico es cómo operó un sistema tan podrido que permitió que Senasa, un pilar del derecho a la salud, se convirtiera en una maquinita discreta de beneficios privados. Y lo más feo: que todos lo presenten como si fuera casi lógico, casi esperable.
¿Y el pueblo?
Bien, gracias. Haciendo filas, rogando, rezando, negociando con la muerte.
El Ministerio Público puede seguir enumerando los hallazgos técnicos: las triangulaciones, los contratos inflados, los precios “ajustados”, los prestadores amigos, las autorizaciones mágicas.
Todo eso suena espantoso en audiencia, lo admito. Pero hay una capa más sucia que casi nadie menciona:
Aquí no falló una persona. Falló la estructura.
Y cuando falla la estructura, es porque a alguien le convenía que fallara.
Lo táctico hubiera sido blindar Senasa.
Lo estratégico, evitar que se convirtiera en un colador.
Pero lo real, lo que pasó, fue lo contrario: la dejaron abierta, manejable, útil, moldeable.
Un botín.
Y ojo: que nadie venga con el cuento de que esto “es un caso aislado”.
El que tenga dos dedos de frente sabe que para mover millones dentro de una institución pública se necesitan cómplices, silencios, omisiones y gente bien ubicada mirando para otro lado a propósito.
Por eso este caso da más miedo que rabia.
Porque si esto se hizo con el seguro de salud del Estado —con lo que la gente necesita para NO MORIR—, ¿qué queda?
¿Qué esperanza le vendes a un país cuando la salud misma fue convertida en mercancía?
Aquí es cuando uno entiende que el problema real no es que se hayan robado dinero.
El problema real es que se robó el tiempo de quienes no pudieron esperar una aprobación. Se robaron la respiración de alguien, se robaron el latido de otro, se robaron la posibilidad de muchos.
Pero claro, eso no sale en la auditoría.
Y por eso este artículo, esta continuación, no es para repetir lo mismo del día anterior.
Es para que te des cuenta de la dimensión del engaño.
Porque si hoy estamos hablando de arrestos, mañana vamos a estar hablando de pactos.
Por Ann Santiago
