Noviembre 29 de 1916: El soberbio acorazado «Olympia» está clavado en el puerto de Santo Domingo, gobernado por el férreo capitán H. S. Knapp, de la marina de Estados Unidos; aguarda paciente, como fiera mecida por las olas, al acecho de darle un zarpazo mortal a la soberanía nacional, usando como pretexto el abismo financiero y político de la desdichada República.
Desde su creación en 1844, la nación lleva décadas enredada en la malla de sus desgracias, dibujando una historia de tragedias, asonadas militares, disputas intestinas. Como hoja disparada al viento: así se mueve la República, herida por sus hijos más díscolos, abatida por sus caciques.
Un soberbio caos devora a la nación, cuya estabilidad y gobernanza han costado más sangre que sacrificio. La catástrofe nació con la misma Separación, y aún antes, pero ganó fuerza y poder con un contrato leonino: el siniestro préstamo Hartmont, firmado con el ambicioso inglés Edward Hartmont. En 1869, Buenaventura Báez, el incorregible vendepatrias, negocia y vende la República, contratando el empréstito de 420 mil libras esterlinas, de los que solo el país recibirá, después de muchas volteretas, unas 38,095. Los contratistas se tragarían la jugosa cantidad restante. El pastel engorda a unos pocos y empobreció aún más al país. El cuadro nacional es catastrófico: asolados los campos por levantamientos y sediciones, agotadas las fuentes de riqueza, con la educación pública como un privilegio, el gobierno apenas sobrevive.
Las secuelas negativas se expanden en el tiempo, arrastradas como una maldición nacional, hasta producir el eclipse de 1916. Pero, antes de llegar a esa aberración extranjera, sigue el caso, se suceden otros episodios sangrientos. Dolor y disputa aprietan y desangran al país. Ignacio María González, el presidente híbrido de color verde, cancela la herencia financiera de Báez y recupera la dignidad nacional. La deuda, sin embargo, continúa como una fría espada sobre el cuello de la República. Se acrecienta a ritmo de insurrecciones y dádivas. Lilís, el pupilo guapo del gran Gregorio Luperón, toma el poder en 1882. El Partido Azul, nacionalista y decoroso, está en el poder, tras despojar de allí a dirigentes canallas de otros sectores. Detrás del telón está Luperón, jefe y señor del nacionalismo intransigente. Lilís echa las cartas, juega su juego político, desplaza a su líder, empuña el gobierno. Libre de ataduras, amo ya de la situación nacional, negocia, toma prestado, compromete a la frágil República.
En 1888 toma prestado un chorro de 770 mil libras esterlinas de la compañía holandesa Westendorp, para saldar los compromisos financieros de administraciones anteriores, y para afianzar su poderío con una vasta red clientelar y de espionaje. El empréstito, a su vez, compromete las finanzas públicas: se le entrega a la Régie el control de las aduanas, que cobra y se cobra la enorme deuda contraída. El resto se lo pasa al gobierno, como oxígeno para pagar sueldos y engrasar el aparato de la dictadura lilisista. En 1890, el sátrapa capta otro préstamo, de 900 mil libras esterlinas, para echar las bases materiales del Cibao con la edificación del urgente ferrocarril Santiago-Puerto Plata. El contrabando y otras actividades ilícitas mellan las recaudaciones aduaneras y la Westendorp se rinde, cediendo a la San Domingo Improvement Company, de origen estadounidense, la administración de las aduanas. En 1893, se fija en 17 millones de pesos la deuda total de la consumida República. Unos años después, se emiten bonos superiores a 5 millones de libras esterlinas. Esto lesiona el aparato financiero y da el control total a la Improvement.
A principio del XX se firma el laudo arbitral, reconociendo una deuda 4.5 millones de dólares a favor de la Improvement. A cambio, esta compañía entregaba el control del Ferrocarril Central y demás fuentes de recaudación. En 1907, Mon Cáceres firma la convención dominico-estadounidense, y vuelve a ceder la administración aduanera. La soberanía se apaga otra vez. Los yanquis tienen ya el control. Los ingenios alimentan con azúcar ese poder semicolonial. En medio de la primera guerra mundial, Estados Unidos maneja estos países como fichas en sus manos, configurando así un tablero de dominación latinoamericana. República Dominicana es un territorio estratégico, encallado en el corazón del Caribe. Hay que atraparlo y dominarlo. Es un tablero geopolítico. Le agarraron el cuello y se lo retorcieron.
El severo capitán H. S. Knapp saltó del «Olympia» y destripó la República. Se volvió un carnicero imperial. Eso sucedió en noviembre 29 de 1916, hace exactamente 106 años. Ese día ocurrió una aberración: se proclamó la ocupación armada de Estados Unidos, eclipsaron y apagaron la república. Ocho años de dictadura militar extranjera apabullaron y destrozaron a la nación dominicana.




