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20 de diciembre 2025
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OpiniónPelegrín E. Castillo ArbajePelegrín E. Castillo Arbaje

El discurso de la embajadora Campos

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“Y Jesús añadió: Ningún profeta es bien recibido en su patria”.
Evangelio según San Lucas, capítulo 4, versículo 24.

Fue desde la caída de la dictadura de Jean Claude Duvalier a principios del año 1986 cuando un pequeño grupo de dominicanos en distintos ámbitos de la vida pública, profesional y académica del país, empezarán a manifestar sus preocupaciones en cuanto al destino de las relaciones entre los pueblos que ocupamos La Hispaniola. Como idea fundamental este grupo argumentaba que el colapso total de la precaria institucionalidad en Haití fomentaría un éxodo masivo de personas hacia la República Dominicana, que con el tiempo terminarían mermando la estabilidad de nuestro país en todos los órdenes. Sin embargo, estos planteamientos fueron ignorados o relegados al ostracismo en el debate nacional, solo volviendo a cobrar una efímera importancia ante el desarrollo de acontecimientos puntuales.

Eran los tiempos del fin de la Guerra Fría y el comienzo de la globalización, del mundo sin fronteras, de un libre mercado sin mayores restricciones y de la integración a foros internacionales. Una época en donde ya no se era ciudadano de un determinado país y se pasaba a ser un “ciudadano del mundo”. Era demasiado bueno como para ser verdad, y el potencial de ganancia para las élites de los países en vía de desarrollo como el nuestro, era demasiado bueno como para no aprovecharlo y fue así como el pequeño grupo de los nacionalistas comenzaron a clamar en el desierto de cara a buena parte de la sociedad.

Fue así como también el enfoque de la política exterior estadounidense en América Latina (y en nuestro país) fue cambiando paulatinamente con más desaciertos que aciertos. De cara a las relaciones dominico-haitianas, se llegó al convencimiento de hecho, tanto en Santo Domingo, Petion Ville y Washington DC, de que todo se podía manejar mediante la lógica de fórmulas comerciales y empresariales, relegando a un papel secundario aspectos de seguridad, política exterior e incluso de preservación de la identidad nacional.

Aunque este país tiene un sentimiento patriótico bien arraigado y una identidad bien cohesionada en las bases llanas del pueblo, sectores más acaudalados e influyentes abrazaban aún más su ciudadanía global y consecuentemente defendían el nuevo estilo de vida, apoyados por la visión imperante de la primera potencia mundial en su legación diplomática. Los nacionalistas fueron tildados como racistas, fabuladores, xenófobos, arcaicos, conspiranoicos, nazis, extremistas y un largo etcétera de epítetos que buscaban silenciarlos y avergonzarlos, de la misma forma en hacer que personas o sectores con cierto grado de inquietud sobre el tema marcaran distancias de estos, porque siendo honestos: ¿quién quiere estar afiliado con personas que son tildadas de esa forma?

Por varias décadas funcionó, las relaciones insulares se manejaban con lógicas mercantilistas y los grupos denominados radicales se mantenían a raya dentro de la política y en la opinión pública mientras los globalistas eran apadrinados por la embajada estadounidense. Pero el cálculo comenzó a salir mal cuando en 2016 para sorpresa de muchos, Donald Trump ganó la presidencia en una de las campañas electorales más duras de la historia reciente y con un discurso y planteamientos similares a los de los nacionalistas dominicanos. Aunque durante la primera presidencia de Trump se detuvo esa visión proconsular por parte de la diplomacia estadounidense, en la política local se contaba con que esto sería algo pasajero o un accidente de la historia. Dicha creencia se afianzó más con el hecho de que Trump no pudo retener el poder y le dejó la presidencia a Joe Biden, quien representó un giro de 180 grados en el ámbito de política exterior.

Pero mientras eso ocurría en Estados Unidos, la situación en Haití se fue deteriorando a un nivel nunca antes visto y se fue reflejando en la espiral violencia (al borde de guerra civil), siendo el magnicidio del Jovenel Moise la gota que derramó el vaso y mientras tanto, los EE.UU no asignaban a un embajador a nuestro país, dejando entre ver la falta de interés de Washington por la situación insular.

Fue entonces que en un giro copernicano, el presidente Abinader decidió hacer un cambio total en el discurso hacia la crisis haitiana, dejando atrás la errada posición tomada por muchos en su partido y por el mismo en años anteriores en torno al problema. Pero sin el apoyo de los EE.UU , tocaba resistir embates y presiones que buscaban tumbarle el pulso a la nueva posición oficial del Estado dominicano. Pero con el tiempo, la crisis migratoria en Estados Unidos hizo que los temas “tabú” en torno a la soberanía y la seguridad nacional de los países fueran apuntalando a que Trump volviera a la Casa Blanca, esta vez con una política más radical y de línea dura. Por primera vez, las metas de la política estadounidense y el interés dominicano se encuentran alineados en materias fundamentales.

Los nuevos y claros intereses estadounidenses en el país quedaron plasmados en el discurso que diera la nueva embajadora Leah Campos ante la Cámara Americana de Comercio de la República Dominicana, delante de las principales figuras del empresariado y la política del país. Entre los diversos tópicos tratados por la embajadora Campos expresó que si hubo presión política sobre el gobierno dominicano por parte de la administración Biden, para que no se cerrará y se mantuviera abierta la frontera con Haití. Todo esto en medio del colapso total de seguridad interna del vecino país y de los esfuerzos dominicanos de reforzar su frontera.

Lo que hemos podido apreciar sobre esta contundente afirmación es el respaldo mayoritario del pueblo dominicano a través de las redes sociales de esta declaración y un silencio sepulcral por parte de quienes por muchos años estuvieron orgullosos de ejercer su cargo honorífico o a veces bien remunerado de “Embassy Boy´s”. Por último, esas declaraciones han servido para poner en su justo lugar de la historia al pequeño pero valiente grupo de nacionalistas dominicanos que perduraron con el tiempo, que no cedieron al chantaje y que persistieron a pesar de la ignominia y de los ataques. Lo que era considerado como fábula o conspiración el hecho de que de los Estados Unidos había un interés marcado por buscar una solución dominicana al problema haitiano, hoy está descartado como un simple planteamiento al aire, para ser una advertencia realizada con mucha antelación y que cuyo potencial desenlace aún estamos a tiempo de evitar.


Por Pelegrín E. Castillo Arbaje

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