Durante el calendario del siglo XX se acentuó el desprecio por la experiencia. A la mitad de la tercera década del presente siglo, si tienes más de 45 años se te dificulta el empleo.
Existe un verdadero desprecio por la experiencia acumulada por decenios de años, y que trasciende lo cognitivo en sentido general. Aunque los empresarios de mayor inteligencia emocional, aún mantienen un poco de respeto a la meritocracia y a la experiencia acumulada a través de los años.
Existe una tendencia de pensamiento que ve ese desprecio a la experiencia desde la óptica bélica, que ha logrado comprender las acciones de un grupo selecto de viejos, que en todas las épocas de la civilización histórica, crea las guerras para lucrarse previo, durante y posterior a estas.
Según esta corriente de pensamiento, los enfrentamientos bélicos se sustentan en objetivos egoístas y de múltiples aristas, las que se originan en la pobreza espiritual de un gran número de individuos del género humano.
Es cierto, en verdad los viejos no vamos a la guerra. Son los jóvenes los se ven obligados a ir a ellas, en aras de cualquier pretexto que enarbole el Estado Profundo de las naciones poderosas.
El objetivo oculto de toda conflagración o enfrentamiento bélico tiene origen económico. Si en la prehistoria alguien atacó a otros, ese ataque nació del instinto de arrebatarle algo que aquel poseía y el agresor lo deseaba para él.
Es cierto que la primera y la segunda guerra mundial fueron dos sinrazones aberrantes en donde murieron decenas de millones de jóvenes y adultos incipientes. Y, además, es cierto que aquellos que idearon los enfrentamientos no fueron al campo de batalla, porque eran un conglomerado de viejos y menos viejos, que, junto a algunos jóvenes con poder económico o abolengo, armaron las tramas desde sus gabinetes.
Desde sus ámbitos, desataron los conflictos que pagaron con sus vidas millones de inocentes, básicamente hombres y mujeres de las masas populares y sectores marginados o considerados amenazas por algún resquicio ideológico.
Es penoso observar el inventario de consecuencias en la salud y en el medio ambiente al planeta, como producto directo de estas guerras secuenciales que se han suscitado luego de finalizada la guerra en 1947, secuelas que han degradado a nuestra civilización y al propio planeta.
¿Cómo respetar a unos viejos que por ambición u odio causan daño al género humano? Desde mi óptica les comprendo, porque no es fácil argumentar positivamente para responder esta pregunta, a unos jóvenes que poseen información y se dedican al análisis de estos acontecimientos. Jóvenes que se preguntan, ¿de qué ha servido hacer la guerra en Irak o hacer que derroquen a Gadafi en Libia?
Ellos afirman, que por esos lares las cosas están peores que antes. Lo pienso y lo asumo, pero, las familias en las que hemos crecido y crecen nuestros nietos, no tienen nada que ver con esas situaciones a nivel global.
Esta realidad y estas situaciones, envuelven a la alta política en su agenda geopolítica. Es una cuestión del Estado Profundo de las naciones poderosas que habitan el planeta. No podemos condenar lo general, por la culpa de algo muy particular.
Dentro del sentido común, no podemos ver a Clinton ni a Obama ni mucho menos a Biden en el rostro y figura de nuestros abuelos o padres ni podemos verlos en el profesor octogenario que imparte una asignatura estratégica en la universidad, es ética que se refiere al mérito cognitivo y experiencial.
Lo que hay que cambiar es el pensamiento de aquellos que conforman el Estado Profundo, los que, por demás, pagan pocos impuestos hasta en sus naciones de origen.
El desprecio a la experiencia que tienen muchas personas en la actualidad está acentuado en los viejos. Este es un error de trascendencia capital para el futuro de las familias primero, y luego para toda la humanidad.
La experiencia de los envejecientes y ancianos es necesaria (en primer lugar), para equilibrar la fogosidad, como producto de la inexperiencia de los jóvenes y, en segundo lugar, porque la vejez no está en la acumulación de años.
Sé es viejo cuando no existe continuidad en actualización y aportes, en donde el individuo vive aprehendiéndose de las nuevas herramientas, esas que surgen en el mundo de los perennes cambios y que muchos jóvenes obvian al escoger la pereza.
Vivo predicando a los jóvenes, que la experiencia vale muchos doctorados.
No me canso de recordarles a mis alumnos, porque sé que muchos de ellos lo saben, que, en las culturas primitivas, aunque no dejaron registros escritos de sus actividades y mucho menos sobre sus pensamientos, por los vestigios del arte rupestre y por los estudios antropológicos, podemos llegar a conclusiones sobre cómo eran tratados los ancianos en la sociedad ágrafa.
Se ha comprobado, que la ancianidad en esos tiempos era motivo de orgullo, debido a que los ancianos eran los que tenían en memoria el conocimiento, a través de ser depositarios culturales en ausencia de la escritura.
La conexión de los jóvenes con sus ancestros estaba depositada en la memoria de los viejos, los que contaban sus relatos, reproducían sus costumbres y mantenían su folklore vía sus memorias.
Es que los viejos son verdaderos intermediarios entre el presente y el pasado, porque son conocedores de procesos que (a través de sus datas), ayudan a comprender los cómo, por qué y para que de los acontecimientos del pasado. Sus vivencias los convierte en verdaderos educadores culturales.
Se trata de reconocer, que un viejo sano mentalmente, es un almacén de sabiduría y un archivo histórico de la familia, la sociedad y la nación. Creo a ciencia ciega, al igual que las sociedades de la antigüedad, que lograr la ancianidad era un privilegio otorgado por la divinidad o como quieran llamarle aquellos que sobreviven de espalda a las creencias espirituales.
Muchos ciudadanos de la generación Z piensan que los análogos están obsoletos, porque se han acomodado al mundo videns y ridiculizan la lectura de un libro y el rayado que llama la atención, esa acción que se hace para cuando se léele un buen libro. Es de esa forma, como algunos intelectuales alcanzan mayor comprensión de sus lecturas.
Los homos videns no saben que en los comentarios en los bordes de las lecturas de muchos personajes históricos (por ejemplo), se guardan las grandes contradicciones del pensamiento crítico.
Se trata de una acción que marca la diferencia, frente al resumen prefabricado por unos manipuladores de ciber espacio, a los que no les conviene la profundidad de la investigación cualitativa.
¡Cuidado! Porque los manipuladores del mercado en sentido global, solo quieren que creas en lo que ves en sus recetas. Ellos no resisten la fuerza de la experiencia que les cuestiona su forma de vivir y hacer riqueza.
La gente inteligente, busca en lo que no se ve a simple vista, para encontrar partes importantes de la momentánea verdad que se sitúa en un contexto preciso o en un momento social, cultural o histórico determinado.
Por: Francisco Cruz Pascual.
