Cuando se habla de salud, justicia, educación, se hace como siempre difícil hablar fríamente de cifras, de números, de resultados. Pues el impacto social que tienen estos servicios es tan alto y de los cuales se espera tanta humanidad, que cuando la realidad golpea las alcancías de los actores fundamentales del sistema, sencillamente, se deterioran los servicios y muchos de ellos van a la quiebra.
La seguridad social, que siempre fue un sueño que hace rato debió haber sido alcanzado, se ha quedado precisamente en etapas que debieron ser superadas hace tiempo. Pero al parecer, importan más los aspectos que se relacionan con las finanzas, no de los médicos ni las clínicas o centros privados de salud, sino de los propietarios accionistas de las grandes firmas que se adueñaron del mercado de las ARS, AFP, ARL y otros sub sistemas más, que operan de la mano a los mismos interese económicos.
La visión que se tenía de un facultativo en el país, era prácticamente de un personaje sagrado. Pero la practica medica se ha convertido en un proceso industrializado, donde la deshumanización del servicio ha cambiado la forma de interactuar con los pacientes, quienes ya son clientes, un número en una base de datos, con derechos contratados para una cobertura mínima y especifica, donde lo que menos luce importar es la salud del afiliado, sino que la cobertura sea rentable para los operadores del sistema.
Toda la cadena tiene costos. Fabricar un medicamento implica importantes inversiones en maquinarias, equipos especializados, y un aseguramiento importante de la calidad en todos los procesos, pues al final, sea una capleta, una cápsula, un jarabe, un inyectable, lo que está en juego es la vida de las personas, que podrían mejorar su condición de salud, o acelerar su ciclo de vida.
Pero ahí están los costos por volumen, costos unitarios, los precios de ventas, el aseguramiento de la calidad, las pruebas de laboratorio, el costo de la visita médica, la caducidad confiable y verdadera de los mismos. Y con codo esto una competencia feroz entre los laboratorios farmacéuticos y las distribuidoras.
Y ahí están los precios desbordados. Una pastilla que podría costar centavos su manufactura, es vendida en 120 pesos la unidad. Si se trata de un medicamento de alto costo, la proporcionalidad es todavía mucho mayor y la posibilidad de adquirirlo mucho menor.
Pero esa consulta médica privada, que en una etapa inicial las clínicas llegaron a desarrollar sus propios planes médicos de salud. Por ley fueron desplazados a una Seguridad Social, que todavía tiene mucho que mejorar.
El negocio de la medicina, la conversión de la salud en una actividad cuasi mercenaria, empujan cada día mas la idea, que mientras la brecha de pobreza tiende a crecer, el pensamiento globalista se disemina y se impone en todo el mundo, reducir la tasa de natalidad, haciendo que la tasa de mortalidad crezca y menos pacientes puedan ser recuperados, por la baja cobertura de los seguros médicos.
Para poder salvar una vida, muchas veces, las familias tienen que quedar más que en la miseria en la pobreza extrema, teniendo que vender todas sus conquistas de toda la vida. Y sin la garantía de que los procesos médicos y clínicos seguidos, darán los resultados esperados.
También pasa lo mismo con los equipos médicos. Y ahora hasta con las nuevas inversiones que seguramente implicaran el nuevo paradigma de la inteligencia artificial y el reto de poder ser un centro médico competitivo.
Los costos, los resultados, la recuperación de la inversión, la quiebra técnica que se produce en los negocios, cuando no producen suficiente liquidez para cubrir sus obligaciones de corto plazo. Estos procesos de quiebra, también son aplicables a la gestión financiera de una clínica o un centro médico.
Y vemos a diario la parte más difícil, cuando usted tiene un familiar con un dolor insoportable o que ha entrado en una situación crítica, donde la probabilidades de vida son escasas.
En ese momento, las emociones confunden los sentidos y el mismo instinto de sobrevivencia, y la misma vocación medica, y el mismo deseo compartido de salvar al paciente, hace que se olviden los elementos del costo del servicio que se lleva a cabo.
Ciertamente, la capacidad para conseguir economías de escala, también son una posibilidad a evaluar desde la óptica de la gestión hospitalaria. Pero solamente el mantenimiento de un centro médico, para asegurar la higiene, los niveles de esterilidad, el uso adecuado de los equipos, el apoyo rápido y certero de los estudios necesarios no solo para el diagnostico, sino para poder realizar intervenciones oportunas. Cada uno de estos procesos implica, un costo. Es decir, dinero, financiamiento, erogaciones, el manejo financiero adecuado.
Si un centro médico, no paga sus facturas, no puede garantizar el recibir un flujo adecuado de bienes y servicios necesarios para una prestación óptima y oportuna del servicio médico requerido.
La inflación que corroe los bolsillos de todo el mundo, también golpea las alcancías de las clínicas y centros médicos. Y necesariamente, ante un tema inflacionario, y para poder sobrevivir como empresa, tienen que transferir los costos agregados a los precios en que se realizan los servicios.
Teniendo presente esta realidad económica, cabe esperarse que ante un impacto inflacionario que golpea todo el proceso, el precio de venta de las clínicas a las aseguradoras deba también tener sus modificaciones y acuerdos, y con esto, prevenir que todas las partes del proceso no salgan perjudicadas.
El tema financiero es mucho más complejo, y aunque los principios son los mismos, varían las aplicaciones entre un giro de negocios y otro. Sin embargo, lejos de buscar implicaciones que sumen mayor erosión, menor cobertura y menor calidad en los servicios médicos, debe buscarse el equilibrio en el sistema, para que sus actores reciban los incentivos adecuados y prudentes, de la forma más oportuna.
Por Julián Padilla
