En sentido general, cuando se habla de antagonismos, las personas se refieren a una forma de relacionarse que levanta banderas de oposición (entrando en la rivalidad), buscando contrariar a los oponentes. El antagonismo se ha presentado, existiendo en un contexto determinado de situaciones conflictivas, leves o intensas. En el presente, el antagonismo tiene varios significados operativos y uno de ellos aparece, como la oposición que discrepa, se presenta disconforme, levantando un discurso que muestra objetivamente la incompatibilidad de pensamiento.
También aparece, en la forma de enfrentar los problemas, como fenómenos que afectan la vida común de los ciudadanos.
El término antagonismo nace desde los vocablos griegos “anti”, cuyo significado era en la época de apogeo de Grecia, “estar opuesto” o “llevarle la contraria a alguien”. Ese vocablo se une con otro denominado “agón”, cuyo significado se presenta como una “lucha” ente dos o un “combate” entre las multitudes de un ejército.
El antagonismo como condición del pensamiento crítico, procede de esas raíces en esos vocablos, los que, a través del tiempo han evolucionado la figuración del ámbito de las discusiones, de los debates y de cualquier evento, relato o discusión en el que existan dos individuos particulares o dos bandos antagónicos que se enfrentan en defensa de sus ideas y conceptos.
El antagonismo entonces, es una condición del pensamiento político. Y lo es, porque la política es la guerra en tiempos de paz.
En la guerra se utilizan las armas y en la política se utilizan las palabras, los argumentos y las negociaciones. De ahí, que la política pueda considerarse, como la “madre de la diplomacia.” Desde ese punto de vista, suponer una realidad política sin la existencia de conflictos, es un asunto imposible en la existencia del individuo.
No olvidemos la calificación griega que define al hombre como «un animal político».
A pesar de esa realidad, nuestros intelectuales como activistas políticos, no son dados al análisis de situaciones realmente conflictivas y esenciales para la existencia democrática de la nación a la que pertenecen. La mayoría de los letrados, académicos o no, se colocan en una posición que les identifica afiliados a una manera de pensar, por lo que antes de polemizar antagónicamente, analizan los conflictos desde una moral universal (la que se coloca por encima de las experiencias), tratando de anular criticas respectivas.
Como intelectuales creen (y así lo afirman), que asumir posiciones sobre los acontecimientos conflictivos para alinearse a una línea política, económica o social, es en absoluto un derecho legítimo.
Para justificar su afiliación a una posición, afirman que no es posible el análisis imparcial. Si desde el punto de vista jurídico aceptáramos esa justificación, tendríamos que convencernos de que antes de emitir un juicio hay que escuchar a los enfrentados. Entonces, en la tarea del intelectual afiliado políticamente, la cuestión no puede ser distinta.
Debido a eso (como intelectual), se debe asumir la emisión de juicios, desde una reflexión crítica. El significado de la situación que se presenta en este contexto, entonces, debe asumir, que las razones de cada una de las partes involucradas, deben ser ampliamente analizadas. Y el análisis, debe hacerse de manera imparcial. Considero, que esta es la única forma de poder arribar a conclusiones objetivas.
Este razonamiento, desde el punto de vista lógico, se aleja de lo que comúnmente prevalece (es decir), el escenario está plagado de subjetividad, porque las condenas se producen (desde la emoción, conveniencia o la simpatía), mediante opiniones públicas y privadas y luego juzgar, para muchas veces (a través del tiempo), verificar la inocencia del que ha sido condenado (no solo en los medios de comunicación), si no en los múltiples corrillos existentes en la sociedad y en una gran parte del conglomerado (manipulado), desde el mercado social y político.
Es de esa forma, como se matan moralmente a las personas, sin existir ningún medio para resarcir a las verdaderas víctimas, aquellos acusados desde un encargo político o social, para arruinar reputaciones. Desde este escenario, la importancia de una presencia intelectual imparcial, actuando excepcionalmente desde sus razonamientos lógicos (para el fortalecimiento institucional del régimen democrático), es de vital importancia para la vida democrática.
Los intelectuales políticos, académicos y los independientes, son seres que buscan la igualdad social, aunque asuman posiciones partidarias muchas veces oportunistas, pero, sus análisis ayudan a construir una visión imparcial de los conflictos. De ahí la importancia de los análisis conflictivos reales, enfrentándose a través de las ideas con otros intelectuales.
Desde ese resquicio, quizás sea la actitud polémica cargada de empatía, la mayor de las condiciones del pensamiento, ya sea este político, social o económico.
La realidad es, que sin contrario(s) no existimos. Aquel que no tenga contrario (afirmaba Maquiavelo), debe creárselo. Desde esa lógica de la vida, mientras estemos en este planeta, la polémica, (como guerra verbal), es el caldo de cultivo de la política, de la sociedad o del mundo de las teorías económicas.
Pese a esa realidad, lo menos que se observa en el panorama social actual, es la polémica.
¿Será porque los intelectuales se encuentran en un letargo o están asimilados, con bozales puestos por la multiplicidad del liderazgo dominante?
Por Francisco Cruz Pascual
