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22 de diciembre 2025
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OpiniónMiguel ColladoMiguel Collado

El 31 de diciembre o Día Universal de Acción de Gracias y de la Esperanza

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La Navidad me envuelve en su magia y me impulsa a pensar. No a pensar en mí, sino en los otros, en los que, conmigo, conforman la humanidad toda. Reflexiono sobre la diversidad de mundos creados por los seres humanos con tan distintas lenguas y culturas, costumbres y dolores, sueños y angustias, odios y amores. ¡Qué multicolor es el mundo planetario de los humanos! Y, sin embargo, cuánta incomprensión nos separa. Resulta tan absurdo todo que me hace pensar en la necesidad de volver atrás en el tiempo y comenzar de nuevo.

Y es en ese momento de reflexión profunda en que comprendo el alto significado del nuevo año tan esperado: un nuevo comienzo, una nueva senda existencial. La renovación simbólica nos recuerda que, pese a los errores y torpezas cometidas, siempre es posible retomar el rumbo, pedir perdón, sanar vínculos y volver a intentar la construcción de una humanidad más compasiva y sensitiva.

Cada 31 de diciembre la humanidad entera parece detener su andar para contemplar, con serenidad y humildad, el camino recorrido. La celebración del fin de año es, en esencia, un acto de gratitud: agradecemos las cosas buenas que nos ocurrieron, los momentos luminosos, los afectos que permanecieron y las metas alcanzadas. Pero también es un tiempo de profunda nostalgia: sentimos dolor por la ausencia de aquellos que han partido y ya no estarán para compartir la mesa, la risa o el abrazo; pensamos en quienes sufren, en quienes no encuentran motivos para brindar por la vida, y ese pensamiento nos recuerda que toda alegría, a veces, está hecha también de sombras.

Aun así, ese momento de transición del viejo al nuevo año abre espacio para agradecer lo que fue y para abrazar la esperanza de lo que viene. El nuevo año nos ofrece una pizarra simbólica en la que podemos reescribir deseos, renovar fuerzas y confiar en que las bondades por venir superarán las dificultades que dejamos atrás. Cambia poco afuera, pero mucho en nuestro interior en el plano espiritual: se renueva la ilusión, los sueños recuperan su forma y el ánimo vuelve a levantarse.

El inicio del año es también ocasión para orientar nuestras aspiraciones hacia el bien colectivo. El mundo sigue marcado por la crueldad de la guerra, por el hambre y la pobreza desgarrantes, que deberían avergonzar a sus causantes, a los que poseen el poder de eliminar esos males y nada hacen. 

Ojalá que el año que nace despierte en todos los que habitamos la Tierra la convicción de que nuestras metas personales pueden traducirse en gestos que alivien el dolor ajeno, en metas colectivas, de todos los seres humanos; que entendamos que la paz no es una utopía distante, sino una tarea cotidiana; que la dignidad humana se defiende con acciones pequeñas, pero firmes; que la solidaridad es, a mi modo de ver, el verdadero lenguaje universal.

MI HUMILDE PROPUESTA

Me atrevo a elevar un anhelo que nace de esta convicción profunda: que la comunidad internacional, a través de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), proclame el 31 de diciembre como Día Universal de Acción de Gracias y de la Esperanza, pues no existe otra fecha en el año en la que la humanidad —sin distinción de credos, lenguas ni fronteras— viva simultáneamente un alto espiritual para agradecer lo recibido, honrar la memoria de quienes ya no están y reafirmar la esperanza de un porvenir más digno y fraterno. 

Ese día encarna valores que la UNESCO promueve: la paz, la convivencia, la resiliencia, la solidaridad y la dignidad humana. Declararlo como un día universal no cambiaría las tradiciones de los pueblos, pero sí subrayaría aquello que todos compartimos: la capacidad de agradecer, de soñar y de renovar, juntos, la esperanza que sostiene a la humanidad. 

Más que un final, la celebración del 31 de diciembre debería ser visto como un acto global de agradecimiento y una declaración silenciosa de esperanza hacia el mañana. ¡Que Dios bendiga a nuestro planeta Tierra y, con él, a todos los seres que lo habitamos!


Por Miguel Collado

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