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26 de abril 2024
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OpiniónManuel Hernández VilletaManuel Hernández Villeta

Divisiones y el futuro

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Las diferencias intestinas de  los partidos políticos provienen de la ambición, la soberbia, la indisciplina, la falta de liderazgo, el querer dar un salto social y la carencia de principios, moral e ideología.  Hay ausencia de metas y proyectos, son frentes de masas mal organizados y se tornan en maquinarias electorales, donde solo importan las facilidades que puede dar un cargo administrativo.

Las divisiones son una degeneración de la lucha por el poder. Más que enemistades en lo personal, se capea el temporal de querer tomar el poder en las manos. No se trata de aprisionar a una frágil burbuja solitaria, con fábula de ser el reino superior. De esa ambición de mando provienen los dolores de cabeza de la sociedad.

Cada día se torna más difícil mantener la unidad de los partidos. Hay ausencia de liderazgo máximo. Solo se mantiene el germen unitario cuando hay un caudillo que aplasta a la primera muestra de inconformidad. Dónde hay dos o tres o más dirigentes de igual peso, las tendencias son las que regulan el trabajo y la división de los beneficios.

Es caer en el limbo del análisis social, cuando se habla de que la democracia corre peligro por la división de un partido determinado. No es así. El partido sólo representa un instante del devenir de un sector de las masas. Cuando el partidismo toma un camino que no le interesa a la mayoría, sencillamente lo sepulta.

Sea en la oposición o en el gobierno, todo juega a la acción de las coyunturas y las circunstancias. En cualquier aspecto de la vida, son los hechos externos que impulsan la fuerza que permite el triunfo. En política hay que saber cuándo las circunstancias favorables tocan a la puerta.  Pero la coyuntura  necesaria también trae división, cuando el frente de masas tiene sus intereses particulares.

En la República Dominicana la realidad es que los partidos han surgido fuertes, y luego se desvanecen producto de sus malquerencias internas. Pero ahí no termina el país. Otras fuerzas entran en juego y buscan su espacio.

Todo se transforma. Nada muere. Los viejos parámetros de normas sociales caen despedazados ante la ambición de los que están llamados a convertir en realidad la lucha por el poder. Ya pasó la etapa negra de los grandes caudillos. Hacían temblar con un ademán o una sola palabra.

Si analizamos la historia, tomando a las dos revoluciones  más impactantes de la humanidad, la Francesa y la Bolchevique, se verán los tropiezos que dieron, por sus estertores internos. Las armas que se utilizaron para derrocar a las monarquías, de los Luises o de los Zares, luego se levantaron para dar paso a sangrientas luchas por lograr el mando.

La división en uno o dos partidos, no significa el fin del país, sencillamente se da pie al inicio de otras formas de lucha, de  primerizos  liderazgos, de nueva visión del acontecer nacional, y sobre todo que aunque muchos lo nieguen, lo único permanente es el cambio y la evolución. El pensamiento de los hombres queda en el pasado, y la sociedad avanza hacia el futuro. ¡Ay!, se me acabó la tinta.

 

Por Manuel Hernández Villeta

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