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26 de diciembre 2025
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OpiniónFrancisco JerezFrancisco Jerez

Discurso político (I)

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EL NUEVO DIARIO; SANTO DOMINGO.- Los discursos políticos actuales parecen hacerse reos de la nadería en una celda de suntuosidades. Esta oración, es justo admitirlo, peca de ser una generalización, pero todo pecado contiene su penitencia, así como toda generalización contiene excepciones. Es decir, hay buenos oradores, buenos discursos o al menos no es tan ingenuo creerlo. Pero ¿qué diferencia a un buen orador de uno mediocre? ¿Qué hace afirmar que un discurso es memorable? En definitiva, ¿qué hace reconocer la redención en medio de un martirio de neolenguas, posverdades, descalificaciones, frases tópicas y anodinas?

Esta serie de artículos no será una oda al pasado, aunque se deba acudir a la historia para llevarla a cabo; tampoco está dedicada al análisis de piezas discursivas, aunque no se renuncia a ello; y no es una especie de manual de oratoria donde sólo se enumeren los elementos del buen discurso, aunque es necesario exponerlos. Por otro lado, no será un conjunto de verdades absolutas para ser un buen orador, porque no hay una manera exclusiva de llegar a serlo.

Desde la antigüedad se considera que una buena oratoria es un elemento característico de los buenos comunicadores. Los discursos de contenido político, pronunciados ante un grupo de personas, son uno de los pilares que sostienen nuestra historia y el canal utilizado para emitir las ideas fundamentales que la han marcado. Por esto “grandes oradores y grandes discursos pertenecen a nuestra memoria colectiva y han entrado a formar parte de la cultura popular de todos los tiempos” (Lorenzana, 2017). Recordamos el sueño de Luther King; el sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor de Churchill, y el no preguntes lo que tu país puede hacer por ti, sino lo que puedes hacer tú por tu país de Kennedy.
La política tiene rituales como elementos distintivos, gracias a su repetición a través de los años, por lo que son requisitos sine qua non para ejercerla. Así “como la música no se escucha sin el contexto adecuado. La mejor política tampoco se aprecia sin sus liturgias” (Arroyo, 2015). Estos actos litúrgicos permean todas las facetas de la comunicación política y son los que establecen cómo debe ser el comportamiento ante cada situación. Por ejemplo, en situaciones de grandes catástrofes o crisis, los líderes deben estar presentes, y una eventual ausencia rompería con el ritual de la representación.

Entonces ¿cuál es la esencia de las liturgias políticas y dónde entraría el discurso en sus dinámicas? La esencia de estos rituales se encuentra en el equilibrio entre pasado, presente y futuro; y lo que otorga al discurso su lugar dentro de la liturgia es la construcción y emisión de mensajes universales. Esto es, que “la esencia de la liturgia es garantizar la continuidad de lo esencial aun con cambios inevitables en lo accesorio. La liturgia es como un árbol vigoroso que hunde en el suelo sus raíces” (Arroyo); y el lugar más profundo donde la liturgia política hunde sus raíces es en la retórica, pues “el ritual persistente de la política se traslada también a sus textos más señeros. Resulta sorprendente lo poco que ha cambiado la retórica en los 2.500 años desde que los griegos y los romanos fijaran sus cánones. Hay una continuidad milenaria en los motivos y las estrategias de la oratoria” (Arroyo).
Entonces, se puede afirmar que el discurso es uno de los rituales políticos más antiguos. Sin embargo, en la actualidad, la exigencia de poseer buenas técnicas discursivas para comunicarse en el ámbito público ha descendido hasta niveles subterráneos. Una muestra de lo anterior es que quien posee una buena oratoria no sólo brilla por dicha cualidad, sino por la soledad que lo rodea. Y es que se olvida que el discurso debe perseguir un objetivo -comunicar, persuadir, convencer, emocionar o movilizar- y no ser una cantinela pronunciada por obligación…el reflejo de la nadería. Pero ¿siempre ha sido así?

Es notorio que el discurso político ha tenido etapas fluctuantes respecto a su calidad y uso. Rastrear cada una de ellas sería una tarea gigantesca. No obstante, es imprescindible hacer un pequeño recorrido por la historia para saber cuáles son las causas de esos altibajos. La historia del uso del discurso puede dividirse en: etapa tradicional o primitiva; etapa clásica; etapa medieval; etapa moderna; etapa contemporánea (Perelman y Olbrechts, 2017).

La etapa tradicional se caracterizaba por la oralidad. La palabra hablada era el instrumento de transmisión de información, por lo que tenía un gran poder y autoridad -por eso la divinidad de las palabras del sacerdote, hechicero o jefe de tribu-. Su desventaja es la lejanía y la falta de recursos técnicos para retener la literalidad de los discursos. Por esto son pocos o indirectos los que han llegado a conocerse (Rivera, 2016; Perelman y Olbrechts).

Por otro lado, en la etapa clásica se sentaron las bases de la retórica y la oratoria por Aristóteles y Cicerón. El objetivo pasó a ser presentar los argumentos necesarios para debatir, así como embellecer el habla con figuras creativas (Briz, 2016). Quintiliano, Cicerón, Demóstenes y Pericles fueron los grandes oradores de esta etapa.

En la etapa medieval hubo escasez de oradores públicos que no estuvieran relacionados con la Iglesia. “Como el poder era monolítico se paralizó el uso de la oratoria para fines políticos-sociales” (Molina, 2017). La etapa moderna marginó la oratoria por el imperante racionalismo hegemónico, ya que la oratoria fue reducida a una especie de estilística al no importar la belleza de las palabras para determinar la verdad. La necesidad de tejer lazos comunicativos públicos entre los individuos, por el surgimiento de los sistemas democráticos, impulsó una nueva vez el uso de la oratoria (Molina).

Por último, la etapa contemporánea arrastra elementos de la moderna, aunque se ha visto influida por el desarrollo de las redes sociales. Esta etapa sufre una sequía de grandes oradores, a pesar de tener mayores canales de difusión. Obama ha dominado esta etapa, otro que lo hizo fue Alan García. Pero si vemos la etapa moderna encontraremos a Manuel Azaña, Churchill, Luther King, José F. Peña Gómez, Joaquín Balaguer, entre otros. ¿Qué los hizo diferentes? ¿Cuáles recursos utilizaron para pronunciar discursos memorables? ¿Cuáles recursos puede utilizar usted, estimado lector, en caso de que tenga que pronunciar un discurso? Las respuestas a esas preguntas quedarán en el tintero hasta la siguiente ocasión.

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