
En los últimos tiempos, las redes sociales se han convertido en un escenario recurrente para una práctica que merece una profunda reflexión; el llamado “culto a la muerte”. Basta con que una persona fallezca para que, de manera casi automática, se multipliquen los mensajes, publicaciones y homenajes cargados de elogios que, en muchos casos, contrastan de forma evidente con la realidad de la relación que se tuvo con el difunto en vida.
Resulta llamativo observar cómo individuos que nunca compartieron un vínculo cercano e incluso algunos que mantuvieron diferencias, rivalidades o simples distancias se apresuran a escribir extensos textos muchas veces desde la IA en los que exaltan virtudes y cualidades que jamás reconocieron cuando esa persona estaba viva. En otros casos, quienes ni siquiera conocieron al fallecido asumen el rol de portadores de la noticia, más como un mecanismo de protagonismo que como una expresión auténtica de pesar.
El duelo, por su naturaleza, exige prudencia, respeto y sensibilidad. Un mensaje de pésame no debería ser una vitrina para exhibirse ni una oportunidad para ganar atención en plataformas digitales, sino un gesto sincero de acompañamiento hacia los familiares y allegados que atraviesan uno de los momentos más dolorosos de sus vidas. Más aún cuando quien escribe forma parte del entorno cercano del fallecido o de su familia, donde el respeto y la empatía deben primar por encima de cualquier impulso.
Como sociedad, es necesario replantearnos estas conductas y apostar por una cultura distinta; la del respeto en vida. Alegrémonos cuando a una persona le va bien, cuando un emprendedor levanta un negocio, cuando alguien alcanza una meta o supera una dificultad. Detrás de cada logro hay familias que se fortalecen, hijos que crecen con mayores oportunidades y hogares que alcanzan estabilidad.
Esperar la muerte para resaltar a una persona carece de sentido y valor real. Los elogios tardíos y vacíos no reparan ausencias ni alivian conciencias; muchas veces quedan como palabras vacías que ni siquiera quienes las escriben logran creer plenamente.
Decir no al culto a la muerte implica decir sí al culto a la vida; al reconocimiento oportuno, a la alegría compartida por el éxito ajeno y al respeto genuino hacia los demás. Solo así podremos construir una sociedad más coherente, humana y solidaria, donde el aprecio no llegue cuando ya es demasiado tarde.
Por Lincoln Minaya
