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22 de diciembre 2025
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OpiniónPablo ValdezPablo Valdez

Dialéctica y poder: Cuando desconocer el cambio conduce al pensamiento declive

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En filosofía, la dialéctica es el método que reconoce que toda realidad está hecha de procesos, tensiones y transformaciones. Nada permanece idéntico a sí mismo: cambian las instituciones, cambian las personas, cambian las legitimidades.

Quien ejerce autoridad debería comprender esta verdad elemental: el poder también es dinámico, depende del contexto, de las relaciones y, sobre todo, del reconocimiento social.

Sin embargo, en todos los tiempos han existido personas que —por temor, orgullo o ilusión de control— se aferran al poder como si fuera un patrimonio personal, desconociendo la dialéctica que sostiene la legitimidad. Este error no es solo político: es un fenómeno humano que toca instituciones públicas, espacios religiosos, academias y organizaciones civiles.

Desconocer la dialéctica conduce a tres deformaciones:

1. Confundir estabilidad con inmovilidad

Quien se aferra al poder cree que mantener las cosas como están es garantía de orden. No percibe que la realidad sigue moviéndose aunque él se quede quieto.
La consecuencia es predecible: las decisiones se desconectan del contexto, y con ello se pierde autoridad moral.

2. Resistirse a las contradicciones naturales

Toda institución vive tensiones internas: criterios distintos, visiones nuevas, reclamos legítimos.
El líder dialéctico las atiende como oportunidades de renovación; el líder que desconoce la dialéctica las interpreta como amenazas, y responde con defensas, silencios o represiones.
Así comienza la erosión de su liderazgo.

3. Creer que el poder se sostiene por voluntad propia

El poder no se conserva por insistencia, sino por legitimidad renovada. Cuando alguien lo retiene a toda costa, se produce la paradoja clásica: cuanto más se aferra, más rápido se desgasta, porque bloquea la síntesis necesaria entre pasado y presente.

El desconocimiento de la dialéctica conduce a decisiones que generan:

• Crisis de credibilidad, porque la población o la comunidad perciben el desajuste entre el contexto y el ejercicio del poder.

• Fragmentación interna, pues los grupos buscan nuevas soluciones cuando quien dirige se vuelve parte del problema.

• Pérdida de autoridad ética, el daño más profundo, porque quienes alguna vez inspiraron ahora se ven como obstáculos.

• Desenlaces traumáticos, que pudieron evitarse si se hubiese permitido el cambio natural que toda realidad exige.

Comprender la dialéctica es reconocer algo simple y profundamente humano: el poder es un servicio temporal, no un pedestal perpetuo.

La sabiduría de un líder no se mide por cuánto tiempo retiene la autoridad, sino por la capacidad de leer el movimiento de la historia, anticipar transiciones y permitir que la síntesis emerja sin traumas.

Cuando un líder se aferra al poder ignorando la dialéctica, deja de ser parte de la solución para convertirse, sin darse cuenta, en el origen del conflicto.

Aceptar el cambio, en cambio, es un acto de grandeza.


Por Pablo Valdez

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