El liderazgo es uno de los fenómenos más complejos y debatidos dentro de la sociología y las ciencias políticas desde la antigüedad. Platón lo abordó en La República, Aristóteles en Política, y más tarde pensadores como Maquiavelo, Hobbes y Max Weber desarrollaron teorías que aún hoy sirven como marco para comprender el poder y la conducción política. En el siglo XX, John Gardner analizó cómo los líderes movilizan a las personas para alcanzar sus metas, mientras que Pierre Bourdieu ofreció una visión constructivista del liderazgo. En República Dominicana, el expresidente Leonel Fernández hizo una valiosa reflexión sobre el tema en su artículo El poder y el liderazgo: entre puestos y sobrecitos (2014).
Pero, ¿por qué una persona sigue a un líder? Joseph Nye sostiene que es por su autoridad, carisma o inteligencia. Yo agregaría un elemento esencial: las personas siguen a un líder porque tienen necesidades (materiales, sociales o espirituales) que este es capaz de satisfacer, de crear la ilusión de que las satisface, o de generar la esperanza de que lo hará. De ahí que el liderazgo no pueda analizarse con una única fórmula. Depende del contexto, de la posición que se ocupa (gobierno u oposición) y de las condiciones sociales.
Desde la teoría constructivista de Bourdieu y el análisis de F. Collado y J.F. Jiménez (2016), el liderazgo debe entenderse considerando cuatro elementos fundamentales:
- El marco: el discurso que interpreta la realidad.
- El habitus: creencias y cosmovisión social, esenciales para la construcción del marco.
- El campus: el escenario donde se disputa el poder.
- El capital político: aquello que se acumula y se disputa en el campus, en gran parte mediante formas de violencia política.
Con esta base, cabe preguntarse: ¿qué es más determinante para la construcción del liderazgo? Algunos sostienen que las herramientas materiales (dinero, capacidad de nombrar); otros, que la personalidad (carisma, preparación, inteligencia). En una encuesta informal que realicé sobre el tema, el politólogo Melvin Pérez añadió otro factor: el entorno social (el líder es su equipo) y la coyuntura.
Un ejemplo claro es Javier Milei. Emergió en un contexto de inflación, pobreza y hartazgo con la clase política argentina. Logró construir un discurso (marco) que conectó con la interpretación que tenían los argentinos de la realidad (habitus), acumulando gran capital político, económico, social y simbólico, al punto de convertirse en presidente. Algunos podrían resaltar su capacidad oratoria como factor decisivo; otros, el respaldo de ciertos empresarios. Sin embargo, lo que resulta innegable es que fue la coyuntura la que permitió que una narrativa radical encontrara terreno fértil.
El liderazgo desde la oposición y el gobierno
En República Dominicana solemos decir: “quítale el decreto y verás que no es líder”. Esta afirmación encierra una verdad parcial, pero también un error: comparar un líder en el gobierno con uno en la oposición es inadecuado, porque el poder cambia por completo la lógica del liderazgo.
En la oposición, los recursos materiales tienen importancia, pero no son necesariamente determinantes. Un joven carismático que asuma una causa, con buena oratoria y manejo estratégico de los medios, puede acumular gran capital político y social. Gabriel Boric en Chile es un ejemplo. Esta dinámica ocurre porque el opositor no tiene la responsabilidad de resolver problemas, sino de construir esperanzas y críticas que siempre encontrarán un público receptivo.
Ahora bien, si ese discurso opositor se combina con capital económico (como ocurre con políticos que han estado en el poder o que cuentan con apoyo de élites económicas) la ventaja sobre los demás actores del campus político es considerable. Esto se observa con frecuencia en nuestro país, donde todos los partidos grandes han gobernado, acumulando recursos y estableciendo alianzas estratégicas con sectores influyentes. Por eso, David Collado tenía una ventaja comparativa hasta 2020, y hoy Omar Fernández goza de una posición similar dentro de su micro campus.
Cuando se llega al poder, la dinámica es distinta: resolver problemas reales se convierte en la medida del liderazgo. Un regidor, diputado o dirigente oficialista necesita mostrar resultados, no solo discursos. Por eso vemos surgir muchos nuevos líderes en el gobierno: algunos preparados, otros no tanto. En este escenario muchos lideres que en oposición tenían gran proyección son sustituidos por otros que no se vislumbraban de esa forma, y aquí la violencia política es más salvaje que nunca, la exclusión de la participación material (sobrecitos y funditas) termina catapultando a unos y sepultando a otros.
Para analizar el liderazgo desde el gobierno, es imprescindible introducir el elemento del poder compensatorio de J.K. Galbraith, por eso vemos que los jóvenes y las mujeres tienen menos liderazgo que los hombres adultos, y quienes logran construir un gran liderazgo suelen estar bajo el ala de un mentor con poder, mediante una relación de pupilo o “amigos”; este mentor debe poseer la capacidad de convertir al seguidor (pupilo) en una fuente que pueda compensar a otros y generar su propio liderazgo; el líder no surge de la divinidad ni la grandeza humana, sino de que puede suplir las necesidades de otros, y con una buena comunicación, aprovecha esta coyuntura para construir la idea de que en un futuro tendrá más poder y podrá ayudar a más personas, a esto le llaman proyección política. Esto explica por qué las mujeres y los jóvenes, sin ese apadrinamiento, tienen menos oportunidades de liderar. Por tanto, dentro de los micro campus, la acumulación de capital político suele ser directamente proporcional con la distribución del poder que haga la fuente, claro, en campus más abiertos existen otros elementos que debemos tomar en cuenta, como el caso los casos PRD 1986, PRSC 1996 o PLD en 2011.
El poder no desgasta
Finalmente, hay un mito muy difundido y que se repite mucho, “el poder desgasta”, entendiendo que los liderazgos se agotan a medida que el tiempo pasa. Esta frase refleja una comprensión superficial del fenómeno. Si las personas siguen a un líder porque satisface una necesidad, entonces lo que realmente los aleja es la incapacidad del líder para resolver sus problemas. Como expresa Enric Juliana: no es el poder lo que desgasta, sino la falta de poder; es decir, el líder juega con ilusiones, pero tiene fecha de caducidad para resolver, por eso, en el gobierno no son más lideres los que más gente comprometieron para ganar, sino los que más recursos materiales tienen para cumplir esas promesas.
En conclusión, el liderazgo político no depende solo del carisma, sino de la coyuntura, el discurso, los recursos materiales y el equipo. No hay fórmula mágica. Lo que sí está claro es que el liderazgo se construye y se destruye en función de las necesidades colectivas, las expectativas y la capacidad del líder de organizar a sus seguidores en estructuras funcionales y movilizables.
