ENVÍA TUS DENUNCIAS 829-917-7231 / 809-866-3480
25 de diciembre 2025
logo
OpiniónJulián PadillaJulián Padilla

De la complacencia, a la indignación, a la rabia colectiva

COMPARTIR:

Tal vez unos cuantos que degustan las mieles del poder y se aprovechan cual becerros del beneficio colectivo para ostentar y vivir como príncipes, tal vez estos cuantos puedan aplaudir y decir por conveniencia que nuestro país va por buen camino.

Tal vez nos hemos acostumbrado a que todo es posible en tierra de Colon, Mella y Baldor y bajo el lema pintoresco “ahora me toca a mí”, seguir insistiendo en la operatividad de una sociedad perfectamente disfuncional, donde las viviendas tendrán que convertirse próximamente en bunkers anti robo, anti atraco y anti policía nacional.

Esa triste realidad a envuelto a la sociedad dominicana y la ha convertido en complaciente. Las  ultimas y actuales generaciones están aclimatadas para las cosas incorrectas y para el fango que pulula por doquiera cuando se abre cualquier cicatriz, tanto en lo público como en lo privado.

El engaño, la falta de ética, la falta de cumplimiento, el aprovechamiento de las debilidades ajenas, el sacar provecho a cada oportunidad sin importar que para ello tengamos que destruirlo todo; desde estas precisiones se ha partido, para convertir a la nación dominicana en una tierra donde las oportunidades crecen, pero para lo mal hecho y para la consolidación definitiva de un narco estado, una tierra de capos, sus secuaces y protectores oficiales.

Una tierra bella convertida por los políticos, funcionarios y oportunistas en un Estado Mafioso, con Instituciones comprometidas con los peores y más oscuros intereses para el mal y donde los políticos se han encargado de engañar vez tras ves a un pueblo que en cualquier momento dirá basta y no permitirá se dé un paso más al frente, en este engaño colectivo que es el atraco del sistema de partidos y electoral dominicanos.

El grado de putrefacción en nuestra sociedad es tal, que muchos de los principales exponentes, denominados “personalidades”, muchos de ellos, están metidos hasta el cuello en negocios turbios y comprometidos con el crimen organizado, pero protegidos por las mismas instituciones del Estado.

La capacidad de inventiva que acompaña a nuestra deformada cultura operativa es tal, que no se va muy lejos para crear oportunidades para el engaño y el enriquecimiento ilícito. Hemos llegado a un punto, que solo los mismos funcionarios se pueden llegar a creer que merecen el respeto del pueblo dominicano.

No existe cúpula política partidaria alguna, que pueda merecer a ciencia cierta y a ojos cerrados la confianza total y el respeto de la nación dominicana. Instituciones que parecían sagradas, la fábrica de soldados y agentes del orden para el bien, se han prostituido y comprometido tanto con el crimen organizado, que se encuentran siempre en el narcotráfico, y en una variedad de crímenes que solo un narco estado floreciente puede mostrar. Como respetar a estos señores? Y esto fomenta mucho más la violencia, pues algunos se creen que merecen el respeto de una sociedad vilmente abusada, engañada y maltratada por ellos mismos.

El gran daño está hecho. La gente se canso de ver a un pendejo que por ser político y ser funcionario vive como un príncipe con el dinero del pueblo, mientras muchas familias languidecen, sin poder dar educación a sus hijos o llevar un plato de comida a la mesa.

Desde hace tiempo venimos anunciando que el punto de inflexión se había acercado demasiado y hoy podemos decir con certeza, ya no hay marcha atrás.

El país debe hacer un alto en el camino, se necesita una seria y profunda reflexión, no de políticos bandidos (casi todos), sino de la gente honesta y noble que las hay en cada familia dominicana. Tiene que llegar el momento en que los puestos para el servicio público sean desempeñados por esos dominicanos que pueden exhibir esos valores, que no pueden perderse, pues es la única vía de retardar el hundimiento del barco que es la nación dominicana.

Puede ser que usted lo vea todo bien y racionalice este sentir que comparto con ustedes. Puede ser que usted esté tan bien en su mundo, que realmente le sea indiferente la naturaleza y la profundidad de los problemas que hunden la nación dominicana. Pronto tocará a sus puertas la ruta que llevamos lo hace inevitable.

Créanme, que los ejemplos dados por los depredadores del erario y los criminales que basados en la impunidad que ha dado el poder por décadas, han sembrado la semilla para que las nuevas generación aspiren a puestos públicos, pero para lo mismo y no para corregir los tantos entuertos que adornan esta caricatura de civilización selvática.

Hemos educado a las nuevas generaciones con nuestros ejemplos de robo, ilicitud, depredación, dinero sucio, crimen organizado, el poder lo puede todo, somos gobierno: a lo que vinimos. Y ahora no hay forma de dar marcha atrás. Llegamos con dinero sucio y hay que cumplirle a la mafia y el precio se ve cada día.

Pasar de la zona de confort en la que estamos como sociedad, a la indignación y rabia colectivas, será necesario para cambiar el estado de cosas, y comenzar a llamar al pan pan y al vino vino, y que la República Dominicana tenga un nuevo comienzo una nueva oportunidad como sociedad y como familia. Créanme, que los malos no son los mafiosos, ni los capos, sino los políticos bandidos y codiciosos, que cambiaron el fin por los medios, que heredaron y aprendieron que en Dominicana, si estas en el poder todo se puede, pues el poder vienen con el adornito de la impunidad.

Lo único positivo de todo esto es que ya nadie cree en los cantos de sirena que los mismos depredadores del ayer y de hoy, quienes nueva vez aspiran a ser votados para lo mismo, ya nadie cree en ustedes.

Y no quiero llamarlos por sus nombres, pues saben que no pueden mirarse al espejo, aunque careciendo la mayoría de escrúpulos y con empatía cero, de repente lo hacen y sonríen orgullosos de su nuevo plan depredador.

Ojala que los dominicanos despertemos para el bien y nos demos la oportunidad de tener gobiernos que se respeten y que respeten a la familia dominicana.

 

Por Julián Padilla

Comenta