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27 de diciembre 2025
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CUESTIÓN DE SEGUNDOS

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Por Andrea Stephany García Jiménez

Una madre puede tardar horas en dar a luz. Pero el instante exacto en el que una vida llega al mundo… es cuestión de segundos.

Y en esa misma brevedad —en ese mismo parpadeo— también puede cambiar todo. Un paso en falso, un temblor, una grieta invisible, una explosión que nadie espera. La vida no avisa. Solo sucede.

Vivimos creyendo que tenemos tiempo. Que siempre habrá un «mañana», que esa salida que planeamos no será la última. Pero la verdad es más cruda: estamos aquí hoy, y mañana… no lo sabemos.

Lo vemos cada vez más seguido. Catástrofes naturales, tragedias que parecen sacadas de una película, y aviones que no llegan a su destino. Lo vemos, pero a veces no lo sentimos… hasta que nos toca de cerca.

Y esta vez, le tocó de frente a la República Dominicana. Esta vez, no fue un país lejano ni un titular distante. Esta vez fue aquí. Fue en el Jet Set. Un lugar conocido, cotidiano, familiar para muchos. Un sitio donde la gente iba a bailar, a despejarse, a vivir un poco.

La noche prometía alegría. Música de Rubby Pérez —que ya no está entre nosotros—, ropa bonita, amigos riendo, vasos chocando. Pero en cuestión de segundos, todo cambió. El techo colapsó y, con él, también los planes, las risas, los sueños.

No hubo tiempo de correr. Solo gritos, polvo, caos, y luego… silencio.

Familias enteras quedaron marcadas por el dolor. Madres buscando a sus hijos entre los escombros, hermanos desesperados gritando nombres, parejas que salieron de casa tomados de la mano y ahora solo uno volvió. Más de 200 muertos. Cientos de heridos. Una herida abierta en el corazón del país.

Y mientras algunos ya han podido velar a los suyos, muchos otros siguen esperando. Porque el INACIF está colapsado. Porque no todos tienen apellido o conexiones. Porque, tristemente, hasta en el duelo hay desigualdad. Algunos ya han enterrado a sus muertos. Otros ni siquiera saben si podrán reconocerlos.

Esto no debería pasar. Ninguna persona debería morir en una discoteca. Ninguna familia debería recibir una llamada a medianoche para identificar un cuerpo. Ninguna fiesta debería terminar en tragedia. Y sin embargo, pasó.

¿Y ahora qué?

Ahora nos toca llorar. Nos toca exigir justicia. Nos toca abrazarnos más fuerte, mirar a los ojos de quienes amamos y decir lo que muchas veces dejamos para después. Porque la vida, al final, es eso: una cuestión de segundos.

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