*Porque la universidad es otra cosa
Quienes valoran la vida, reaccionan con una extremada sensibilidad humana y no divagan cuando ella está en juego.
Esas personas conocen de que para hacer cosas y ser contributivo humanamente hablando, debe haber vida y saben que a pesar de la importancia que ella tiene para la realización humana, ésta se pierde en un instante y por cualquier descuido o deficiencia.
Cuando preservar la vida, independientemente de las circunstancias pasadas, presente o lo que pudiese suceder en el futuro, depende de uno o varios terceros, hay que estar a merced de la responsabilidad y sensibilidad de ese o esos terceros si es que realmente las poseen.
Hasta donde ese o esos terceros, están en capacidad de valorar la vida de un ser humano que esté en juego, será hasta donde exista la posibilidad de garantizar la supervivencia de esa persona.
Evidentemente que el oído, debe avivarse ahora, porque la respuesta es obvia, ya sabemos por quién o por quiénes han doblado las campanas.
Ya se agotó el tiempo y las lamentaciones por las displicencias que pudieron paralizar el conteo en cifras mínimas, no fueron suficientes y el conteo concluyó en cifras máximas que produjeron el dolor en muchos que difícilmente el tiempo pueda borrarle.
El transitar hacia una catástrofe debería medir consecuencias y su régimen, mucho más en la valorización de hasta donde se pudiese medir el posible aporte social en la preservación de vidas jóvenes y de otras no tan jóvenes cuya impronta fue de grandes satisfacciones sociales, pérdidas por la irresponsabilidad pasada y la displicencia del momento de las decisiones para minimizar consecuencias funestas.
La impotencia produce mudez en quienes el dolor los abate, a sabiendas de que los oídos de la “irresponsabilidad oblicua”, no oyen porque sus miradas son verticales y no horizontales y no escuchan por no tener respuestas deseadas y, ¿para qué concentrarse en lo que se dice si lo que interesa es la simulación exenta de preocupación.
Total, siempre la irresponsabilidad juega al tiempo porque, él se va y no vuelve, arrastrando con él la memoria del dolor, porque ésta y por suerte, nunca es eterna.
Mientras tanto, acompaño a cada uno de los que hoy sufren la consecuencia de la catástrofe y ciertamente le aseguro, que su impotencia ante lo que somos, ante la insensibilidad del entorno de opulencia institucional del Estado y de su entorno externo que lo alimenta, no es exclusiva de ustedes, yo también la padezco en cada momento de mi vida en que observo el estereotipo de la displicencia de Estado.
AUTOR: DR. PABLO VALDEZ
