Hay un punto en la carrera donde comienzas a cuestionarte sobre tu crecimiento y el impacto que estás dejando. Ese instante llega quizás en una charla alguien te dice: “Gracias por tus palabras aquel día, me cambiaron la perspectiva”, o cuando ves que un miembro del equipo se atreve a expresarse porque sabe que lo escucharás.
Eso me hizo comprender que, sin intención explícita, había empezado a liderar. No desde un puesto o autoridad impuesta, sino desde una manera de estar presente.
Después de redibujar mi camino, redescubrir mi motivación y reencontrarme en medio del éxito, comprendí que el liderazgo surge cuando ya no necesitas demostrar nada, solo mantener coherencia con lo que crees, haces y dices.
Descubrí que liderar con propósito no es dar órdenes, es cuidar sin invadir, guiar sin forzar, y ser esa persona que hubieras querido encontrar al inicio de tu camino, porque el liderazgo que transforma no tiene un micrófono, no está en las presentaciones o métricas, está en los gestos que no buscan aplauso, pero sí conexión.
En mi experiencia, el liderazgo nace del trabajo interno, de todas las veces que elegiste no rendirte, de las pausas incómodas que tomaste para reconectar contigo, de los límites que marcaste con respeto, de las ocasiones en que decidiste cuidar tu energía… y también la de otros.
Y entonces, algo cambia:
Tu experiencia comienza a enriquecer.
Tu voz se convierte en un punto de referencia.
Tu historia deja de ser únicamente tuya y se transforma en una posibilidad para otros.
Aprendizaje
Cuando lideras con un propósito, comienzas a construir desde la coherencia interna y dejas de actuar para cumplir con las expectativas de los demás.
Por: Belma Polonia González.
Profesional en Gestión Humana, enfocada en el desarrollo del talento, la cultura
organizacional y el bienestar laboral. Apasionada por crear experiencias que conecten a las personas con su propósito profesional y humano.
