ENVÍA TUS DENUNCIAS 829-917-7231 / 809-866-3480
28 de diciembre 2025
logo
OpiniónAnn SantiagoAnn Santiago

Cuando la noche se derrumba y nadie vio la grieta

COMPARTIR:

La noche dominicana tiene nombre y apellido: Jet Set.
Un sitio donde generaciones han ido a bailar, a ligar, a olvidarse del mundo por un par de horas.
Pero el 8 de abril de 2025, la música no se detuvo… se desplomó.
Literalmente.

El techo colapsó en plena presentación de Rubby Pérez.
Sí, el mismo Rubby. El eterno. El de siempre.
Y de repente, todo fue gritos, polvo, sangre, confusión.
Más de 45 heridos. Al menos 12 muertos. Y una pregunta que no se puede barrer debajo del escenario:
¿cómo carajo se cae el techo de un sitio que lleva décadas siendo ícono?

La respuesta duele. Y molesta.
Porque aquí todo se deja “pa’ después”.
Porque las inspecciones son una formalidad.
Porque mientras la botella se vende, mientras el show siga, nadie mira pa’ arriba a revisar si hay grietas.
Hasta que la grieta lo traga todo.

Y este incidente, además de tragarse una noche completa, nos escupe en la cara una verdad que siempre hemos preferido ignorar:
la fragilidad de nuestras infraestructuras y la necesidad urgente —no decorativa— de garantizar la seguridad en espacios donde se junta tanta gente.
Jet Set no era un colmadito improvisado. Era símbolo. Tradición. Glamour envejecido pero vivo.
Y aun así, se cayó. ¿Entonces qué nos espera en los lugares sin nombre ni historia?

Esto no fue solo un accidente. Fue una negligencia disfrazada de sorpresa.
Fue un país que se acostumbra a rezar cuando ya pasó lo peor.
Fue el reflejo de lo que somos: fiesta por fuera, ruina por dentro.

Las autoridades hicieron lo que les tocaba. Ambulancias. Declaraciones. Tweets.
Pero no podemos vivir a punta de reacciones.
No puede ser que tengamos que esperar que mueran 12 para entonces revisar estructuras, papeles, permisos.
No puede ser que cada tragedia nos agarre con los pantalones abajo y el alma hecha nudo.

Hoy es el Jet Set. Mañana puede ser cualquier otro lugar.
Una escuela. Un hospital. Una iglesia. Una plaza.
Porque aquí todo se cae… menos la costumbre de ignorar lo importante.

Y no, no es momento de buscar culpables al azar. Es momento de asumir responsabilidades reales.
De preguntarnos quién revisó, quién firmó, quién se hizo el loco.

Porque mientras un funcionario cobra sin trabajar, hay una madre llorando a su hijo muerto bajo los escombros.
Mientras alguien se inventa una inspección en papel, hay un país entero temblando por dentro.
Y mientras seguimos celebrando con fuegos artificiales, se nos cae el techo encima.

Que esto no sea otra noticia que se olvida cuando llega la próxima.
Que esta vez, de verdad, alguien responda.
Y que los que quedaron vivos, no tengan que volver a sobrevivir al mismo descuido.

Aquí no se cayó solo un techo.
Se cayó la ilusión de que estamos seguros cuando salimos a disfrutar.
Se cayó la confianza.
Se cayó la noche.

Y esta vez, no hay merengue que lo tape.

Comenta