Como todos sabemos —porque yo siempre pienso que somos todos y que sabemos— estar en apuros es estar envuelta en una situación comprometedora. Una de esas donde no sabes bien cómo resolver o escapar.
Ahora imagina estar en apuros… y además, embarazada.
Vamos a empezar siendo sinceras: no todas las mujeres están felices cuando se enteran de que están embarazadas. No todas brincan de emoción. Para muchas, la noticia llega cargada de confusión, miedo, negación… resignación. Todo. Sí, todo, al mismo tiempo.
Seamos aún más honestas: al menos el 85% de los embarazos —y me atrevería a decir que incluso más— no fueron planeados. Llegaron así, sin invitación. Porque falló el método, porque dijiste «una vez no pasa nada», porque no pensaste que podría pasarte a ti… pero pasó. Y aunque suene feo, la primera pregunta que muchas se hacen es: ¿quiero tenerlo?
No se dice, no se admite, pero se piensa. Porque en un segundo tu vida entera se pone en pausa. Tu presente, tu futuro, tus sueños, tus miedos. Todo empieza a girar alrededor de una sola pregunta: ¿qué voy a hacer ahora?
Luego viene esa segunda fase. Esa en la que miras las cosas con más madurez, con algo de empatía por ti misma, y decides seguir adelante. Decides permitir que ese bebé nazca, aunque todavía no lo sientas tuyo, aunque todavía no lo ames. Porque sí, no todas lo sienten de inmediato. Y eso también está bien.
En esa etapa, la maternidad no es un cuento de hadas. Es una adaptación. Es un “sí” que aún no entiendes del todo, es una montaña rusa de emociones donde conviven el miedo, la ternura, la incertidumbre y la esperanza… todo a la vez.
Después viene la parte visible. El cuerpo que cambia. Las preguntas incómodas. Los comentarios que nadie pidió. «Qué gorda estás», «te creció la nariz», «mira esas estrías».
Y tú, que ya te has visto mil veces en el espejo, que ya peleas con tu reflejo cada mañana, ahora tienes que aguantar también las opiniones de todos los que creen tener derecho a opinar sobre tu cuerpo.
No, no siempre es mágico. No siempre es lindo. Es vulnerable. Es una etapa de desgaste físico y emocional. Así que, por favor, si ves a una mujer embarazada, trata con delicadeza. No hagas chistes sobre su peso, ni la bombardees con consejos que no pidió. Ella ya tiene suficiente con su propio torbellino interno.
Y si eres tú la mamá en apuros, quiérete. Abrázate. Acéptate. Sé honesta contigo.
No tienes que repetir el discurso de que fue “el momento más feliz de tu vida” si no lo fue.
Y si algún día tu hijo o hija te pregunta cómo llegó al mundo, cuéntale la verdad. Dile que tal vez no fue planeado, pero que fue recibido. Que quizá te tomó por sorpresa, pero elegiste amarle. Porque no todos los accidentes son errores. Algunos llegan a sacudirte la vida… y a darle sentido.
Pero esa, claro, ya es otra historia.
