Ser creíble en estos tiempos de pos verdad es una prerrogativa a lo que muchos apuestan pero solo los más visionarios invierten de pensamiento, palabra y obra; donde decir suele ser más fácil que hacer y en un contexto donde todos somos influenciadores, independiente de si estamos conscientes o no del impacto que nuestras acciones u omisiones tienen en nuestro entorno, cada vez más globalizado.
Reciente compartía con un selecto grupo de entrañables amigos y en el momento de la comida, se me ocurrió la broma de decirles que no soltaran el plato que cada uno había tomado porque debajo este tenía un número para concursar en una rifa sorpresa, y la sorprendida fui yo al ver cómo sin dudar la mayoría empezó a buscar su número ganador.
En medio de la chanza, me dieron una gran lección al decirme que obviamente no dudaron ni un segundo de mi afirmación porque en ese grupo se me reconoce como una persona honesta y solo espero que esa percepción sobre mi carácter no haya cambiado al probar un poco del humor ¨inteligente¨ que me caracteriza.
Comparto esta anécdota, porque me lleva a la reflexión del alto nivel de cuestionamiento con que vivimos en nuestro país e ilustra perfectamente como la confianza y la coherencia son intangibles tan valiosos que usualmente son las columnas que soportan la estructura de la reputación de una persona, marca, producto u organización; ya sea en el contexto social, político o económico.
La enseñanza es simple: Si una persona es honesta, a priori le creemos hasta una mentirilla; empero como decía Aristóteles ¨el castigo del embustero es no ser creído, aun cuando diga la verdad.¨