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19 de diciembre 2025
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OpiniónFrancisco Cruz PascualFrancisco Cruz Pascual

¿Cotorra de borracho?

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Las habilidades de comunicación del honorable señor presidente de la República Dominicana son formidables. Se trata de un dominio cabal del conjunto de destrezas que permiten a una persona interactuar de manera efectiva con otros, tanto de forma verbal como no verbal.

Nuestro presidente ha demostrado dominio de estas habilidades fundamentales para el éxito en diversos ámbitos de la vida, incluyendo el personal, profesional y social, destacándose sobremanera en el dominio del arte de la comunicación política.

Es una lástima que tan potente cualidad se desperdicie en la banalidad de prometer y no cumplir sus promesas, quizás por la inoperancia institucional de su gobierno. La democracia sufre daños cuando los líderes políticos hacen promesas que no cumplen, generando desconfianza y desafección entre los ciudadanos y las instituciones. Las consecuencias de esa realidad palpable de incapacidad de gerencia en los ministerios y las demás estructuras organizacional del Estado, recaen sobre el presidente, como primer gestor.

Es indudable, que este incumplimiento de promesas puede llevar a la erosión de la confianza en el sistema democrático, afectando la participación ciudadana, no solo en las elecciones sino en el funcionamiento efectivo de la democracia.

A continuación, coloco en la palestra ejemplos como la reforma policial, un excelente proyecto se ha convertido en poco menos que un cambio de imagen visual, porque poco ha cambiado la actitud y se percibe poca aptitud en alistados y oficiales frente a la percepción de la gente común.

El uniforme, por ejemplo, está muy bonito y genera confianza en una parte de la población, pero, no genera respeto en la colectividad.

La confianza y el respeto son dos conceptos relacionados pero distintos, ambos cruciales para construir relaciones sólidas entre las personas. La confianza se basa en la seguridad y la creencia en la fiabilidad de alguien, mientras que el respeto implica valorar a alguien por su dignidad y derechos, independientemente de su comportamiento.

La confianza se adquiere a través del tiempo, porque se construye por vía de acciones consistentes y demostraciones de fiabilidad. Esto implica la creencia en la capacidad y honestidad de alguien (en este caso del policía), cuya confianza se sustenta en la expectativa de que el uniformado actuará de manera predecible y beneficiosa para los contribuyentes.

La nueva policía no ha depurado a sus miembros, no ha realizado exámenes psicológicos ni toxicológicos. Sin esto pasos previos, no podemos hablar de transformación policial.

El discurso político desde el actual gobierno viene creando desconfianza y desafección, porque el incumplimiento de promesas electorales socava la confianza de los ciudadanos en sus representantes y en el propio sistema democrático.

Se trata de que los ciudadanos sienten que sus voces no son escuchadas ni tenidas en cuenta, lo que puede llevar a la apatía política y a la disminución de la participación de la gente común en la solución de los problemas, colocándose en el escenario social con actitudes crispadas, como se ha visto en múltiples ocasiones frente a la autoridad policial.

El Gobierno prometió en 2020 construir 62 mil viviendas y no se han construido 20 mil al 2025. Se comprometieron con la entrega de cientos de miles de títulos a familias que ocupan terrenos del Estado y eso se ha quedado en el aire, salvo mínimas excepciones. Se prometió la creación de 600 mil nuevos empleos formales y una justicia independiente. La primera promesa se ha convertido en inorgánica y la justicia independiente solo somete a los supuestos corruptos de la oposición.

El Gobierno en la campaña del 2020 prometió bajar los impuestos y aumentar la recaudación y ha hecho todo lo contrario.

Pero, lo más penoso del discurso lo encontramos en el famoso contrato del AREODOM, renegociado por 30 años, (en un hecho sin precedentes cercanos), con un adelanto de 775 millones de dólares, prometidos para obras sociales. Como justificación de esa negociación en tiempos electorales de reelección, se prometió asfaltar los municipios de La Caleta y Boca Chica en los alrededores del aeropuerto José Francisco Peña Gómez, y todavía no inician a esta fecha los trabajos.

Con esos recursos se anunciaron obras en Santo Domingo y, la vía expresa Plaza de la Bandera. Se inició recientemente la vía expresa para conectar con la autopista 11 de noviembre, pero, se tomaron 3 préstamos adicionales para iniciar y avanzar dicha construcción. Se dijo que con ese dinero de AREODOM, se construiría un puente elevadizo en el rio Ozama, en donde se encuentra el Puente Flotante. Esa promesa fue hecha en 2023 y hasta hoy no se ha puesto ni media varilla.

Se anunció la construcción de un nuevo puente al lado del Jacinto Peinado; el paso a desnivel en el cruce de Sabana Perdida con la avenida Charles de Gaulle y no han vaciado una funda de cemento.

Se dijo que se construiría una nueva unidad traumatológica en la provincia San Cristóbal y todavía no se concluye, a casi tres años de su anuncio. Se prometió una serie de obras deportivas en todo el país y todavía no tenemos noticias de esto, ni del destino de los 18 millones de dólares anunciados para financiarlas.

La mayoría de obras iniciadas en 2020, no se han concluido.

Hay que repetirlo muchas veces, el incumplimiento reiterado de promesas puede ser un síntoma de una democracia defectuosa o en patología de erosión. Esto significa que las instituciones democráticas pueden estar debilitándose, perdiendo legitimidad y capacidad para responder a las necesidades de la población. De ahí, que las promesas incumplidas puedan ser percibidas como una falta de respeto por los ciudadanos y una violación a sus derechos. Esto puede generar descontento social y poner en peligro la legitimidad del gobierno y de las instituciones democráticas.

Si la confianza en la democracia se erosiona, se pueden generar diversas consecuencias negativas para el gobierno y el país. El peligro ante esta situación se agrava ante la falta de una oposición que levante la esperanza del pueblo en un cambio de rumbo que satisfaga con sus propuestas los anhelos populares más sentido, para bien de la estabilidad democrática.

Pero, ante la falta de esperanza de las clases marginadas, pueden surgir movimientos populistas y con ello la desestabilización social e incluso la violencia política.

Los ejemplos sobran, y no solo en América Latina.

Ante este panorama, los que como yo tenemos fe en la democracia, debemos advertir: Cuidado con transformar el discurso político en “cotorra de borracho”, porque podemos perder la paz social que disfrutamos y que tanto a costado a la nación dominicana.

Por Francisco Cruz Pascual

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