En una tarde cualquiera, entre papeles sueltos y libros viejos, encontré un pedazo de historia que, lejos de dormir el sueño de los justos, parece haber despertado con más fuerza que nunca. Un editorial de Listín Diario, fechado el 15 de junio de 1986, escrito muy probablemente por don Rafael Herrera, una de las voces más respetadas del periodismo dominicano. Lo que allí se dice no necesita actualización: parecería escrito ayer, y esa es, precisamente, la verdadera tragedia.
Un editorial de 1986 que parece escrito ayer
Corrupción, impunidad, cinismo colectivo… Un texto hallado en un viejo archivo nos recuerda que el tiempo pasa, pero los males se reciclan. Hoy, esta reflexión resurge con una vigencia inquietante. ¿Seguimos atrapados en el mismo ciclo?
A continuación, reproduzco el texto íntegramente, tal como fue publicado:
‘Divagación Dominical’, fechado 15 de junio del 1986, que dice, entre otras cosas: ‘Somos un país de ex corruptos, actuales corruptos y futuros corruptos… Todos somos corruptos o culpables de la corrupción… lo cual equivale a otra forma gravísima de corrupción, que es la de absolvernos todos… y… aunque parezca mentira, la mejor fórmula contra la corrupción es el famoso Borrón y Cuenta Nueva… Porque… la búsqueda de sanciones para delitos del pasado se ha convertido en persecución y venganza política, con blancos favoritos y olvido y exculpación de allegados… de ahí el ‘Borrón’ como factor de paz social”.
¿Qué tan lejos estamos del 86?
República Dominicana vivía, en 1986, el fin de una etapa y el comienzo de otra. Se avecinaba el regreso de Joaquín Balaguer al poder. El país, como tantos otros en América Latina, se debatía entre la promesa de modernización democrática y la sombra persistente del clientelismo, la impunidad y la cultura del “tú me das, yo te doy”.
Y sin embargo, leer este editorial hoy no despierta nostalgia, sino inquietud. Lo que se describía como un estado generalizado de corrupción —pasada, presente y futura— sigue siendo una percepción colectiva profundamente arraigada. Cambian los nombres y las caras, pero la sensación de circularidad permanece.
¿Borrón y cuenta nueva?
Uno de los puntos más polémicos del texto es su defensa —matizada, irónica o resignada— de la fórmula del “borrón y cuenta nueva” como única salida posible. Herrera, lúcido como era, entendía que la búsqueda de justicia por delitos del pasado podía ser utilizada políticamente como herramienta de venganza. Y no se equivocaba: lo hemos visto una y otra vez, en gobiernos de todos los colores, donde las auditorías solo se activan cuando cambia la administración.
El dilema persiste: ¿cómo encontrar justicia sin alimentar la revancha? ¿Cómo castigar sin caer en la trampa del espectáculo mediático o del juicio selectivo? La paz social no debería basarse en el olvido, pero tampoco en la cacería arbitraria.
Todos somos culpables
La frase más incómoda del editorial es también la más necesaria: “Todos somos corruptos o culpables de la corrupción”. Porque pone el foco donde menos gusta: en la sociedad, no solo en el Estado. Habla del silencio cómplice, del conformismo, de esa ética flexible que justifica el atajo mientras sea en beneficio propio.
Esa corrupción de a pie, la cotidiana, es la que sostiene la estructura. El que busca una “ayudita” para un trámite, el que se salta la fila, el que calla cuando ve lo indebido. Esta es, quizás, la parte más difícil de erradicar: la que no se ve en titulares, pero que está en todas partes.
Hoy: más escándalos, menos consecuencias
Vivimos en la era de la transparencia forzada: filtraciones, redes sociales, escándalos al minuto. Y sin embargo, la indignación se disipa tan rápido como llega. La corrupción ya no escandaliza, apenas irrita. La repetición ha anestesiado la conciencia colectiva.
Hoy tenemos más leyes, más organismos de control, más periodistas valientes. Pero la estructura clientelar sigue, el sistema político sigue premiando la lealtad por encima de la competencia, y la justicia —aunque más activa— sigue arrastrando los pies.
¿Cómo romper el ciclo?
La respuesta no está en una figura mesiánica ni en una ley mágica. Está en la conciencia crítica, en la educación ciudadana, en la vigilancia activa y en la construcción de una cultura donde la honestidad deje de ser un gesto heroico y pase a ser lo normal.
Recuperar este editorial no es un acto de nostalgia. Es una advertencia. Si seguimos repitiendo los mismos diagnósticos sin actuar, en 25 años alguien encontrará este mismo texto y dirá, con la misma mezcla de asombro y tristeza: “parece que fue escrito ayer”.
Por Domingo Núñez Polanco
