Quizás poco a poco y a fuerza de tropiezos podremos ir logrando cohesionarnos como nación. Pocas veces estamos de acuerdo en aspectos esenciales para nuestra vida institucional y para cuidar nuestros intereses internos y defendernos de las dificultades que nos llegan desde el exterior, aún de aquellos organismos a los que pertenecemos.
Es imposible alcanzar un nivel de coincidencia en las posiciones. Cada quien tiene su criterio de cómo defender nuestros intereses y de cómo visualizar al país. En eso igual somos caóticos de pensamiento. En asuntos que cualquier nación estaría unida, nosotros encontramos una fuente de división en los criterios y en las posiciones.
El tratamiento a los temas con Haití es quizás lo que revela ese pensamiento roto de los dominicanos. Nunca hemos sabido qué hacer con esos vecinos, y cuando hacemos algo somos excesivos o demasiado flexibles. La dictadura produjo la matanza en el 1937, una respuesta de fuerza característica de un régimen de igual naturaleza. Y la democracia no ha sabido en la ley establecer con claridad las soluciones para bregar con los haitianos.
Cuando no es que las normas no parecen precisas y suficientes para solucionar los problemas que se derriban de esas relaciones inevitables, fallamos en la parte de cómo gerenciar dichos temas. Dejamos todo al tiempo y luego tenemos unos enredos en que las normas parecen hacerse insuficientes para solucionarlos.
La misma actitud hemos tenido en nuestra política exterior más allá de Haití. La ineficacia de nuestra diplomacia dominicana ha sido patética. No hemos sabido tener una ofensiva que nos permita explicar lo que hacemos y porqué lo hacemos, así hemos tenido la carga y nos dan con el fuete.




