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26 de abril 2024
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OpiniónRolando RoblesRolando Robles

Con causales o sin ellas, hay que pasar la página

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Confieso que prefiero no “llover sobre mojado”, porque tal costumbre es propia de los que se sienten tocados por el destino para hacer cambiar la mentalidad de los humanos ante los grandes transes históricos. Esos febriles moldeadores del pensamiento colectivo, que repiten una y otra vez -con el ritmo y la cadencia de los rezadores de velorio- las “buenas nuevas” que emanan de sus oráculos y que han de ser el padre nuestro de las masas desposeídas de raciocinio.

Hablo de esas personalidades que presumen de un liderazgo -sea real o ficticio- y que deben ser persistentes y tenaces, so pena de perder el prestigio ganado o usurpado; sabrá Dios, con cuales añejas y perversas prédicas de milenaria data.

El caso es que yo soy un hombre común y corriente, que únicamente digo lo que pienso y creo; y a propósito de las tres causales que pudieran permitir el aborto legalmente, deseo compartir mis pareceres, reconociendo que no soy imparcial. Que soy “provida” y que, además, apoyo el derecho de la mujer a disponer de su cuerpo, especialmente en asuntos que sólo ellas, por orden de Dios y la naturaleza, tienen exclusividad en la decisión.

En esta singular coyuntura, recomiendo a mis hijas que eviten el aborto, pues, en definitiva, no es bueno. Pero que, si se presenta una situación de las previstas en las causales, en ninguna circunstancia permitan que otros decidan por ellas, incluido yo. Claro, para mí el aborto es tan sólo un mal social y está condicionado al momento que vive la humanidad. No creo, ni imagino siquiera, que Dios haya dejado constancia clara de que “lo condena de manera absoluta”.

 

Lo que si creo es que, hay gente que usurpa el poder de Dios y quiere actuar como su lugarteniente; un papel que definitivamente, nunca han podido probar que el Creador les haya otorgado. Sólo hay que darle un vistazo a la historia y comprobaremos que dicho decreto, nunca ha sido firmado por Dios o por alguno de sus ministros, si es que existieran.

 

Dejando de lado los aspectos divinos y religiosos del asunto y tratando los de carácter más mundanos, que son los que nos corresponden, enfoquemos el asunto dentro del marco puramente legalista. Lo primero es que la Constitución vigente garantiza la vida desde el momento mismo de la concepción y ninguna ley puede obviarlo y mucho menos negarlo. Esto obliga a una modificación, pero ¿hay posibilidad alguna de modificar la Carta Magna hoy, para tales fines?

 

Sin respuesta clara para esta primera interrogante, veamos otras aristas de este problema. En este momento, la sociedad dominicana está dividida en dos grandes bandos, en lo relacionado con el aborto y sus causales. Y esta división no surgió porque el presidente Abinader se pronunciara sobre el asunto en su reciente entrevista con el diario español. Hace tiempo que los religiosos están “cuadrados” en contra de la sociedad civil que solicita se permita el aborto en las condiciones especiales que establecen las causales.

 

Es de rigor precisar que esa denominada “sociedad civil”, capitaneada -entre otras organizaciones- por la prestigiada Participación Ciudadana, durante mucho tiempo fue el instrumento de penetración de las políticas extranjeras en el país y/o en el gobierno; y que buena parte de su personal, cuando se rompieron los nexos (sociales y económicos) con el gobierno de Donald Trump, abandonaron el viejo “imperialismo americano” y se arrimaron al nuevo “imperialismo chino”.

 

Probablemente, esa repentina idea de cambiar de socio de los muchachones de la “sociedad civil”, arrastró a Danilo Medina y su PLD a romper con Taiwan y hoy están pagando las consecuencias de ese bizarro “salto de cacata”. Lo que nunca sabremos con exactitud es ¿quién arrastró a quién?; si fue Participación a Medina, o lo contrario. De todas formas, Abinader puso el punto sobre la “i” en la entrevista con El País, aclarando la posición del gobierno dominicano.

 

Entendiendo que, con este problema de las causales del aborto, no hay solución satisfactoria para las partes en conflicto. Se impone, por tanto, la búsqueda de salidas inteligentes, que allanen el camino a un acuerdo civilizado y obliguen a los bandos a aceptar lo acordado. La salida ideal pudiera ser el referendo establecido en el artículo 210 de la Constitución; solamente habría que votar la ley especial que lo regula. Si no hay suficiente voluntad política para aceptar una solución negociada, preguntémosle al pueblo, tal y como manda la Constitución.

 

Al resultado de un referendo, no se puede oponer nadie, porque es la máxima opinión nacional la que hablará; la voz del pueblo, que casi siempre tiene la razón. En el ínterin, se puede aprobar el tan necesario Código Civil, dejando fuera el asunto de las causales y proponer una reforma constitucional completa que, además de adecuar el articulo 37 a la realidad actual, también, introduzca los cambios que separen el Poder Judicial de la voluntad del Poder Ejecutivo.

 

Mi temor es que los vetustos sectores que se enfrentan, de uno y otro bando, se opongan a este mecanismo por el temor a ser repudiados por el voto popular y, en consecuencia, rechacen la consulta. Consulta ésta que, por demás, es no sólo legal sino, legítima, constitucional y oportuna.

 

 

¡Vivimos, seguiremos disparando!

 

 

POR ROLANDO ROBLES

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