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28 de diciembre 2025
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OpiniónYSAÍAS JOSÉ TAMAREZYSAÍAS JOSÉ TAMAREZ

Componentes físicos y humanos de la inteligencia artificial

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Durante muchos años, hablar de inteligencia artificial era hablar de códigos, cálculos complejos y modelos matemáticos que funcionaban en servidores y computadoras alejadas del contacto directo con las personas; fue una tecnología que operaba en silencio, desde las entrañas de los sistemas informáticos, sin embargo, con el paso del tiempo y el avance tecnológico, esta inteligencia comenzó a tomar forma visible. Hoy en día, la inteligencia artificial no solo se piensa, también se instala, se conecta y se observa. Los componentes físicos, aquellos dispositivos que permiten que la IA vea, escuche, se transporte o detecte, han ganado protagonismo y forman parte activa de la experiencia diaria en muchos espacios de los gobiernos de todo el mundo y los sectores empresariales demás prestigios globales.

En la actualidad, los sensores, cámaras, micrófonos y procesadores específicos no son simples accesorios de una computadora; son, más bien, las extensiones físicas de una inteligencia artificial que ya no se limita a procesar datos, sino que necesita captar el entorno para actuar; como explica Andrew Ng, uno de los pioneros de la inteligencia artificial moderna, “el hardware se está convirtiendo en los sentidos de la IA, tal como los humanos usamos ojos, oídos y piel para percibir el mundo”; esta afirmación permite entender cómo la presencia física de la IA ha crecido, conectando sensores con algoritmos para generar respuestas rápidas, automáticas y en muchos casos, automatizadas.

En tal sentido citamos el ejemplo claro de esta integración, donde se encuentran los sistemas de videovigilancia con reconocimiento facial. Inicialmente, las cámaras de seguridad eran dispositivos pasivos que grababan imágenes y requerían de una persona para su revisión posterior; con la llegada de la inteligencia artificial, las cámaras han comenzado a identificar rostros, comparar patrones faciales con bases de datos y emitir alertas de manera autónoma; esta capacidad no viene solamente del software, sino del avance en la calidad de las lentes, los sensores de imagen, los procesadores internos y la conectividad de red.

Desde la década de 1990, cuando comenzaron a surgir los primeros ensayos sobre visión computarizada, se hablaba de la posibilidad de que una máquina pudiera reconocer una cara humana; sin embargo, no fue hasta el desarrollo de hardware más potente y cámaras con mayor resolución que esta idea pudo convertirse en una aplicación práctica; en efecto, tal como lo explicó Fei-Fei Li, directora del laboratorio de IA de la Universidad de Stanford, “los algoritmos pueden ser brillantes, pero sin datos visuales de calidad y sin dispositivos capaces de captarlos, la inteligencia artificial estaría ciega”.

Así, se puede observar cómo los avances en componentes como las cámaras de alta resolución 8K, los sensores térmicos, los infrarrojos y los dispositivos de procesamiento embebido (como los chips especializados en tareas de IA) han hecho posible que una cámara no solo vea, sino que también interprete lo que ve. Por eso hoy, muchas ciudades del mundo han comenzado a implementar estos sistemas en estaciones de tren, aeropuertos, edificios gubernamentales y espacios de alta concurrencia; el reconocimiento facial, que hace una década parecía algo exclusivo del cine de ciencia ficción, se ha convertido en una herramienta aplicada en la vida real.

Este proceso de integración ha transformado por completo la idea tradicional de vigilancia; antes, el personal de seguridad dependía del ojo humano para detectar algo sospechoso; ahora, las máquinas hacen ese trabajo con una capacidad de análisis mucho mayor, revisando cientos de rostros en minutos y generando alertas automáticas; como indicó Yoshua Bengio, ganador del premio Turing y experto en aprendizaje profundo, “la inteligencia artificial funciona como un radar constante cuando se acopla a dispositivos físicos, y eso cambia por completo la escala y velocidad de nuestras acciones”.

Al observar el impacto de estos componentes físicos en contextos específicos, como el control de fronteras, la gestión de aeropuertos o la seguridad urbana, es posible identificar un patrón común: la automatización de tareas que antes requerían de la intervención directa de un ser humano; por ejemplo, en China, se han instalado cámaras en estaciones de tren que pueden identificar si una persona tiene antecedentes judiciales, mide su temperatura corporal y verifica si usa mascarilla, todo en segundos; esto ha sido posible no solamente por el software, sino por la calidad de los componentes instalados.

Cabe destacar que la evolución de la inteligencia artificial depende cada vez más del desarrollo conjunto entre el software y el hardware; no hay inteligencia sin datos, y no hay datos sin dispositivos que los capten; por eso, entender los componentes físicos de la IA no es solo una mirada técnica, sino una forma de reconocer cómo esta tecnología se ha integrado, casi sin darnos cuenta, en la arquitectura cotidiana de nuestras vidas.

En definitiva, las cámaras con reconocimiento facial representan solo una parte de este fenómeno más amplio; la IA se está materializando, no solo en forma de programas, sino también como objetos visibles que interactúan con el entorno; este proceso, que aún continúa en expansión, confirma que la inteligencia artificial ya no es una promesa lejana, sino una presencia física y concreta que moldea nuevas formas de mirar, actuar y decidir.

Autor: Lic. Ysaías J. Tamarez.

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