El tema migratorio ha despertado sentimientos encontrados entre los dominicanos. Especialmente con los que provienen de Haití. Muchos pudieran asumir que se trata de un problema racial, y no necesariamente es así. Las naciones más ricas tienen dificultades con sus vecinos más pobres por este mismo tema. Y si así es en todas partes, aquí también es igual aunque se asuma que se trata de un asunto del color de la piel.
Asumirlo así sería partir de un punto prejuiciado que en nada ayuda a la solución razonable. No hay punto de satisfacción para que el que se siente discriminado, mucho más por razones raciales. La emisión del reglamento para la aplicación de la ley especial de naturalización aún no encuentra una armonía definitiva de cómo tratar este problema. La mayoría de los sectores nacionales no acaban de tener una idea clara de qué tenemos que hacer con nuestros vecinos. Y es posible que cada quien tenga una postura disímil sobre la misma cuestión.
Esto no es más que un round de un asunto con el que tendremos que bregar siempre, y ahora con mucho mayor rigor con el que hemos tenido a lo largo de nuestra historia. Sólo le hemos prestado atención cuando las presiones internacionales se han hecho manifiestas. En el 1937 cuando la dictadura aplicó una solución de fuerza a la definición fronteriza y al tema migratorio, y ahora después que el Tribunal Constitucional emitió su sentencia 168/13 para definir el tema de la nacionalidad.
Hemos dado una solución en la democracia y eso implica hacer cumplir las normas que hemos establecido para solucionar el problema. Es obvio que tendremos que cuidar que esas reglas puedan ser aplicadas de manera adecuada para preservar la nacionalidad dominicana.




