Para ser un buen politico, hay que ser un buen actor. En Cataluña ha llegó la hora de la verdad. Es el momento en que los diferentes políticos de ambos bandos bajen a la realidad y expliquen a la ciudadanía la peligrosidad del momento. No es verdad que el viaje a Ítaca llevaría a Cataluña al «país de las maravillas», pero tampoco que padecería todas las plagas bíblicas. Es evidente que una «supuesta» independencia conllevaría consecuencias negativas y positivas. Hay que recordar que entre el negro y el blanco, existen tonos intermedios.
El conflicto entre los independentistas y el Estado es un diálogo de sordos. Unos hablan desde el sentimiento, y otros intentan apelar a la razón con la vista puesta en la próximas elecciones generales. A pesar de los mensajes de Obama, Merkel, Cameron o Junker, sobre una salida de la Unión Europea, si Cataluña se independiza unilateralmente, para muchos nacionalistas estas declaraciones son fruto de las presiones de la diplomacia española para difundir una campaña de miedo. La Unión Europea es un club de Estados, de ahí que si una parte de un Estado se separa, tendría que pedir la adhesión como nuevo socio. España, Francia y Alemania no están muy a favor por motivos geopolíticos. Diversas instituciones y personajes importantes han hecho referencia al «conflicto catalán» como a un asunto interno español. Del lado independentista argumentan que lo más democrático es votar. Se utiliza el victimismo como arma electoral con demasiada frecuencia. El problema se produce cuando una buena parte de la sociedad catalana no quiere ir a votar la separación del resto de España.
Desde el tratado de Westfalia (1648), los Estados-nación se han protegido con constituciones contra futuras divisiones unilaterales. El llamado «derecho a decidir» es un heufemismo que hace referencia a referéndum. Referéndum y consulta no son sinónimos, pero se los trata por igual, del mismo modo que «derecho a decidir» por autodeterminación. Un Estado (España) es un territorio que engloba diferentes regiones, países o naciones, bajo un mismo gobierno, que en la mayoría de los casos suele ser central.
Los partidarios de la independencia intentaron forzar la creación de bandos, sin conseguirlo. Los «independentistas» contra los «no independentistas». Los no separatistas, constitucionalistas o unionistas siguen el lema de «juntos mejor», pero sin hacer piña, ya que para ellos son unas elecciones parlamentarias más. Estos últimos no se toman en serio la amenaza de la declaración unilateral de independencia.
Algunos partidos fomentan una supuesta discriminación económica y cultural que no existe. Se cree que con la independencia se tendrán menos impuestos, más ingresos, menos inmigrantes y más trabajo. La independencia es la válvula de escape de muchos catalanes en un contexto de crisis económica y social. La gestión de CiU, ha quedado en un segundo plano. Las desigualdades aumentan como consecuencia del desmantelamiento de la sociedad del bienestar. Términos como pobreza energética o desahucios están a la orden del dia.
Muchos ciudadanos están convencidos de que siendo independientes tendrán un pais mejor. No habrá paro, corrupción, ni pobreza. La causa principal de la corrupción es la ambición humana, pero en Cataluña, en particular, es más frecuente, ya que algunos ciudadanos y empresarios buscan fórmulas para pagar menos impuestos y obtener más beneficios de un Estado al que consideran opresor. De momento, Cataluña no es un sujeto político, ni jurídico soberano. En los Estados, las leyes están jerarquizadas, y la Constitución está en la cúspide. Este es el motivo por el que las leyes actuales representan un muro infranqueble para los partidarios de la independencia.
A Francia, Alemania o Italia no les intereza una Cataluña independiente de manera unilateral. Esto sería un peligroso ejemplo para Flandes, Córcega, Padania y otras regiones. El derecho a decidir como se está planteando en Cataluña no existe. Según la ONU, solo se les reconoce este estatus a países sometidos a regímenes coloniales. Democráticamente, la legitimidad de una decisión unilateral debe asentarse en una mayoría amplia, superior al 70% del electorado con derecho a voto. El independentismo está muy lejos de esta mayoría. La sociedad catalana es muy compleja, y el reflejo de esta complejidad es el elevado número de partidos políticos. Algunos independentistas sueñan con una financiación similar al Concierto Vasco.
El conflicto vasco se solucionó de esta forma porque su peso económico en relación al PIB es solo del 4%. Cataluña representa, aproximádamente, el 20% del PIB, y su impacto, por tanto, afectaría se manera sensible al conjunto del Estado y provocaría fuertes tensiones con otras autonomías. A pesar de la singularidad catalana, el resto de España no vería con buenos ojos un trato preferencial hacia Cataluña, cuando supuestamente, todos los ciudadanos españoles son iguales.
En sociedades complejas, como la catalana, la población tiende a identificarse con el grupo étnico o social de mayor prestigio. Socioeconómicamente hablando es mejor, en el panorama actual, sentirse catalán que español. Este hecho hace sencillo adherirse al catalanismo o al independentismo, aunque los origenes sean andaluces o murcianos. Es una forma de reforzar la identidad y el egocentrísmo.
Al ser Cataluña una de las regiones más ricas de España, ha recibido mucha inmigración del resto del Estado y de otros países. El independentismo esconde la xenofobia de muchos ciudadanos, ya que plantean una idea reduccionista de quién es catalán. Con frecuencia se emplea la expresión: » los catalanes queremos votar y decidir nuestro futuro». Se olvida, concientemente, que no todos los catalanes quieren la independencia. El lenguaje independentista se torna en muchas ocasiones confuso, ambiguo y autoritario. Siguiendo este razonamiento, es lógico emplear recursos públicos para subvencionar actos independentistas. El que no está de acuerdo no es un auténtico catalán.
Durante las últimas décadas, con la excusa de la normalización lingüística, se ha aprovechado para favorecer, indirectamente, a los autóctonos y crear estructuras de Estado. En algunos trabajos se exige el nivel C de Catalán, algo complicado si no has nacido allí o si no es tu lengua habitual. Cuando el 52% de los habitantes utilizan el Castellano como lengua habitual, y el 48% el catalán, lo normal y lógico sería utilizar ambos idiomas en la enseñanza. En la realidad, el castellano está siendo apartado de la enseñaza. Si la población utiliza ambos idiomas, resulta incomprensible que en la educación pública solo se utilice el catalán como lengua vehicular. Conviene no olvidar que Cataluña forma parte, todavía, de un Estado (España) cuya lengua oficial es el castellano. Ante este problema, el Tribunal Constitucional estableció un 25% de clases en castellano, pero la Secretaría de Educació no respeta las sentencias.
Los Estados-nación modernos están creados con la idea de la solidaridad territorial como idea básica. Es decir, que las regiones más ricas suelen ser perjudicadas a través de los presupuestos generales del Estado. El «España nos roba» y el supuesto espolio fiscal obedecen a este hecho. Se calcula que el déficit fiscal de Cataluña con el resto del Estado es de unos 3.500 millones de euros, aunque en la práctica, esto es muy difícil de calcular.
La mayoría del Parlament no quiere decir, necesariamente la mayoría de la población. Solo un 30% de la población catalana se considera únicamente catalana. El 18% de la población es extranjera. Muchas personas contrarias a la independencia optan por no manifestar su opinión para no ser tachadas de anticatalanes.
En caso de ganar los partidarios de la independencia amenazaron con iniciar un proceso para separase de España en unos 18 meses. Los catalanes son gente pacífica y emprendedora. El discurso soberanista es ilusionante pero poco realista. Algunos analistas independentistas aseguran que podrían bajar el paro al 6%. Se olvida que algunas empresas como ya han avisado, abandonarían el país y la inversión extranjera bajaría. Según sus cálculos, todo sería positivo en una Cataluna independiente, hasta la financiación en los mercados internacionales.
Aproximádamente, el 60% del comercio catalán se realiza con el resto de España. Hay que ser muy iluso o inculto para pensar que una ruptura no afectará a la economía catalana, a las pensiones, a la prima de riesgo, a la inversión extranjera o a las exportaciones. Una Cataluña independiente podría funcionar. El problema no es económico, sino social y político. El incumplimiento de la ley, aunque no nos guste, es la delgada linea roja que no hay que traspasar. El choque de trenes se acerca y nadie quiere apartarse de la via. Cuando a nivel internacional, se habla del «proceso catalán» como un asunto interno de España, el mensaje es que en caso de conflicto, mirarán a otro lado. El «proceso» no está apadrinado por ningún organismo internacional importante. El independentismo está basado en el romanticismo y contra eso no existen argumentos en contra. Es absurdo dialogar con alguien que no quiere escuchar e impone sus condiciones en una posible negociación.
Algo que muchas personas no saben es que los escaños no tienen el mismo valor en la cuatro provincias catalanas. Los independentistas no quieren modificar la «ley D’Hondt», ya que les beneficia. El peso demográfico de Barcelona distorsiona la aritmética electoral. El independentismo es fuerte en las zonas rurales, y más debil en las grandes ciudades. El sistema electoral catalán, en su intento por equilibrar el peso demográfico de Barcelona y su área metropolitana, en donde vive el 74,8% de la población, ideó un sistema en el que cada provincia es una circunscripción. El resultado es una representación desigual que beneficia a las provincias menos pobladas.
En Tarragona, Lleida y Girona vive el 25% de la población catalana. Estas provincias salen beneficiadas, mientras se perjudica a Barcelona. Este hecho produce que los partidos soberanistas, fuertemente implantados en estas provincias, estén sobrerrepresentados. En Barcelona capital y su área metropolitana es en donde el soberanismo obtiene peores resultados. Esta es la razón por la que una mayoría de escaños no se corresponde con una mayoría de votos.
Esto quiere decir que a «Junts pel Sí» le cuesta 24.091 votos conseguir un escaño, mientras que al Partido Popular o a «Catalunya sí que es Pot» les cuesta más de 29.000 un escaño. En Lleida se consigue un escaño por cada 20.916 votos, mientras que en Barcelona se necesitan 48.521 votos. En Barcelona se necesitan más del doble de votos, cuando en Lleida solo vive el 5,7% de la población catalana. En un parlamento equitativo, en relación a la población, Barcelona debería tener 16 diputados más.
En general, la participación en las generales es más alta que en las autonómicas, debido a que una parte del electorado concebía las autonómicas como un asunto interno regional. Este hecho provoca que el catalanismo y el independentismo estén sobredimensionados en la representación política. Según los sociólogos, los independentistas y los que dicen sentirse más catalanes que españoles son más fieles con las urnas. Esto quiere decir que una alta participación beneficia a los no independentistas. Estaba previsto que la participación pasara del 68% al 72%, pero al final fue del 77,4 %. Una participación récord en unas autonómicas.
Como se esperaba, la lista «Junts pel Sí» ganó con claridad estas elecciones con 62 escaños, pero no obtuvo la mayoría absoluta. Una cifra insuficiente para gobernar en solitario. El problema de esta lista es que el número de escaños no es extrapolable al número de votos. La contienda está más igualada de lo que se pensaba. Fifty-fifty. Los partidarios de la independencia se han quedado en el 47,8% de los votos, es decir, cerca de 2.000.000 de electores. Para obtener la mayoría, «Junts pel Sí» necesitaban 68 de los 135 escaños. Mas y los suyos necesitan obligatoriamente pactar con la CUP, con el PSC o contar con el apoyo de algunos transfugas.
Socialmente, el independentismo no está legitimado por una amplia mayoría para declarar unilateralmente la independencia. La lista de Romeva, Mas y Junqueras aglutina los votos de Convergència Democràtica de Cataluña (CDC), Esquerra Republicana (ERC), Òmniun Cultural y la Asamblea Nacional Catalana (ANC). Estaba previsto que obteviera, más o menos, el 40% de los votos. Estaba claro que Romeva no sería el presidente de la Generalitat sino Artur Mas, aunque esto no está del todo claro debido a su imputación por el 9-N. La otra formación, netamente independentista, la CUP, obtubo 10 escaños, compensando las pérdidas de «Junts pel Sí». Todo parece indicar que se trata del partido que tiene la llave de gobierno. Rectificar es de sabios. Esta formación ha renunciado a una declaración unilateral de independencia porque han comprobado que no existe una mayoría suficiente que legitime esta desición.
El partido de Albert Rivera, Ciudadanos (Ciutadans) centra su discurso en una oposición a la independencia, pero sobre todo, en una necesaria regeneración de la política española. Es evidente que el antiguo Estado de las Autonomías surgido de la Constitución de 1978 está agotado y necesita una revisión o actualización. Para los soberanistas, la regeneración se ha solapado con el independentismo. Mucha gente piensa que al no poder cambiar España, es más fácil cambiar Cataluña. Ciudadanos (C’s) ha sido el gran beneficiado en estas elecciones. Se calculaba que este partido obtendría entre 20 y 21 escaños. El resultado final fue mejor de lo esperado. Los 25 diputados obtenidos le sitúan como el principal partido de la oposición. Este partido ha doblado el resultado de las anteriores elecciones. El aumento de sus votos procede de ex socialistas (18%) y populares (16%).
Un hecho sorprendente en estas elecciones es que la mayoría de los votantes elijieron en función de los ideales y los programas, relegando a los candidatos a un segundo plano. Inés Arrimadas es una novata en el panorama politico catalán. Algo parecido podría afirmarse del candidato de «Cataluña Sí que es Pot», Lluís Rabell. Una socia de Podemos que engloba a diversas fuerzas de izquierda, entre las que destaca Iniciativa per Catalunya Verds. En un contexto como el actual, monopolizado por el debate soberanista, la tradicional lucha de la izquierda basada en la igualdad social, el derecho de los trabajadores, la educación o la sanidad, se asemeja a predicar en el desierto. Su postura en relación al derecho a decidir les deja en el limbo. El debate de la justicia social está eclipsado por la independencia. Este partido obtubo un resultado peor que Iniciativa en las pasadas elecciones. De 13 paso a 11 diputados.
Se esperaba que el PSC fuese el partido más perjudicado de estas elecciones. En un ambiente polarizado su transversalidad era un inconveniente. Poca gente entiende su propuesta federal. Los esfuerzos de Miquel Iceta y su «tercera via» con una consulta pactada, no calleron del todo en saco roto. Los sondeos otorgaban a este partido entre 12 y 14 escaños e incluso algunos les daban 10. Al final los 16 obtenidos en estas elecciones le permiten aguantar el tipo sin sacar pecho. En las pasadas elecciones, el principal partido de la oposición estatal, obtuvo en Cataluña 20 diputados.
Estaba previsto que el Partido Popular Catalán (PPC) perdiera escaños de maner moderada. El descenso fue más pronunciado de lo esperado. De los 19 que obtubo en el 2012 ha bajado a 11. Se trata de un mal resultado relativo, ya que su posición en Cataluña es muy complicada. Es el partido de la derecha española, el partido que defiende con más rotundidad la unidad de España y el partido que ha gobernado la nación durante un periodo prolongado de crisis en el que se ha visto obligado a aplicar una politica de austeridad. La pérdida de votos en Cataluña les pueden hacer ganar muchos a nivel nacional en las próximas elecciones generales.
Unió Democràtica de Cataluña (UDC) era el último en discordia. Tras su separación de Convergència, los discipulos de Durán y Lleida afrontaban el reto de no desaparecer del Parlament. Su postura en favor de una consulta pactada les dejaba como los únicos catalanistas claros, sin embargo la polarización de estas elecciones planteadas en torno a la independencia les dejaban en fuera de juego. Al final no han obtenido representación parlamentaria.
Me ha sorprendido que el PP intente copiar la estrategia de Cameron respecto a Escocia, explicando la parte negativa de una supuesta Cataluña independiente. Se trata del Plan A. El Plan B consiste en comportarse como se espera de un partido nacionalista (derecha española) tradicional, negando cualquier referéndum por la via autoritaria. El resultado de estas elecciones «parlamentarias» camufladas de plebiscitarias no aclaran la relación entre Cataluña y el resto del Estado, y sobre todo con el Gobierno Central. A partir de ahora nada volverá a ser igual. Los independentistas no se conformarán con más autonomía o una mejor financiación, ya que su objetivo es la independencia. Del otro lado, se situará un Partido Popular más radical en su defensa de la unidad española con la recentralización del Estado como fórmula para luchar contra el separatismo. Es mejor que nos abrochemos los cinturones porque vienen turbulencias.
Cuando un pais no se une a otro voluntariamente, no puede decidir separarse unilateralmente. El proceso independentista se está convirtiendo en un callejón sin salida. El valiente Artur Mas va camino de un extraño suicidio politico. Mas está entre la espada y la pared. Si la CUP mantiene su palabra de no investir a Artur Mas, el resultado puede ser caótico.
¿Quién será el presidente, Mas, Romeva o Junqueras? ¿En caso de elegir a Junqueras, se quedaría el Estado de brazos cruzados y dejaría gobernar a una persona que ha manifestado su intención de declarar unilateralmente la independencia? Sin apoyos internacionales, esto sería hacer el ridículo. Esta circunstancia, espero equivocarme, nos llevaría a una suspensión de la Autonomía y a la formación de un gobierno de concentración provisional hasta las nuevas elecciones. Este hecho provocaría una inestabilidad social y económica de consecuencias imprevisibles. Es sorprendente y frívolo como muchos líderes nacionalistas contemplan la opción autoritaria como algo muy remoto.
Por Alcides Pimentel Paulino




