Por viejo el tema no deja de tener importancia actual y futura. Es mucho lo que se ha hablado de las trabas burocráticas en que se tienen que desenvolver nuestras actividades en la República Dominicana. Y, sobre todo, lo que ello significa en nuestras posibilidades de desarrollo económico, social y político.
Es más que obvio que se requiere de profundos cambios para modificar las condiciones de las relaciones sociales del país. La discusión en torno a la informalidad, las modificaciones al Código de Trabajo, y lo que ha dicho el ministro del Ministerio de Administración Pública, Ramón Ventura Camejo, no es más que parte de una misma cuestión a la que hemos venido dando de lado para no encararla con la decisión y claridad que ella requiere.
Las sociedades violentas, expresadas en las múltiples manifestaciones de la delincuencia y la maldad, están caracterizadas por grandes desigualdades económicas y sociales. Las brechas entre las clases sociales son enormes, tanto que resultan ofensivas, generan resentimientos y acaban con el sentido de solidaridad que debe adornar la condición humana. Hemos estado pasando las manos a los problemas, cuando en realidad requieren de grandes y profundos cambios estructurales. Es como aliviar el dolor en un escenario en que se requiere de una cirugía.
Es una pena que nuestro sistema político dominicano esté tan fragmentado, en su estructura como en sus ideas, como para no darse cuenta de la necesidad que tenemos de que se animen las voluntades hacia grandes y profundos cambios, aunque sin estridencia del populismo irracional y coyuntural. Es preciso pactar grandes líneas para poder reorientar el rumbo de una sociedad que hace mucho que nos está enviando señales.




