• Porque la universidad es otra cosa
La historia de Jacob y Laván, relatada en el libro del Génesis, es una de las más ilustrativas sobre la astucia humana, las consecuencias del engaño y la sorprendente justicia que emerge del tiempo y la experiencia. Jacob, aconsejado por su madre Rebeca, usó el disfraz, la estrategia y la oportunidad para arrebatar la bendición de la primogenitura a su hermano Esaú. Más adelante, este mismo Jacob se encontraría con su tío Laván, quien le devolvería con otra moneda de astucia, haciéndolo trabajar siete años por Raquel, pero entregándole primero a Lía. Luego, Jacob tuvo que trabajar otros siete años por la mujer que realmente amaba.
En ese ciclo de astucia, esfuerzo, y aprendizaje, hay una gran lección: cada Jacob encuentra en su camino a un Laván. En el mundo académico, y particularmente en el universo universitario, esta dinámica no es ajena. La universidad, que debería ser un espacio para la verdad, el mérito y la ética, no escapa a los conflictos humanos donde el poder, la política y los intereses personales pueden torcer procesos, alterar decisiones y vulnerar principios.
El Jacob académico
Hay muchos Jacob en nuestras aulas, pasillos administrativos y órganos de gobierno universitarios. Son aquellos que, muchas veces, alcanzan posiciones, becas o distinciones con cierta astucia, respaldados por figuras de poder o protegidos por mecanismos no siempre transparentes. Algunos llegan a la cátedra sin mérito suficiente, mientras otros ascienden por conexiones más que por competencias. A veces, hasta construyen su imagen académica sobre logros ajenos o sobre el silenciamiento de errores.
Sin embargo, la historia bíblica nos recuerda que incluso el más hábil puede ser sorprendido por una astucia mayor. Y es ahí donde aparece Laván, como símbolo del sistema, del aparato burocrático, del juego político que muchas veces se cobra su precio, no necesariamente con justicia, pero sí con consecuencia.
El Laván institucional
Laván representa esa parte del sistema universitario que engaña con reglamentos ambiguos, convocatorias maquilladas, concursos hechos a medida y promesas de progreso que nunca llegan. Es el poder detrás del poder, el que trueca el mérito por la conveniencia. Pero también es la cara del karma académico, ese que muchas veces devuelve a los actores su propia estrategia, ahora en su contra.
El profesor que una vez manipuló un concurso, es luego víctima de un reglamento mal interpretado. El estudiante que hizo trampa para aprobar, luego se enfrenta a un sistema que le niega una graduación por un tecnicismo. Así, Laván aparece no como una persona, sino como una estructura que reproduce sus métodos.
La lección
El relato bíblico no es un simple cuento antiguo, sino una advertencia atemporal: lo que se hace por astucia, se paga con astucia. Pero también es una invitación a transformar el camino. Jacob, tras años de trabajo y de lidiar con Laván, madura, cambia, y finalmente se reconcilia con su pasado. Su lucha con el ángel y el cambio de nombre a Israel simbolizan la transformación de quien aprende de sus errores.
En la universidad, ese es el desafío: que el Jacob de hoy no sea víctima mañana, sino protagonista de una renovación. Que el sistema no sea una red de Lavanes, sino una estructura ética que premie el esfuerzo y la transparencia.
Porque la universidad es otra cosa: o al menos, debería serlo.
Por Pablo Valdez
