Hay que hacer un amplio estudio de las razones para que los dominicanos rechacen trabajar la agricultura. En los últimos años hemos caído en una economía de servicios, sepultando el área rural.
Una mayoría de la marginalidad prefiere trabajar de moto-conchistas en cualquier esquina, y no sudar en la agro-industria o tirando mezcla en la construcción.
Tampoco les llena el servir de guardianes o personal auxiliar en edificios, torres y residenciales. No hay razón valedera para que los dominicanos desprecien esa forma de ganarse la vida.
Los haitianos emigrantes ilegales están llenando esas vacantes. Los dominicanos podrían rechazar esas ocupaciones por los bajos salarios, la no existencia de seguro médico, las pésimas condiciones laborales, pero para los haitianos es el paraíso tener un techo donde guarecerse y unos chelitos a fin de mes.
Hablamos de inmigración ilegal haitiana, pero ocultamos el rostro para no ver la verdad. Hay emigración masiva, porque hay agro-industriales y empresarios de la construcción que le tienen trabajo seguro a esos extranjeros.
El haitiano no cruza la frontera por deporte, o porque nosotros somos más blanco, es buscando mejores condiciones de vida. Esas condiciones de vida que para ellos son aceptables, se la están ofreciendo empresarios dominicanos.
Lo hemos dicho en varias ocasiones. Si se quiere comenzar a enfrentar de lleno la emigración haitiana hay que visitar las áreas donde se construyen torres y complejos de apartamentos, y las principales plantaciones agrícolas.
Estamos conscientes de los graves problemas existenciales que tienen los haitianos, pero la República Dominicana no se puede echar sobre sus hombros esa crisis. Las grandes potencias son las responsables del hambre haitiana, y ellas les deben encontrar solución.
Hay que tener mano de hierro para detener esa incontrolada emigración de haitianos ilegales. Hay responsables que tienen que ser sometidos a la justicia. Las autoridades tienen que comprender que si no controlan esta invasión, desaparecemos como país libre y soberano. ¡Ay!, se me acabó la tinta.