Muy pocos dirían que la República Dominicana es un paraíso en el Caribe, y quizás sea una categoría difícil de conseguir en cualquier región del mundo. Y lo es porque en todos los países hay grandes temas por resolver y múltiples desequilibrios en todos los órdenes.
Sin embargo, para cualquier sociedad en auge y con aspiraciones de desarrollo se hace muy necesario que pueda lograrse un sentido de equidad razonable en los aspectos esenciales que se constituyen en el sustento de su crecimiento. Es básico colocar esas posibilidades sobre la base de cierto sentido ético y de justicia en todos los órdenes, pues es lo único que hace que las personas se sientan iguales o al menos, que son parte importante de la sociedad a la que pertenecen.
En ese sentido es muy trascendente que los dirigentes y los partidos políticos, sobre todo, asuman un grado alto de responsabilidad frente a la población para la que actúan y gobiernan. Donde eso no sucede hay por lo regular crisis de confianza y la gente no se siente apegada a los intereses del país. Muchas sociedades en el mundo han pasado por ese trance y particularmente en América Latina. Hay países en que prácticamente han colapsado los sistemas políticos y donde eso ha pasado los resultados no han sido halagadores como para ser reivindicados. Los casos más mencionados entre nosotros son Perú, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina.
Nosotros estamos en un camino movedizo en que el deterioro de muchos aspectos de la vida del país nos coloca en un alto riesgo de desconfianza de la población. Los partidos políticos y la mayoría de los dirigentes, con rarísimas excepciones, están lejos de ser buenas referencias para la sociedad y eso no es bueno.




