El pasado viernes se conmemoró el noveno aniversario del fallecimiento de uno de los hombres más destacados e influyentes del municipio Puñal, Santiago y de los hombres más serios de la geografía nacional: Ramón Alcides Rodríguez Arias, con respeto y afecto Tío Alcides. Aunque consanguíneamente no estamos vinculados, nuestro parentesco se origina en que mi abuelo Manuel Tavárez (Kiko) asumió el noble, solemne y eclesiástico rol de ser su padrino, lo que automáticamente lo convirtió en un segundo padre para él. Ese vínculo espiritual y familiar me permite hablar de Tío Alcides con la legitimidad de quien lo reconoce como parte de su propia historia.
De Tío Alcides podemos decir que encarnó la humildad, serenidad, decencia y decoro. Esa humildad no fue casual, sino fruto de las enseñanzas domésticas de su madre, Leonides Arias, conocida como Doña Pululín, quien le inculcó desde niño el valor de la sencillez, el respeto y la disciplina hogareña. En ese hogar se forjó el carácter de un hombre que, aun en los más altos cargos, nunca perdió la capacidad de escuchar, de servir y de mantener la serenidad como guía. Como decía Nietzsche: “La grandeza del hombre está en ser puente y no fin”. Ramón Alcides Rodríguez Arias fue ese puente entre la autoridad y la humildad.
Fue en la década de los 90 cuando Tío Alcides fue designado jefe de la Policía Nacional. Una función inesperada para él, ya que se encontraba en Costa Rica. De hecho, cuando su gran amigo y hermano Julio César Lorenzo Campusano —mi padrino y mentor— le comunica del recibo de la designación, él le responde con humor y sorpresa: “Campu, si esto es un relajo tuyo te voy a meter preso”. Esa anécdota refleja el comportamiento de quien nunca buscó protagonismo, pero aceptó la responsabilidad con humildad. Es bueno destacar que esa designación marcó un hito: por primera vez se nombraba a alguien al frente de la Policía por sus competencias y no por relaciones primarias. En su gestión, democratizó y despolitizó la institución del orden, dando inicio a lo que hoy conocemos como proceso de reforma policial.
Posteriormente, repitió esa hazaña al ocupar la dirección del Departamento Nacional de Investigaciones (DNI). Bajo su liderazgo, aquel órgano pasó de ser un ente de represión y chisme de alta jerarquía a convertirse en un verdadero organismo de producción de inteligencia. Con visión estratégica y respeto a la dignidad humana, Alcides demostró que la seguridad nacional podía ejercerse con técnica y legitimidad. Aquí aplica la enseñanza de Sun Tzu: “El supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar”. Alcides entendió que la inteligencia no era represión, sino conocimiento al servicio de la paz.
El legado de Tío Alcides es doble: institucional, por las reformas que impulsó en la Policía Nacional y el DNI; y humano, por la coherencia entre su vida privada y pública, siempre marcada por la humildad y el decoro. Su historia nos recuerda que la verdadera reforma nace de la valentía de quienes se atreven a desafiar la resignación y a sembrar esperanza en la institucionalidad dominicana. Como solemos decir en el lenguaje popular: “el que siembra respeto cosecha autoridad”.
Hoy, nueve años después de su partida, evocar a Tío Alcides es más que un homenaje mío: es un acto de agradecimiento personal. Su figura sigue siendo faro y referencia, no solo para Puñal y la Policía, sino para toda la República Dominicana. Honrarlo es también un llamado a continuar su obra: construir instituciones legítimas, transparentes y humanas, capaces de sostener la democracia y la paz social. Porque la autoridad verdadera se mide por la humildad con que se sirve, humildad que supo llevar hasta el último día de su vida. Es Aquídonde la memoria deja de ser recuerdo y se vuelve acción: figuras como la tuya, Tío Alcides, no se lloran, se honran emulandolas.
Por Juan Manuel Morel Pérez
