“El respeto nos guía, el trabajo en equipo nos impulsa, el liderazgo nos define.”
El cierre del año 2025 invita a la República Dominicana a una reflexión que no puede postergarse, especialmente entre los jóvenes. No se trata solo de evaluar políticas públicas o resultados de gestión, sino de preguntarnos qué papel estamos asumiendo como ciudadanos en la construcción del país. Cuando la juventud se distancia de la vida política, no se debilita el poder; se debilita la democracia.
Este año ha dejado señales claras de desgaste institucional, improvisaciones y decisiones que han generado frustración social. Sin embargo, el mayor peligro no reside únicamente en los errores cometidos, sino en la normalización de la indiferencia. La apatía no es neutral ni inocente: es una forma silenciosa de renunciar al derecho de incidir en el rumbo nacional. Un país no puede darse el lujo de una juventud ausente ni de una juventud sin propósito.
La política dominicana necesita ser entendida nuevamente como un espacio de servicio y responsabilidad colectiva, no como un terreno de confrontación estéril ni de beneficios personales.
Gobernar no puede ser una ambición vacía; debe ser un compromiso consciente con el bienestar de la mayoría. La única ambición legítima en la gestión pública es hacer el trabajo en favor del pueblo: que los más pobres tengan lo necesario para vivir con dignidad, que el empresariado tenga la seguridad institucional para seguir invirtiendo y generando empleo, y que las nuevas generaciones cuenten con garantías reales de educación, salud, alimentación y seguridad.
Superar lo negativo no significa borrar el pasado, sino aprender de él para no repetirlo. Implica rechazar el clientelismo, la improvisación y el discurso vacío, pero también comprender que la riqueza obtenida mediante el mal manejo de los fondos públicos no es un logro, sino una condena. Es una sentencia moral que, tarde o temprano, será juzgada y sentenciada por la sociedad y por las futuras generaciones, que heredarán las consecuencias de esas decisiones.
De cara al 2026, el principal reto de la juventud es la formación. No hay participación consciente sin conocimiento. Formarse en la Constitución, en el funcionamiento del Estado, en la historia política y social del país y en los principios básicos de la gestión pública no es un ejercicio académico distante, sino una necesidad democrática. Un joven formado no se deja manipular, no reduce la política a consignas y entiende que los derechos van acompañados de deberes.
Pero la formación, por sí sola, es insuficiente si no está acompañada de vocación de servicio. La política pierde sentido cuando se convierte en una carrera personal. El liderazgo auténtico nace en la comunidad, en la escucha de los problemas cotidianos y en la disposición a servir antes de aspirar a dirigir. La juventud está llamada a reivindicar una política ética, coherente y cercana, donde el poder se ejerza con responsabilidad social y no como un privilegio individual.
El 2026 debe asumirse como un año de conciencia cívica y no simplemente como un nuevo ciclo político. El país no necesita solo caras jóvenes, sino prácticas nuevas. No se trata de reemplazar generaciones para repetir los mismos errores con otro lenguaje, sino de elevar la conducta pública a un nivel superior de responsabilidad moral, transparencia y compromiso con el bien común.
La República Dominicana requiere una juventud crítica, pero constructiva; inconforme, pero propositiva; firme en sus valores y consciente de que gobernar es servir. El cambio verdadero no comienza el día de las elecciones, sino cuando se decide participar con seriedad, preparación y sentido de país.
Cerrar 2025 con reflexión y asumir 2026 con responsabilidad es una tarea histórica. La juventud dominicana no es un actor secundario de la democracia: es su conciencia en formación y su mayor esperanza de renovación. El futuro no se espera; se construye con participación, ética y servicio.
