El discurso es una de las herramientas más ricas con que contamos los comunicadores al apoyar a la alta gerencia para que logre realmente relacionar el mensaje con la gente, lo que obliga en la era de la conectividad y transparencia a descansar la retórica y ocuparnos en mostrar y demostrar su contenido al contrastar con la realidad, poniendo rostro humano a las estadísticas, convirtiendo los aportes sociales en testimoniales y las promesas en proyecciones palpables que nos cuenten una historia de verdadero legado, ese que realmente trasciende el yoismo.
En los últimos eventos en los que hemos asistido, incluyendo presentaciones, inauguraciones y aniversarios, nos llama a la atención como todavía las marcas más emblemáticas sigan recurriendo a un discurso de 45 minutos que es básicamente un largo selfie donde el Me, Myself and I aburre al más interesado espectador, quien después de los primeros 15 minutos suele sumarse al murmullo general de las conversaciones alternas que se multiplican hasta el orador llegar al final trillado por un ¨Muchas gracias¨.
La evidencia nos muestra que muchos tienen la asignatura pendiente de diferenciar lo que comunicar implica para una institución, sabiendo el reto que representa mantener a nuestros públicos enterados, interesados, motivados, fidelizados, comprometidos e influenciados, aprovechando exponencialmente la conveniencia que representan los canales electrónicos a nivel social y económico, siempre compitiendo por la breve atención entre tanto data-bombardeo.