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19 de abril 2024
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OpiniónManuel Hernández VilletaManuel Hernández Villeta

Violencia sin profesión

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La violencia de género no tiene rango económico, charreteras militares ni  diplomas profesionales. Aquí matan mujeres por despecho amoroso desde un patán vendedor de empanadillas en las calles, hasta intelectuales y o empresarios  de saco y corbata.

Un estudio realizado por instituciones nacionales con el apoyo de organismos internacionales pisa en falso cuando trata de sectorizar en las capas más bajas de la población, los homicidios por líos amorosos. No solo los de a pie, los fundillos rotos, son los que dan paso a sus frustraciones asesinando a sus excompañeras y suicidándose después.

Es una mala orientación querer sectorizar  los crímenes por pasión, poniendo el dedo índice sobre un segmento social y dejando al otro libre de culpas. La violencia de género es un mal individual que tiene su raíz en frustraciones colectivas. Su principio y su final es un detonante de cargas sociales sin soluciones, que nunca van a terminar si no se buscan las raíces.

Y para comenzar, son tragedias  que suceden en todas las capas sociales, a todos los niveles económicos, en cualquier grado de escolaridad o el analfabetismo más profundo. Hay que ir a la realidad de la familia dominicana. Hemos llegado al siglo 21 con la familia siendo una antigualla a la que nadie respeta.

La familia es el núcleo básico de la sociedad. Sin familia no hay una sociedad fuerte. En el mundo de hoy la familia fue cambiada por el sexo fácil, comprado o por simple placer. De ahí parte el origen de esta violencia. No dejemos  atrás los graves males sociales generados por la injusta distribución de las riquezas.

Los matrimonios de este siglo 21 parecen una sociedad comercial. No hay afectos, no hay propósitos de fundar  un centro familiar, solo interesa el dinero que se aporta el día a día. Pasa en las capas altas de la sociedad,  y sucede en los estratos de la marginalidad.  Para muchos, más que buscar la creación de una familia, lo que se impone es el camino para tener libre acceso a una tarjeta de crédito, a una chequera, o simplemente el vale para ir al colmado de la esquina.

No se deje fuera de los feminicidios a la gran cantidad de niñas embarazadas. Esas niñas se quedan fuera de la escuela desde que se le nota la barriga. Sus hijos crecen sin pan, sin padres, sin atención de la madre, y su mejor escuela es la calle. En los estratos altos a fuerza de dinero se salvan circunstancias, pero en el fondo existe la misma frustración y la misma violencia sicológica.

Las instituciones nacionales deben entrar a ser realista en este problema de los feminicidios. Se están buscando las causas después que se da la primera bofetada.  Hay que ir antes, lo hemos dicho en varias ocasiones, hay que educar en el respeto a la integridad física de todo ser viviente desde la escuela de párvulo.

No sirvan las instituciones dominicanas de caja de resonancia a los organismos internacionales que no creen en la familia, en la preservación de la vida, y que están tratando de afianzar conceptos que destruyen al núcleo básico de la sociedad, para imponer esnobismos que no caben en nuestra cultura. Si buscamos reducir los feminicidios, analicemos el problema en las frustraciones de los dominicanos, no en cartillas dictadas por  teóricos donde la vida humana es una simple probeta de investigación. ¡Ay!, se me acabó la tinta.

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