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23 de abril 2024
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OpiniónMarcel LhermitteMarcel Lhermitte

Veinticinco años sin granadas ni rinocerontes

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Veinticinco años tuvieron que esperar los uruguayos para poder volver a ver en una pantalla de televisión un debate entre candidatos presidenciales en campaña electoral. Veinticinco años. Los que votarán por primera vez en estas elecciones ni siquiera habían nacido.

Un debate que quedará en la historia debido a ese cuarto de siglo en que la ciudadanía no pudo disfrutar –o padecer– de esta herramienta que para muchos fortalece la calidad de la democracia, mientras que para otros solo se trata del summum de la política del espectáculo. Lejos quedará en un imaginario ranking uruguayo de debates de la histórica cita por el plebiscito constitucional de 1980, que protagonizaron, en plena dictadura cívico – militar los recordados demócratas Enrique Tarigo, Eduardo Pons Etcheverry versus los promotores del régimen de facto Néstor Boletini y Enrique Viana Reyes, o el que protagonizaron en 1988, ya en democracia, el tupamaro Eleuterio Fernández Huidobro y el colorado Pablo Millor, en donde el primero puso arriba de la mesa, literalmente, una granada “pachequista”. Claro, ninguno de estos dos debates fue presidencial.

Dice el doctor en Ciencias de la Información Julio César Herrero, en su libro El Candidato, que debatir es un ejercicio tan saludable como hacer deporte, “con la salvedad de que en este caso el músculo que se trabaja es el que está dentro de la cabeza, y con el aliciente de que no se exhibe solo en el verano, sino durante todo el año, toda la vida”.

Pues bien, este martes 2 de octubre se notó la falta de ejercicio de todos. En primera instancia por parte de los periodistas, fundamentalmente los presentadores –no así los periodistas que moderaron–, que aparecieron rígidos, leyendo un teleprompter, tal como podría haber sucedido 25 años atrás. Luego la escenografía, futurista, oscura, con haces luminosos al estilo de La Guerra de las Galaxias y focos de luz emulando posiblemente estrellas. Vaya a saber.

La expectativa por ver al candidato presidencial del Frente Amplio, Daniel Martínez y al del Partido Nacional, Luis Lacalle Pou era grande, fundamentalmente en el segmento más politizado de la población. Según un estudio realizado por Equipos Mori un 26% de los ciudadanos no sabía, al menos 48 horas antes de que se produjera, que se realizaría un debate presidencial.

El ganador

La pregunta habitual cuando finaliza un debate es quién ganó, y la respuesta, que aparenta ser de Perogrullo es: aquel que alcanzó los objetivos planteados en la planificación estratégica.

Nada más aparecer nuestros candidatos en escena la mayoría de los ciudadanos nos colocamos nuestros lentes partidarios. A través de ellos, que están teñidos con los colores del partido que votamos, es que vemos el debate, por lo tanto la primera sensación es que nuestro candidato es el vencedor o quien superó a su contrincante. De todas formas hay cosas que podrían ser innegables para todos aquellos que tengan un mínimo de objetividad.

Una investigación realizada por Albert Mehrabian sobre comunicación no verbal, que consta en el libro Media Training. Guía para hablar frente a una cámara de video, del periodista Marcelo Moncayo Badilla, afirma que las interacciones verbales influyen un 7% mientras que el 93% restante es no verbal. Este es un elemento fundamental para analizar un debate.

En el primer bloque Martínez tuvo algunos problemas de dicción y algunos furcios, mientras que Lacalle Pou apareció con la mirada perdida, no miró a los votantes a los ojos. Esta problemática fue mejorando en ambos en el transcurso del programa. La vestimenta fue bastante atinada en ambos, salvo que el nacionalista utilizó rayas en su corbata, algo no recomendable para televisión porque puede generar “movimiento” en algunas pantallas y por lo tanto distraer la atención del ciudadano.

En lo discursivo Martínez fue propositivo: presentó a su futuro ministro del Interior (Gustavo Leal), anunció un gabinete paritario, generación de puestos de trabajo, la creación de un Ministerio de Medio Ambiente y Transformación Sustentable, etc. Lacalle Pou fue muy pobre en lo propositivo –coincidió en un Ministerio de Medio Ambiente– y se concentró más en atacar al actual gobierno.

El frenteamplista planteó la dicotomía entre seguir avanzando por el camino que comenzó el oficialismo en 2005, con reducción de la pobreza, avances en materia económica y en políticas sociales o volver al “riesgoso” pasado de las administraciones blanqui-coloradas. Emparentó a Lacalle Pou con el presidente argentino Mauricio Macri y con la metáfora de la motosierra que promovía Luis Lacalle padre, en referencia a los recortes en políticas sociales. Además subrayó la inexperiencia de su contendor y la inexactitud de la información que maneja.

Lacalle Pou privilegió las críticas al Frente Amplio sobre la presentación de propuestas. Dio a entender que un gobierno de Martínez aumentaría la carga impositiva y lo emparentó con el kirchnerismo, con la gestión en Ancap del exvicepresidente Raúl Sendic y con el gobierno nacional en general. Aseveró la falta de confiabilidad del oficialismo y el incumplimiento de antiguas promesas electorales.

Ninguno de los candidatos emocionó en el minuto de oro, pero sí presentaron mensajes claros. Martínez le habló a los jóvenes y aseguró una administración de “hechos, no palabras” con la gente como centro; finalmente Lacalle Pou dijo que Uruguay necesita “alternancia” y pidió la confianza de la gente para junto a su equipo “hacerse cargo”.

Según la encuesta de Equipos Mori el 16% de la población y el 28% de los jóvenes podría ser influido por el debate. Este último segmento fue al que le habló Martínez en su minuto de oro. Saber si realmente el debate movió la aguja para un lado u otro es difícil de afirmar sin contar con una investigación al respecto, también hablar de ganadores o perdedores sin conocer a cabalidad los objetivos previos.

La sensación final es que el presidenciable del Frente Amplio se posicionó como un jefe de Estado, con propuestas que señalan cuál será el rumbo de su gobierno, buscando dar certezas de estabilidad y denunciando la inexperiencia e improvisación de su rival; mientras que el nacionalista habló desde el “hay que hacer”, abusó de la crítica y no presentó propuestas que marcaran la agenda post debate, lo que hizo que se viera más como un líder opositor que como un presidente de la República.

Por Marcel Lhermitte

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