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23 de abril 2024
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3 min de lectura Una mirada al pasado

Una mirada breve a la ocupación militar de Estados Unidos en el país

Una mirada breve a la ocupación militar de Estados Unidos en el país
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Los gringos sepultaron la soberanía nacional y pisotearon la dignidad de un pueblo. A bordo del Olympia, el 29 de noviembre de 1916 -hace exactamente 105 años-, el capitán H.S. Knapp, de la Marina de Estados Unidos, proclamó oficialmente la ocupación militar de la República Dominicana. Así, el eclipse imperial sobrevino sobre esta pequeña república del Caribe, y enterró la segunda etapa republicana.

La intervención militar culminó un largo proceso de desvaríos y sobresaltos. En efecto, esa aberración histórica hunde sus raíces más lejanas a 1869, cuando el antinacionalista Buenaventura Báez tomó el infortunado préstamo Hartmont. El empréstito era de 420 mil libras esterlinas, de las cuales, el país solo recibió 38,095. Fue un contrato lesivo y leonino, antidominicano y malvado. El señor Edward Hartmont se quedó con la gran tajada de la negociación, y fue nombrado como representante dominicano en Europa, donde hizo las malvadas tratativas.

El préstamo desató altibajos y encadenó las finanzas públicas del país. Primero, Lilís entregó las aduanas dominicanas a la Caja de Recaudaciones (la Régie), y después a la holandesa Westendorp y la San Domingo Improvement Company. Más tarde, se hizo un Laudo Arbitral que reconocía una deuda pública de 4 millones y medio de dólares; Mon Cáceres pactó con los gringos mediante la Convención Domínico-Estadounidense, firmada el 7 de febrero de 1908. Así, el técnico William Pulliam, que había estado en Filipinas, tomó el control de la administración aduanera. La sede de esa administración estaba donde está actualmente el Palacio Nacional, la gran mansión de Gazcue. Los ingresos se repartían en dos: una parte para cubrir los gastos del Gobierno y otra para los de la Administración aduanal.

La volatilidad política era un hervidero popular. El asesinato de Mon engendró gobiernos efímeros y raudos, que caían como hojas arrasadas por el viento. Los «quiquises» -Eladio Victoria y su sobrino Alfredo María Victoria- tomaron el poder; después, Adolfo Alejandro Nouel y Bobadilla, José Bordas Valdez y su «revolución del ferrocarril»; hasta que, finalmente, Juan Isidro Jimenes y Pereyra se juramenta y gobierna largos meses. Desiderio Arias, caudillo de los «pataprietas» jimenistas, se le rebela. Pero el presidente se resiste con gallardía, evade la intervención de los gringos, y afronta la amenaza armada de Arias y sus conmilitones, que apetecían el gran botín del Estado.

En medio de la revuelta, los gringos desembarcan en mayo de 1916 y ocupan la Capital, hollando así una ciudad centenaria y una larga tradición urbana. Unos años antes habían bombardeado e incendiado Pajarito, hoy Villa Duarte. La intrusión estadounidense se hizo más patente en 1916.

El eclipse imperial se extendió por casi ocho años: hasta 1924. La primera medida fue amordazar a los medios de prensa y el desarme de la población civil. En San Francisco de Macorís fue donde más armas se recogieron. El Gobierno también extendió una vasta red de estructura vial, construyendo carreteras y avenidas, para unificar así el mercado interno y poder llegar más rápido a los lugares más apartados del país. Esto permitiría descabezar a los pequeños caudillos y la fiesta caótica de la montonera. Lo lograron.-

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