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19 de abril 2024
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OpiniónAlfredo de la CruzAlfredo de la Cruz

Una hoja de ruta para la cuestión haitiana  

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Cuando en septiembre de 1994, Estados Unidos ocupó militarmente Haití para reponer al derrocado presidente Jean-Bertrand Aristide, el entonces senador por Delaware, el aun joven Joe Biden dijo: «Si Haití se hundiera silenciosamente en el Caribe o se elevara 300 pies, no importaría mucho, en términos de nuestro interés». En aquellos días, la visión de Washington estaba puesta en el conflicto que golpeaba a los Balcanes. 

 En opinión de Joe Biden, la guerra en Bosnia tenía la relevancia geopolítica que, sin importar su proximidad a Estados Unidos o el sufrimiento del pueblo haitiano, Haití nunca tendría. Años después, esa desdeñosa respuesta de Biden, hace ecos en el tiempo.  

 El asesinato del presidente Jovenel Moïse a mediados de año y el secuestro de 17 norteamericanos (16 ciudadanos estadounidense y uno canadiense) han colocado a Haití, en los grandes titulares mundiales. Sin embargo, las opciones de acción de Estados Unidos, para ayudar aquel país a salir de su crisis en espiral, son muy limitadas, y las probabilidades de que Biden quiera involucrar a Estados Unidos, en aquellos problemas, son aún más pequeñas. 

 Haití es considerado el país más pobre del hemisferio occidental, lo que es ya un mantra y lleva mucho tiempo paralizado por la inestabilidad política, lo que también ya, se ha convertido en otro mantra. El Estado (en desintegración) haitiano es un depredador, el estado de derecho es vacilante y grupos de intereses especiales controlan la maltrecha economía. El tráfico de drogas, las guerras entre pandillas y los secuestros, lo han convertido en una especie de Somalia de las Américas. 

 Pero, el pasado de Haití aparece entrecruzado con el de Estados Unidos varias veces, a pesar de la indiferencia que allí quieren aparentar. Ambas naciones fueron, las primeras naciones independientes de América y sus recorridos hacia la independencia estuvieron vinculados. Libertos negros de aquella histórica colonia de Francia, entonces conocida como Saint Domingue, formaron parte de las fuerzas expedicionarias francesas que apoyaron la rebelión de las colonias americanas contra los británicos.  

 No obstante, unos Estados Unidos ya independientes, miraron con horror, cuando el pueblo esclavizado de Saint Domingue, se levantó contra sus esclavizadores y, después de más de una década de un conflicto sangriento, declaró su independencia de Francia en 1804. 

 Incluso, cuando la naciente República de Haití, inspiraba insurrecciones, al sur de América, Estados Unidos que era dueño de esclavos, optó por aislar e ignorar aquel país. Ejemplo de ello es, el Congreso de Panamá de 1826 que fue, una reunión de Repúblicas americanas y que Estados Unidos presionó a Simón Bolívar quien lo había convocado para que no se invitara a Haití. Tan temprano como 1826, a la naciente república negra, se les cerraban las puertas del joven concierto de naciones libres americanas.   

 Estados Unidos, solo vino a reconocer formalmente a Haití, como una nación soberana e independiente en 1862 y en plena guerra civil, es decir 58 años después de la gesta histórica de 1804. Francia, de su lado, reconoció la independencia de Haití en 1825, pero utilizó la diplomacia del cañón para obligar a los haitianos, a pagar una fuerte indemnización, por la pérdida de la «propiedad» de los blancos, de las plantaciones. Una deuda que Haití siguió pagando hasta mediados el siglo pasado y que, para muchos expertos, debilitó permanentemente el desarrollo de aquel país. 

 Es que, la propia existencia de Haití, para los estadounidenses, era un recordatorio, no solo de la amenaza de insurrección que acechaba en los estados esclavistas de Estados Unidos, sino de una historia de libertad hemisférica que iba en contra de las pretensiones de los padres fundadores de Estados Unidos, muchos de los cuales eran esclavistas. 

 Entonces, la compleja historia de Haití fue simplificada, en la cobertura estadounidense de la Revolución Haitiana. Incluso, los filósofos políticos, reconstruyeron su pensamiento sobre la universalidad de la libertad, para alabar la Revolución Americana y condenar a la Revolución Haitiana. Para abundar sobre este tema, les recomiendo un artículo de Robert Taber para el diario estadounidense, The Washington Post, del 8 de julio de este mismo año. 

 El 10 de marzo del año 2010, de acuerdo con el diario estadounidense Huffington Post, el expresidente estadounidense Bill Clinton se disculpó públicamente con los haitianos, ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, en Washington, por haber obligado al país caribeño, durante su administración en la década de 1990, a eliminar los aranceles sobre las importaciones agrícolas estadounidenses. Medida que devastó a los agricultores de arroz de Haití. Cito: “Tengo que vivir todos los días con las consecuencias de la pérdida de capacidad de producir una cosecha de arroz en Haití para alimentar a esa gente, por lo que hice”. 

 Actualmente, sin embargo, el hambre es solo una, de las grandes preocupaciones haitianas. La escalada de la inestabilidad política y la violencia de las pandillas llevó al asesinato de su presidente. Y como si fuera poco, el derramamiento de sangre ha paralizado los esfuerzos para combatir la epidemia del coronavirus en aquel país, donde la infraestructura de salud, es casi inexistente y ha tenido un muy reducido acceso a las vacunas. 

 En este escenario, decenas de miles de haitianos han decidido migrar buscando una mejor existencia. Su sueño es Estados Unidos, pero la falta de opciones para viajar allí, ha llevado a miles de haitianos a buscar refugio en República Dominicana, de la que solo la separa, una frontera que por décadas solo ha existido en los libros de textos escolares y en la imaginación de los dominicanos. También, en los últimos años han migrado a otros países de América Latina, a los que pueden acceder sin visados, entre los que sobresalen: Brasil, Chile y en menor grado Colombia, México y Panamá que le sirven de ruta, en la búsqueda del sueño americano.    

 A finales de septiembre de este año, Alejandro Mayorkas, secretario de Seguridad Nacional de Estados Unidos, declaró que, 2,000 haitianos fueron expulsados a Haití y otras 8,000 retornaron a México y a 12,400 se les permitió someter su caso ante un juez de inmigración para determinar su permanencia en Estados Unidos. No obstante, el modo en que fueron empujados a salir de ese país, aquellos haitianos, fue definido como inhumano por Daniel Foote, el enviado especial de Estados Unidos para Haití.  

 De acuerdo con estimaciones de Naciones Unidas, de una población cercana a once millones y medio de habitantes que posee Haití, casi 4 millones padecen inseguridad alimentaria y un quinto de su población (casi dos millones de personas) se han visto forzado a emigrar por problemas económicos, el temor por la inseguridad y el impacto de las catástrofes naturales que han golpeado con saña a este país que, junto con República Dominicana, comparte la isla La Española. 

 Otro fracaso escandaloso se encuentra en la cooperación solidaria. Se estima que las donaciones recibidas después del terremoto, superaron los nueve mil millones de dólares, pero por falta de controles a las empresas privadas que las recibieron, por la falta de confianza en las “instituciones públicas” hizo que cualquier esperanza de cambio en aquella sociedad quedara dinamitada. 

 Diversos sectores han hablado de la necesidad de una intervención militar de la Comunidad Internacional para encarrilar aquel país. Sin embargo, el estadounidense Todd D. Robinson, subsecretario de Estado para la Lucha contra el Narcotráfico, advirtió el pasado martes 9 de noviembre en Puerto Príncipe que, la comunidad internacional no irá al rescate de Haití para solucionar su grave crisis, sino que son las propias autoridades haitianas que tienen que resolver sus propios problemas.  

 Aun así, nosotros creemos que, en lugar de intervenciones militares o ayuda humanitaria, Haití necesita respuestas de la comunidad internacional y, en especial de Estados Unidos, pero que partan de un plan orquestado, con hitos en el corto, mediano y largo plazo, respetando a la vez su soberanía. Nuestros amigos haitianos necesitan, tener la oportunidad de escoger su propio camino y para que en Haití haya estabilidad, sus ciudadanos deben poder escoger a sus líderes con transparencia. 

 Para ello proponemos una hoja de ruta muy sencilla: 

 1-Llevar la crisis de Haití al seno del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Comprendemos que en estos momentos es un tanto complicado llevar esta cuestión al seno del consejo, entre otras cosas, debido a que como Haití ha apoyado a Taiwán, la unanimidad en los miembros permanentes se rompe por la política china respecto de considerar a Taiwán como parte integral suya.  

 En ese sentido, proponemos al gobierno dominicano, la creación de una iniciativa para sensibilizar la opinión pública latinoamericana respecto de la crisis haitiana y la importancia de buscar una solución a la misma dentro de Haití. Para lo cual, el gobierno dominicano conformaría, un equipo multidisciplinario, donde tendríamos políticos, hombre de ciencias, deportistas y hombre de negocios dominicanos de prestigio y estatura continental, sin importar el color político, solo la dominicanidad, para en un esfuerzo coordinado ganar adeptos en los gobiernos latinoamericanos.  

 Un ejemplo del impacto que podría tener esta iniciativa, lo podemos encontrar en los esfuerzos desplegados por el presidente Luis Abinader en su pasado encuentro, en octubre pasado, con los presidentes de Costa Rica, Carlos Alvarado y de Panamá, Laurentino Cortizo, en el marco de la Alianza para el Desarrollo en Democracia, en la ciudad de Panamá que dio como resultado pronunciamientos favorables del presidente de Argentina, Alberto Fernández y de otros presidentes de la región. 

 Luego de tener un buen número de países latinoamericanos, adheridos a la idea de una solución a la crisis haitiana en Haití propugnada por República Dominicana, y tras haber unificado criterios aquí en lo interior, llevar la crisis de Haití al seno del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. 

 Una vez conseguido que el Consejo haga suya la propuesta dominicana (latinoamericana) allí se determinará como se habrá de hacer para impactar salud, seguridad y desarrollo del pueblo haitiano, con las experiencias adquiridas de los anteriores intentos fallidos. A simple vista se puede apreciar lo complejo y engorroso de esta iniciativa, pero peor y más costoso para todos será no hacer nada. 

 2-Colaboración internacional para el esclarecimiento del magnicidio del presidente Jovenel Moise. Este es un paso primordial para empezar a desbancar la corrupción, la delincuencia y las lealtades construidas con la criminalidad por autoridades y diferentes sectores de la vida haitiana.  

 3-Conformación de un gobierno de unidad nacional sin participación de personas que hayan sido involucradas en el magnicidio. Este gobierno deberá incluir las principales fuerzas vivas de la nación haitiana, exceptuando a todo el que haya sido vinculado con el magnicidio, asegurando la representación de los principales sectores de la sociedad haitiana.   

 4-Desarme de Haití. Este desarme conlleva el acompañamiento de la Comunidad Internacional con efectivos militares, pero no para mancillar su soberanía, sino para desarmar a las bandas criminales que han llenado de muertes, robos, secuestros y violaciones aquel Estado, acelerando un proceso de miseria y desintegración total. Entonces se hace necesario el desarme de esos grupos para que no sean una amenaza a la incipiente recuperación que se vaya operando.    

 5-Celebración de elecciones con la garantía plena de la Comunidad Internacional y la participación de todos los partidos políticos haitianos. Estas elecciones deberán ser sin violencia, apoyadas en un proceso de inscripción de votantes que inspire confianza y que el resultado producido sea verificable. De esta manera, se conseguirá revestir al proceso de total transparencia y legitimidad, entonces sus resultados deberán ser aceptados por todas las fuerzas vivas de Haití, algo que no ocurre desde hace mucho tiempo. Basta recordar que, el finado presidente Jovenel Moise obtuvo su triunfo con una participación electoral de memos del 19 %.   

 Entonces, las experiencias de fracasos y oportunidades desperdiciadas, muestran que se hace necesario, un compromiso total y transparente desde Haití, entre la sociedad civil y los partidos políticos. En lo externo, este esfuerzo requiere la colaboración de Estados Unidos, Canadá, Francia por la Unión Europea, el CARICOM, Chile, Brasil y también de una manera discreta República Dominicana. Lo que, debería incluir también la diáspora haitiana en Estados Unidos y Canadá para contribuir a un verdadero matiz haitiano en estos esfuerzos de la Comunidad Internacional.

6-Acompañamiento de la Comunidad Internacional al nuevo gobierno. Luego de celebradas las elecciones no se debe abandonar al nuevo gobierno que salga de las urnas a su suerte, sino que debe ser acompañado por la Comunidad Internacional por un tiempo que será determinado en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, para garantizar su estabilidad y que la paz pueda comenzar a afianzarse en aquel país y poder conseguir, cónsonos con los perseguidos, ciertos niveles de estabilidad. 

 Por último, para avanzar en estos temas, cada dominicano ha de pensar que, mientras Haití no alcance ciertos niveles de estabilidad y desarrollo, el progreso de los dominicanos estará condicionado por las dos opciones a que se enfrentan los haitianos: lanzarse al mar Caribe o cruzar a Republica Dominicana tras su supervivencia. Entonces, los dominicanos, tenemos que elegir si fracasar o sobrevivir, somos nosotros que debemos decidir el destino de nuestro país, y esto será posible cuando trabajemos todos juntos para que, la Comunidad Internacional construya una solución a la crisis haitiana en Haití.  

Por Alfredo De la Cruz 

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