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25 de abril 2024
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OpiniónManuel Hernández VilletaManuel Hernández Villeta

Tianamén 1989

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El mundo cambió cuando el cuatro de junio  de 1989 el Ejército de Liberación de China aplastó la protesta, ya prácticamente una revuelta popular, en la Plaza de Tianamén. La punta de lanza del movimiento eran los grupos estudiantiles, que se lanzaron a las calles pidiendo libertades públicas.

En el fondo, estaba en juego el modelo futuro que se  mantendría en China, entre los tradicionalistas y los reformistas. El Libro Rojo de Mao Tse Tung necesitaba reformas, pero el Partido Comunista Chino tendría que subsistir como eje central del capitalismo de Estado.

No se sabe el número de manifestantes que murió en la plaza de Tianamén,  arrasada por los tanques y el poderoso ejército rojo. Tampoco nunca se cuantificaron las pérdidas por la purga entre los cuadros dirigentes y la alta oficialidad del ejército que se oponía a las reformas.

Lo cierto es que sin en esas medidas radicales era prácticamente imposible que el comunismo Chino sobreviviera, cuando ya se daban los vientos de cambios en la vieja Unión Soviética. Era una acción de vida o muerte.

Ese día, con la sangre fresca de Tienamén, cambió el mundo. Chino  dio pasos hacia las reformas económicas, que en pocos años la llevarían a ser una de las grandes potencias del mundo. No renunció a su socialismo, pero abrió puertas al comercio mundial, vigilado celosamente por el Partido Comunista.

Otra de las variantes que se presentaron fue la exportación de la revolución. En todos los países sub-desarrollados estaba presente la orientación China para la toma del poder mediante métodos violentos. Esa política varió desde Tianamén.

China comenzó a establecer relaciones diplomáticas con la mayor parte de los países del mundo, sin importar que su orientación, fuera de derecha o de izquierda. Comenzó a tratarse de tú a tú con los poderosos de Europa y con los Estados Unidos.

La exportación de la revolución dejó de ser un hecho armado, para entrar en el área de la tecnología, del comercio y de la industria. Fue una revolución dentro de la revolución, con el forzoso ahogamiento de los que se oponían a la modernización.

Todas las revoluciones destruyen a sus hijos. Desde la madre de todas las revoluciones, la francesa, la lucha de ideas engendra en su seno el germen de la violencia y el aplastamiento del más débil. Sin importar triunfadores o perdedores, hoy como ayer se impone la consigna de Mao Tse Tung de que el poder nace del cañón de los fusiles. ¡Ay!, se me acabó la tinta.

Por Manuel Hernández Villeta

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