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20 de abril 2024
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OpiniónVictor Elias AquinoVictor Elias Aquino

Sin un adiós

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Meses antes de salir fuera del país visité el sastre que por años y años se ha encargado de  hacer mis pantalones, y le hice un encargo al cual  ya estaba acostumbrado, esta vez era arreglar dos pantalones que me regaló Lisselote. Nunca pensé que  éste sería el último pedido  que le haría a quien se convirtió  con los años en amigo del alma.

Mire a los ojos a   Felipe y le dije, “- mira esos pantalones, vienen de Estados Unidos Unidos,  quiero estrechar las piernas y hacer el ruedo conforme mi medida que ya te sabes-“.  Me miró  con   los ojos  opacos y sudorosos  y me dijo , – eso va  a tomar tiempo, porque no  estoy bien de salud.

Hasta ese momento no me había fijado en su semblante. Lo miré y realmente no me gustó su aspecto,  su color negro retinto, era más bien pálido, sus jocosidades  y ánimo se hallaban  de paseo, y parecía que sus pies tenían pesas en los zapatos, caminaba como un abuelo triste  al que se le murieron sus nietos.

Los pantalones que puestos parecían  de otro, al bajar de peso no entallaban  bien en su cintura.

Una semana después,  lo visité en el zaguán que le sirve de atelier (taller);  donde tiene  tizas, lápices, centímetros, alfileteros, tejeras; un acerico (alfiletero) multicolor , una plancha que parece  gigantesca para el  espacio,   y una tabla  que  se asemeja a un  enano, en  un área el área de  planchar más pequeño del mundo,  construido por él mismo en sus tiempos de ocio y  momentos  vacío sentimental.

Todo estaba revuelto, parecía que un  niño de tres años hubiera puesto la mano a todo, él dormía con un ligero ronquido silencioso que era como  un lamento de cañero, una canción triste titulada  “despedida”.

No tuve valor de despertarlo, lo mire durante unos 20 minutos y no tuve valor de decirle  nada ni reclamarle, quizás alguien lo reclamaba a él.

Dos minutos después entró otro cliente de Felipe, este   parecía  tener  pies  como de plomo, hizo tanto ruido con los zapatos al llegar que no tuvo  que mencionar su nombre,  lo despertó en el acto.

El artista  necesitó casí un minuto para dejar las entretelas del sueño,  e incorporarse a la vida.  Habló    con  el hombre, y respondió sus reclamos, y  a mí, me  miró  como si fuera su hijo,-Víctor , no he podido arreglarte los pantalones.

Me sentí mal, porque sabía, que de verdad quería cumplir, pero no  podía, le dolía el estómago, le dolía el cuerpo, le dolía el alma.

Respondí, -“yo lo sé, no te preocupes es cuando  te sanes, me arreglas los pantalones”,  dije como si fuera una oración.

Quiso hablarme de sus planes de diciembre sobre la ropa que me confeccionaría,  su  ánimo era como un potro desbocado que huía de él, articulaba las palabras con dificultad, un hombre que era tan conversador hablando de sus viajes como marino mercante viajando por Marruecos, en su  opinión el mejor país del mundo donde observó las mujeres  más lindas que  sus ojos pudieron ver.

Otro día fui a visitarlo y entonces me asusté el verlo desmejorado en su salud, me habló como si hubiera hallado su cura y mostró un frasquito con aceite de tiburón.

Le expresé mi deseo de que se sanara.

Llega el día de irme fuera del país. Duro 15 días fuera.

Regreso un domingo y no lo llamo porque pienso que está descansando, y dejo hasta el martes para llamarle.

Y eso fue lo que ocurrió, estaba descansando, pero, por los siglos de los siglos…

Felipe había muerto ese domingo a las dos de la tarde, la misma hora en que mi avión despegaba hacia  Santo Domingo.

El   martes a primera hora vuelvo en sí, y llamo a Felipe a su celular. Responde otra persona, y le pido que me ponga a Felipe, pero no podía ponérmelo. Felipe fue enterrado el lunes. Su hijo era un mar rojo de llanto y dolor.

Es como si fuera la primera que persona que muere y pienso en serio, de si le hablé  de la vida después de la muerte.

Si le dí testimonio de mis creencias y fe, un nudo me atravesó la  garganta  y un sabor amargo de pensar  si  él  murió o no conociendo de  Dios, y que yo fui  culpable de no hablarle…

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