El poder es embrujador para la condición humana, con rarísimas excepciones. Aún en aquellas sociedades en que se ha logrado establecer límites para ostentarlo y muchos de los que tienen que abandonarlo se confiesan entusiasmados con la idea de seguir.
Nuestro país no entra en estas naciones que han asumido ese sentido del límite para ejercer el poder. Seguir nos parece tan lógico y natural que siempre calculamos cómo volver y para ello procuramos la fórmula de brindar cuestiones que consideramos vitales para tener nuestros tentáculos.
Es probable que en la propuesta de eliminar el nunca jamás subyace la intención de una negociación política para compensar la no reelección. Nadie quiere un nunca jamás.