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23 de abril 2024
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4 min de lectura Una mirada al pasado

Sencillamente, Martí

Sencillamente, Martí
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Martí, vuelve Martí con su inspiración redentora y su sacrificio magnánimo. Ahora lo hace en el 168 aniversario de su natalicio. Se entregó por su pueblo, forjó una conciencia de libertad y por ella murió. Martí es de Cuba y es de todos. Por muchas razones es el Apóstol, un hombre excepcional animado por grandes ideales. Quiero citarlo:

«La patria es ara, no pedestal».

Debo recorrer brevemente la vida de este varón ilustre. Nació el 28 de enero de 1853. Su maestro fue Rafael María Mendive. Lo encarcelaron muy adolescente, acusado de conspirar contra el dominio colonial español. Esta experiencia la dejó en el Presidio político en Cuba. A temprana edad, se reveló como un espíritu inquieto y superior. La agitación hervía en su interior y lo impulsaba con procelosa fuerza. Así, animado por semejante impulso, realizó una obra maestra desplegando un intenso viacrucis por la liberación de su pueblo. Fue muchas cosas a la vez: patriota, revolucionario, maestro, poeta y pensador.

A corta edad escribía versos y otros retazos. En todos ellos emanaba sensibilidad literaria y social. Romántico primero, fue uno de los precursores del modernismo. Este movimiento literario fue una creación genuina de América Latina -de Rubén Darío a Salvador Díaz Mirón y Julián del Casal-, y llegó a España como el primer gran fruto de las letras americanas. La independencia literaria fue tardía pero fecunda.

Martí, ese excelso patriota, veía con repugnancia la opresión española en Cuba, y sencillamente no podía ser indiferente. Por tanto, se animó a organizar una revolución para lograr la libertad, recogiendo la gran tradición de los bambises. Se volvió revolucionario y emancipador, animado por ese grandioso legado de los patriotas americanos. Quiero decir que lo encarnó y lo encimó, convirtiéndose en una versión más sublime de esa proceridad inmortal.

La esclavitud no era para él, que sufría por su pueblo humillado y que tenía ideales sublimes. En efecto, desarrolló una fulgurante campaña de libertad y una incesante actividad literaria. Era infatigable. Fue a Estados Unidos, donde vivió en «las entrañas del monstruo» y cultivó aún más su talento literario. En Nueva York creó la Edad de Oro, una revista infantil, y escribió crónicas maestras. No fue todo: también formó un movimiento por la independencia cubana, y fundó el Partido Revolucionario Cubano, para llegar a la emancipación plena.

En Cuba ya había estallado el Grito de Yara -el 10 de octubre de 1868-, proclamado por Carlos Manuel de Céspedes y el clarín de la Demajagua. Ese Grito inició una larga guerra de 10 años; Cuba se desangró a machete limpio y puro pellejo. Fue así como sonaron las primeras campanas de la libertad. De ese proceso brotó un prócer dominicano: Máximo Gómez Báez, el brillante Generalísimo que sobresalió en los campos de sangre.

Martí tocó las campanas a rebato, con un resonante llamado a la libertad. ‘La guerra chiquita’ -1879- había sido un naufragio, los patriotas estaban dispersos y el poder colonial se aferraba aún más en la isla. Sin embargo, los brazos no estaban caídos y la lucha resucitaría. En 1895, el Apóstol llegó por tercera y última vez a la República Dominicana. El objetivo era esta vez más intrépido y osado: buscar al Generalísimo para emprender la última campaña de liberación. Muerte o libertad. Sacrificio o liberación. Firmaron el Manifiesto de Montecristi, un valioso testamento político, y acometieron la titánica empresa.

El primer sacrificado sería él. Llegaron a Cuba, iniciaron los combates, resucitaron la manigua. Pero Martí, arrojado y valiente, se lanzó a una refriega y fue sorprendido, cayendo de su caballo y muriendo allí mismo, «de cara al sol», en dos Ríos. Era el 19 de mayo de 1895.

«En un carro de hojas verdes a morir me han de llevar,

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No me pongan en lo oscuro a morir como un traidor,

Yo soy bueno, y como bueno moriré de cara al sol».

Deleite poético:

«Cultivo una rosa blanca

en junio como en enero,

para el amigo sincero

que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca

el corazón con que vivo,

cardo ni ortiga cultivo:

cultivo la rosa blanca».

 

«Si ves un monte de espumas,

Es mi verso lo que ves.

Mi verso es un monte, y es

Un abanico de plumas.

Mi verso es como un puñal

Que por el puño echa flor:

Mi verso es un surtidor

Que da un agua de coral».

(Recomiendo Versos libres, Versos sencillos, Ismaelillo.)-

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