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20 de abril 2024
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OpiniónRafael PinedaRafael Pineda

“Roma”, de Alfonso Cuarón: una rapsodia de amor a la mujer  y un canto a las luchas estudiantiles

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MONTEVIDEO, Uruguay- Hoy me fui a la Sala 2 de la Cinemateca uruguaya a ver una de las dos películas favoritas a los Premios Óscar de este año, con 10 nominaciones incluyendo mejor director, mejor actriz, mejor película del año y mejor película extranjera.

Estoy hablando de Roma. El primer pensamiento que tuve cuando la vi anunciada en la cartelera fue que su argumento retrataría a la ciudad fundada en el monte Palatino donde Rómulo, el año 750 a.C. dio muerte a su hermano Remo, ambos descendientes del príncipe troyano Eneas, el protagonista de la hermosa saga de Virgilio.   Aquellos desventurados mellizos habían sido amamantados en el bosque por una loba.  Remo desobedeció a su hermano cruzando la raya que demarcaba los límites territoriales de ambos y eso tuvo como consecuencia la muerte del muchacho y, la fundación de Roma, hoy capital de Italia.

También, el título me indujo a relacionarla con la película del mismo nombre, clásico del neo realismo italiano creada y dirigida en 1972 por el afamado Federico Fellini.

Ambos pensamientos, y dudando que una película mexicana pudiera titularse Roma, me empujaron en una loca carrera para llegar a tiempo a la Cinemateca, situada en un moderno edificio detrás del teatro Solís, a una cuadra de la Rambla.

Oh sorpresa, no era una cosa ni la otra. El director es un cineasta mexicano de nombre Alfonso Cuarón, con 7 producciones anteriores y dos Óscar en el bolsillo que yo, a pesar de lo mucho que me gusta el cine, no conocía.

Según aprecié, la única semejanza de Cuarón con Fellini radica en el manejo de las técnicas neorrealistas (que no es poco) y el hecho de que la película se llama Roma.

El autor decidió darle al filme el certificado de nacimiento solo con el apellido de un barrio del Distrito Federal de México llamado Colonia Roma: Roma (así se titula la película de Fellini). Ahí está el encuádrame de una película de gran belleza que se mueve en el círculo de una familia de clase media alta junto a sus dos empleadas domésticas (Cleo y Adela), muchachas de raza aborigen que son consideradas, especialmente Cleo, parte de la familia.

Es un drama sicológico existencial, sociopolítico y humano. Extraído de la más pura, a veces cruel, ingrata, feliz y triste realidad. No hay ficción, aun cuando la historia haya salido de la mente del guionista que, según dicen los críticos, recuerda su vida pasada y la relación que tuvo con la nana que lo cuidó en su niñez. Todo está dicho.

La película no solo muestra de manera honesta la vida de la familia en su casa de la calle Tepeji por donde desfila la banda de música militar, también la del barrio, la ciudad, espacios desde donde se ve el universo humano. Ocurre en ellos lo que puede ocurrir en las vidas de cualquiera de nosotros los espectadores.  Cuarón no hace esfuerzo por criticar a nadie. Diríamos que el guionista y el director (la misma persona) exhiben una completa neutralidad.

Cleo está indisolublemente involucrada en cada uno de los momentos de este hogar, por eso aparece como si fuera la protagonista, y puede serlo, depende la interpretación de cada espectador.

La fortaleza de este filme se apoya en la presencia femenina, la que más sufre en un relato donde el hombre tiene poca presencia (ni siquiera llegamos a saber el nombre del marido) y aparece solo como el villano que daña a la mujer, a la heroína que enfrenta la vida en la sociedad machista ocupándose de tantas cosas y, ya sea en lucha por salir adelante en el día a día, por criar a los hijos, o en la relación íntima con la pareja,  es la resignada.

Roma es una oda a la mujer. Un poema escrito desde las experiencias de Cleo, doméstica, y desde Sofía, empleadora y esposa abandonada. Una película donde no hay una historia. Ni un principio ni final. Donde las cosas ocurren porque tienen que ocurrir.  La cámara entra a esta casa de la calle Tepeji; allí conviven, además, cuatro niños, un marido, una suegra.

Sofía es una mujer súper amorosa, ama a su marido, lo despide con ternura cuando va para el trabajo y lo recibe con el mismo amor.  Sus comportamientos representan el modelo de la mujer ideal.

El marido es todo lo contrario: Un médico irritable que no encuentra nada bien, discute por detalles, ve, por ejemplo, que la criada no recoge la caca del perro y se amarga. No es feliz.  Pretexta un viaje de estudios que nunca realizó y no regresa más al hogar. La esposa ha quedado abandonada.

Sofía sale a tomar unos tragos y estropea el auto en el angosto estacionamiento.   Luego decide que pasarán un fin de semana en la playa. Los niños quedan a punto de morir ahogados. La criada arriesga su vida para salvarlos.

Cleo está embarazada, el novio se ha desentendido de ella, no le interesa ni la quiere ver más; le pide, con amenaza, que se aleje de él.

Cleo va a dar a luz. Con la abuela de la casa están en una tienda para comprar la cuna del bebé.  Es el 1971. Tres años han pasado desde aquel octubre del 1968 cuando, bajo la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz, 325 estudiantes fueron asesinados en la Plaza de las Tres Culturas,  y las revueltas estudiantiles todavía están en auge en un México rebelde, gobernado ahora por Luis Echeverría Álvarez.

Al momento de pagar la cuna entra a la tienda un estudiante perseguido por una turba de paramilitares; lo matan a la vista de todos. Uno de los asesinos es Fermín, el padre de la criatura que lleva Cleo. Es un fuerte momento.

Cleo está horrorizada, sufre una crisis y precipita el parto, pierden tiempo para llevarla al hospital. El transito está desbordado por causa de una nueva protesta de estudiantes. La criatura ha nacido muerta.

No pretendo disputarles el puesto a los críticos de cine. Soy un simple poeta que ama el séptimo arte desde que aquella tarde lejana de los años 50, siendo un niño recién llegado del campo a la ciudad, Alejandro Rosó, un amigo de mi familia, me llevó al cine Antonieta de San Juan de la Maguana a ver una película de gorilas en la selva mientras él se quedaba esperándome en el parque Sánchez.

El Cine Antonieta, propiedad del acaudalado comerciante árabe Pedro J. Heyaime, estaba recién inaugurado y llevaba el orgullo de ser uno de los mejores de la República.

Desde esa taciturna tarde no falté más a la cita con el Séptimo Arte y en los años 60 escribí comentarios en el periódico Maguana sobre las películas que me gustaban. Entre las que más recuerdo figuran “Busco mi destino”, de Dennis Hopper y “Belle de Jour” (Bella de día), de Luis Buñuel.

Esta vez, con Roma, de Cuarón, quedé fascinado: Es un realista poema de amor. Una de las mejores películas de los últimos 20 o 30 años.

A mi modesto parecer, las escenas más conmovedoras, con sus tremendos efectos sonoros, manejo de la cámara, planos y sus colores blanco y negro, fueron:

1-Cuando Cleo va donde Fermín a darle cuenta del embarazo; la reacción de Fermín.

2- La escena del temblor de tierra.

3- El recorrido de las domésticas por el centro de la ciudad a encontrarse con sus novios.

4- El momento que los paramilitares, Fermín entre ellos, entran a la tienda y matan al estudiante. La reacción de Cleo.

5- La escena del parto. El momento de Cleo abrazando a la criatura que ha nacido muerta.

3-La de los niños ahogándose en la playa.

4-La expresión de Cleo en la playa: “Yo no la quería; no quería que naciera”.

El 2019 será recordado como el año que vimos Roma. Si tuviera que resumirla en una línea diría:  Es una rapsodia de amor a la mujer y un canto a las luchas estudiantiles.

 

Por Rafael Pineda

 

 

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