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19 de abril 2024
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OpiniónRamón SabaRamón Saba

Ramón Lacay Polanco

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Nació en Santo Domingo en el año 1924 y murió en el 1985, sólo y abandonado en una pequeña habitación donde residía sin compañía alguna, enfermo desde hacía tiempo y consumido por el exceso de consumo de alcohol; su cuerpo fue depositado en la morgue de un hospital público. Él mismo había escrito que “El artista debe estar solo, terriblemente solo con su desesperación, porque el hombre nace y muere solo, y con nadie puede compartir su regocijo o su angustia”.

 

Narrador, periodista y poeta. Cursó su educación elemental y secundaria en Santo Domingo y se convirtió en taquígrafo, lo que le sirvió para trabajar en la Cámara de Diputados. Comenzó sin graduarse la carrera de filosofía y letras en la Universidad de Santo Domingo. Escribió las novelas radiales del programa El suceso de hoy, bajo la dirección del popular humorista y productor Manuel Rodríguez (Rodriguito). Trabajó en el departamento de producción de la televisora estatal La Voz Dominicana. Fue director del periódico La Nación. También mantuvo una sólida relación de amistad con el reconocido vocalista dominicano Fernando Casado, con quien compartió espacio en Radio Caribe. Fue un leal servidor de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina, lo que le obligó a exiliarse en varios países después del derrocamiento del tirano.

 

Su legado bibliográfico cuenta con los títulos La mujer de agua, En su niebla,  Punto sur,  El hombre de piedra, Una calle de sangre, No todo está perdido, El extraño caso de Camila Torres, Canto a la América auténtica,  Rosa de Soledad y Antología. Su obra ha sido merecedora de figurar en incontables antologías y de ser reseñado por reconocidos críticos y colegas literarios, entre los cuales podemos mencionar a Giovanni Di Pietro, José Alcántara Almánzar, Pedro Peix, Andrés L. Mateo, Diógenes Céspedes, Marcio Veloz Maggiolo y Franklin Gutiérrez, entre muchos más.

 

Durante su carrera, Lacay Polanco fue objeto de importantes premios y reconocimientos, tales como el primer premio del Concurso Internacional de Cuentos Hispanoamericanos auspiciado por Prensa Literaria de Puerto Rico con La diabla del mar en el 1965. En el 1967 recibió la tercera mención honorífica en los Segundos Juegos Florales Antillanos de Puerto Rico por su poema Cita con un recuerdo y en 1971 una mención de honor en el Círculo de Escritores y Poetas en los Juegos Florales Hispano-dominicanos de la Casa de España de República Dominicana.

El articulista Danilo Arzeno confiesa que su amigo Ramón Lacay Polanco le dedicó su novela corta El extraño caso de Camelia Torres y en cuanto empezó a leerla sintió en su narrativa una sublimidad y una atracción muy superior a la sentida con las obras del famoso escritor austríaco Stefan Zweig, quien era hasta ese momento, su preferido

El crítico puertorriqueño Miguel Ángel Náter considera que la novela de Lacay Polanco es un continuo exorcismo de esa mujer que persigue a lo largo de la narración a un novelista que intenta aprehenderla en la escritura, y la novela dentro del texto se incluye a sí misma como objeto, como espacio del deseo, pero, también, como el espacio de lo imposible, la conciencia de no poder alcanzar el objeto del deseo. Este aspecto continúa en En su niebla con mayor expresividad y madurez. Ernesto Lasalle, el protagonista, es el mismo escritor de la novela anteriormente analizada, y Mabel, de igual forma aparece como La mujer de agua. Sin embargo, aquella mujer de los sueños da paso a Verna, una mujer carnal, fea, pero atractiva a la vez.
Finalmente, la poeta, periodista y ensayista Camelia Michel nos obsequia una opinión que, por su inmenso valor analítico,  publico in extenso: “Si fuera necesario definir en pocas palabras al insigne dominicano Ramón Lacay Polanco, diría que es un escritor de prosa magistral y prístina, caracterizada por un uso diestro, limpio y sutil del lenguaje. Sus textos de ficción son eficientes y equilibrados, puesto que logra su objetivo de ponernos de frente con las más inverosímiles historias, sin desperdicios de tiempo ni de palabras, en medio de una atmósfera lírica y envolvente.

Para mí, su cuento El Bacá, que parece salido de las mismas entrañas del realismo mágico, es digno de figurar en cualquier antología, en  representación de la literatura dominicana, y como un excepcional referente de la mitología caribeña.

Un aspecto poco conocido de él es su paso trascendente, aunque breve, por la poesía. Dejó a la posteridad un poemario de inestimable valor: Rosa de soledad, en el que, a través de un incuestionable manejo del soneto, abre al lector la puerta de sus inquietudes filosóficas y existenciales, con textos de exaltado lirismo.  Esa obra, que forma parte de la Colección Orfeo, fue publicada por la Biblioteca Nacional en 1986, durante la gestión del poeta Cándido Gerón, con prólogo del poeta y sólido intelectual Antonio Fernández Spencer. Para mí, es una joya valiosa, digna de figurar en la colección bibliográfica de cualquier lector que se precie de estimar la poesía nativa.

Durante mi estadía laboral en la Biblioteca Nacional, desde mediados de la década de los 80, hasta el 1991, tuve la suerte de conocer a importantes escritores de generaciones anteriores y coincidentes con la mía. Así, tuve la oportunidad de conversar unas pocas veces con este poeta, de personalidad un tanto ríspida y poco acogedora. Ya lucía enfermo y con las piernas hinchadas.

Poco antes de morir, Cándido Gerón fue a visitarlo e hizo el intento de convencerlo para que se dejara hospitalizar, a lo que él no accedió. Tampoco parecía interesado en recibir las atenciones médicas que quizás habrían prolongado su existencia, caracterizada en los últimos años por un autoexilio del medio social vigente en ese entonces. Sin embargo, hay que destacar el afecto, la amistad y el apoyo solidario que le profesaron de manera particular Víctor Villegas, Antonio Fernández Spencer y Cándido Gerón, entre otros.

En la desaparecida revista Yelidá, que producía en la década de los 80s.  el siempre recordado poeta Víctor Villegas, junto a una pléyade de escritores dominicanos, Ramón Lacay Polanco dejó muestras de sus dotes de ensayista. Recuerdo con particular deleite un texto de su autoría, acerca de la vida y obra del vate inglés Francis Thompson, cuya impronta pareció haber marcado un hito en el dominicano.

Finalmente, y para no prolongar más de la cuenta estas memorias, quiero expresar mi aspiración de que la versátil y enjundiosa obra literaria de Ramón Lacay Polanco abandone los anaqueles del olvido, y circule, feliz y libremente en todos los hogares dominicanos. En manos de quienes ejercen las políticas culturales queda esta inquietud, que es también un reto”.

Concluyo esta entrega de TRAYECTORIAS LITERARIAS DOMINICANAS manifestando mi reconocimiento a la magna obra de José Lacay Polanco, quien también como poeta romántico que era, sólo escribía en ese género por el amor de una mujer. A continuación, un fragmento de un poema en prosa de su autoría.

FRAGMENTO DE EN SU NIEBLA

 Ahora estoy en mi niebla y sigo vacío, engañando a mi sed, con voz de flojeras y mirada divorciada. Soy el primer hombre, y grito, grito sobre la indolencia del mundo, y no tengo Dios ni demonio, como el maldito indiferente.

 Soy imprecación hecha carne, blasfemia convertida en gesto, sarcasmo realizado. Y estoy solo. Nadie a mi lado tiembla, se consuela, ríe, solloza. Bailo en la cuerda floja mi danza de espanto y miseria, como Caín frente al cielo, como Hamlet delante del abismo.

 Más dichosos fueron los muertos a cuchillo que los muertos del hambre: porque estos murieron poco a poco por falta de los frutos de la tierra.

 Más allá de mí mismo, tiemblo. Sólo estoy en mi niebla, sin creencia, en el conflicto eterno, y se suceden noches y días, y no agonizo porque la tumba me desprecia, y no vivo, porque no existo para el mundo.

 Soy niebla terrible, soledad terrible. Y como el jugador con un solo naipe pendiente entre los dedos febriles, sobre el tapete de sus días iguales, que procura en la sombra un adversario a quien lanzarle el reto porque no ve cofrades en su torno yo sigo procurando una voz enemiga o una voz hermana.

Por Ramón Saba

 

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