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18 de abril 2024
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OpiniónRicardo PallaresRicardo Pallares

Rafael Pineda: poeta dominicano y uruguayo

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 El reciente libro de Rafael Pineda, Preguntas de un estudiante que lee [1], confirma de varias maneras la afirmación del título.

El autor, que es Ministro Consejero de la Embajada de la República Dominicana en Uruguay, tiene 10 años de residencia en el país lapso durante el cual publicó -entre otras- dos obras más de poesía: Las mariposas de San Juan (2007) y No siempre el café está caliente (2017). Ambas obras y la que aquí comentamos muestran progresión y acendramiento lírico.

Asimismo, Rafael Pineda fue perfilando en su obra un canon personal y literario en el que la presencia de algún uruguayo y de otros hispanoamericanos y extranjeros es particularmente irradiante. Nos referimos en especial a Eduardo Galeano a quien se le dedica la cuarta poesía de la tercera sección del libro.

Las citas, menciones, acápites y algunos breves desarrollos en torno a los aludidos, a sus obras y pensamiento dotan a las texturas de un espesor que fortalece a las asociaciones y al contexto.

 A través de esta especie de canon y de los testimonios literarios de la recepción autoral de las obras de Neruda, Guillén, Celaya y Galeano, por ejemplo, supera y salta por sobre las barreras del aislamiento cultural que incomunica las culturas y las literaturas latinoamericanas.

Salvadas las distancias y las diferencias, el de Pineda es un caso ligeramente opuesto al de Saúl Ibargoyen, a quien hoy ya se lo considera poeta uruguayo-mexicano tras larga residencia y numerosas publicaciones en el país que le dio asilo. Pineda da curso a una obra en la que se producen progresivas articulaciones integradoras con elementos de la cultura rioplatense y, en general, del Cono Sur. Ibargoyen en cambio parece haber profundizado un aspecto universalista vinculado a su milicia del decir y a la acción política emancipadora.

Aunque lo político en sentido amplio está presente y muy presente en este libro de Rafael Pineda parece oportuno destacar en primer término que su voz se define más claramente que en los libros anteriores y que su poesía parece haber trascendido un disfrutable y colorido pintoresquismo regional y caribeño como el que hay, por ejemplo, en el ya citado Las mariposas de San Juan.

Por estas razones su escritura permite dar cauce a lo subjetivo y expandir el lirismo sin apartarse de los correlatos objetivos e históricos relativos a su país y a Latinoamérica.

El tono, que va de la elegía y la balada hasta la denuncia, permite el recuento memorioso de víctimas de las luchas sociales, de figuras populares paradigmáticas caídas durante el proceso autoritario que le tocó vivir al autor a partir de 1966. También permite recordar y evocar poéticamente las condiciones del trabajo obrero y las injusticias. Por este lado la poesía que comentamos se vincula con el corpus latinoamericano que se empezó a conformar a fines de los ochenta cuando la generación emergente por entonces, concluido el ciclo de las dictaduras, inició su tarea.

No obstante lo anotado precedentemente esta poesía tiene un hablante de inocentes intenciones que repliega lo egoico a favor de lo colectivo, que posterga lo individual a favor de lo común de una identidad fuerte y reclamante.

El libro tiene un conjunto de enumeraciones y descripciones que pautan la suerte colectiva historiada selectivamente junto con el proceso emotivo del yo en el que el pasado juega un papel preponderante. En él radican la infancia y la juventud estudiantil evocadas desde el título, así como la indefensión primera.

 Las preguntas del estudiante son retóricas dado el contexto de dolor y persecución. Lo son preguntas como: “Quién pagó la recompensa?; ¿Quién contrató a los sicarios?; ¿En qué despacho se discutió el plan?; ¿Quién era el que los perseguía?; ¿Quién fue el último que lo vio / caminando hacia la muerte?”

Este rasgo formal del preguntar, amén de frecuente, señala que el estudiante que lee lo hace críticamente, que desentraña la verdadera historia en los silencios que están por detrás de la pretendida y declarada historia escrita.

 Al final del poema “Estudiante necio” dice: “Son tantas las preguntas / de este necio que leyó la historia”.

En el poema “Balada de un estudiante que lee” se afirma:  “Quién fue el que escribió la historia / y la historia misma olvidó?” Y poco más adelante: “Yo canto el suplicio / yo canto la balada de los olvidados.”

Por lo dicho resulta claro que estamos ante una poesía de estremecimiento político sustanciada en el recuerdo, la denuncia, la rememoración, el homenaje a los héroes caídos pero enriquecida con el intenso hilván de la historia personal del hablante. Un ejemplo de esto es la composición “Versos para mi madre” de altura estremecida.

Lejos de lo testimonial y lo autobiográfico per sé, Pineda da tono a una voz enunciante que hace suyo el modo de decir del pueblo y de su región. Se aproxima a las formas del habla dominicana como consecuencia de un impulso de  projimidad y fraternidad, sin abandonar los requisitos de la trasposición literaria y la consiguiente figuración en el lenguaje y la sintaxis.

Según nos parece estas interpretaciones y lecturas están reforzadas por ocho o nueve baladas o casi. También se aprecian algunos giros expresivos de austeridad léxica que se logra con un esencialismo comunicativo que da autenticidad y compromiso.

En el libro hay algunos símbolos significativos como el del Minotauro y el de los grillos. El primero lo es del poder omnímodo y los segundos del pueblo y del propio yo que se identifica con él. Tal el contenido de la poesía “Una historia de grillos”, donde se desarrolla una casi fábula de intenso fin didáctico, y de “La balada del grillo”. En esta última se dice:

  Yo era un grillo

Quiero negarlo y puedo

pero no lo niego

 Yo era un grillo

 

            Yo era entonces un grillo

            y no lo niego

            no lo quiero creer

            lo creo y no lo creo

 

            Orienté la mano sobre el pecho

            agarré mis intestinos

            y sobre una piedra me senté con ellos

            Puse por delante mi dentadura

            entré con la camisa abierta

            el corazón en la mano izquierda

            Me senté con mis intestinos

            en el laberinto de los círculos concéntricos

            donde danzan los grillos

El pasaje da cuenta de los rasgos visionarios y autoperceptivos del yo en el proceso de identificación simbólica con un grillo. Al mismo tiempo muestra el desafuero de algunas imágenes al servicio de lo que implícitamente se confiesa, se imagina, se representa y se inviste como causa común y tácita denuncia. Dice en las dos últimas estrofas:

            Junto a ellos mis hermanos grillos

            afilé las flechas

            y disparé todos los silencios

 

            Aunque no lo quieran creer

            lo niegue o no

            yo también fui un grillo

 

Finalmente parece necesaria una aclaración sobre el subtítulo del poemario: “Para leer de tarde mirando el mar”. El carácter casi perifrástico de su unidad verbal conduce a pensar que el estudiante que lee y se pregunta sobre lo leído también afirma que el libro se debe leer mirando el mar.

 En realidad, el asunto se vincula con la presencia simbólica y absoluta del mar que para el hablante es fuente dadora de múltiples sentidos.

 El primer texto poético del libro, a la manera de introducción general, titulado “Balada triste para el mar”, tiene aspectos que son de una fábula y alegoría que explicarían la vocación poética del hablante.

El mar da y devuelve plenitud con su contemplación, da elementos fantásticos como una deslumbrante mariposa que parece una bailarina sobre las olas, da la certeza de que en su infinitud es un custodio del amor, da la certeza de que provoca las “alucinaciones” de la vida y finalmente es el que permite dar el salto desde la individuación hasta la vivencia de lo comunitario en lo colectivo a través de lo absoluto.

 En suma: con la repetida imagen del mar estamos ante la bisemia vida-muerte presente en la literatura universal y en la poesía de nuestra lengua. Este rasgo vincula a Rafael Pineda con el gran caudal de la tradición, la memoria cultural y la poética.

El libro montevideano de Rafael Pineda, un destacado dominicano con claro perfil, ofrece la oportunidad generosa y singular de corroborar lo dicho.

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