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20 de abril 2024
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OpiniónRamón SabaRamón Saba

Rafael Damirón

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Nació en Santo Domingo el 9 de junio de 1882 y falleció en la misma ciudad el 6 de enero de 1956, a la edad de 74 años.  Son muchos los que creen que él nació en Barahona y pocos saben que fue en la capital dominicana; pero siendo muy niño se trasladó junto a sus padres a la ciudad de Barahona por muy corto tiempo. Su segundo apellido era Sánchez.

Poeta, narrador, dramaturgo, político y periodista. A los siete años ingresó a la Escuela Preparatoria y a los doce años ingresó como interno al Colegio San Luis Gonzaga, fundado y dirigido por el Padre Billini, donde figuraban como profesores Leopoldo Navarro, Miguel Angel Garrido, Adán Reyes, José Leopoldo Hungría y otros connotados profesores. Fue un ferviente lector de Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Guy de Maupassant, Edmont de Goncourt, Claude Ferrer, Gustave Flaubert, Máximo Gorki y otros autores que fueron la pasión de su vida. En poesía, durante los primeros años de juventud, leía los más famosos poetas franceses, alemanes, españoles e hispanoamericanos. Regresó a Santo Domingo, e ingresó en la Academia Militar, graduándose de Capitán de Artillería. Fue diputado al Congreso Nacional, cónsul en Puerto Rico, Barcelona, Madrid, y Encargado de Negocios en México.

Rafael Damirón casó con Rosa María Salinas en San Pedro de Macorís, con quien procreó su única hija; Amalia. En esa comunidad asistía a tertulias y encuentros con reconocidos escritores de la época como Manuel Florentino Cestero, Gastón Fernando Deligne, Federico Bermúdez, los hermanos Servio y Lolón Doucodray, Baldomero Rijo, y Virgilio Díaz Ordoñez, entre otros. También estrechó relaciones con Apolinar Perdomo, Emilio A. Morel, Valentín Giró, Primitivo Herrera, Vigil Díaz, Arturo Logroño y varios más. Publicaba artículos en los periódicos “El tiempo” y en el “Listín Diario” bajo el seudónimo de “El Abad de Antinoe”.

 

En 1909 fundó y dirigió la revista literaria “Osiris”, junto al poeta Valentín Giró. Publicó versos y prosa en las revistas Blanco y Negro, en “La Cuna de América” y en otros órganos de prensa de aquellos tiempos. Fue director-fundador del bisemanario político “El Nacionalista”; también lo fue del diario “El Tiempo” y más tarde de la “Revista Gráfica”. Durante el gobierno del General Horacio Vásquez editó y dirigió el periódico “El Monitor”, en el cual mantenía una columna denominada “Pimentones” y en diario “La Nación” tuvo también una muy leída columna titulada “De soslayo”.

 

El haber bibliográfico de Rafael Damirón se inicia con una breve novela en formato de bolsillo, titulada Del Cesarismo; a esta le siguieron Monólogo de la Locura; luego publica su primera obra en el género del cuento La Sonrisa de Concho, continuando con Cronicones de Antaño y De Nuestro Sur Remoto, para sólo mencionar algunos. Posteriormente añade a su producción las novelas Ay de los Vencidos, La Cacica y Revolución. En colaboración con Arturo Logroño, escribe y pone en escena en el Teatro Colón, dos comedias: Los Yanquis en Santo Domingo y Una Fiesta en el Castine. Ante el éxito alcanzado por esas dos comedias, Rafael Damirón se anima para escribir y montar en el mismo teatro su melodrama Alma Criolla, escrita en prosa y en versos, de motivos campestre criollos, tiene además el mérito de que, por primera vez un autor nacional introduce en escena el canto; luego produce La Trova del Recuerdo, Mientras los Otros Ríen, Tres Minutos de Otro Tiempo y Como Cae la Balanza. Casi todas las obras de este autor describen, relatan y exponen motivos dominicanos que las identifican. En poesía nos dejó su obra Huerto remoto. Aportó a las letras dominicanas una valiosa y amena colección de ensayos entre los que podemos mencionar a La sonrisa de Concho, Estampas y Memorias y comentarios, entre otros más.

 

Rafael Damirón recibió innumerables reconocimientos, pero destaco en este artículo el premio obtenido por su novela “La Caica” en el concurso literario celebrado con motivo del Centenario de la República y publicada en 1944.

 

El escritor Bienvenido Gimbernard cuenta que conoció a Rafael Damirón durante los primeros años del siglo pasado, mientras tiraba carambolas de billar en la sala que se dedicada a este juego, donde tenía un café situado en el frente este del Parque Colón. Tiempo más tarde le escuchó cantar canciones románticas de la época. Después, fusil en mano, defendía a no recuerda qué gobierno. Luego le vio a caballo leyendo alocuciones oficiales y escribiendo aromosos versos enjoyados de amor y de bohemia.

 

Por otro lado, el intelectual Manuel de Jesús Mañón Arredondo consideraba que en la biblioteca de autores dominicanos nunca podrá faltar un bello tomo empastado lujosamente de la novela histórica de Rafael Damirón titulada Ay de los vencidos, que quizás hasta la fecha de su desaparición (la de Manuel de Jesús Mañón Arredondo) haya sido la única obra literaria escrita con la más bella prosa romántica sobre el dolor y las huellas dejadas como secuela de la Ocupación Militar Norteamericana de 1916.

 

La periodista Ángela Peña considera que Rafael Damirón es uno de los más fértiles y polifacéticos escritores nacionales, dejó alrededor de 50 libros publicados pero fue en los prestigiosos periódicos y revistas de su época donde quedó el sello inconfundible de su estilo como crítico, político, costumbrista, analista, biógrafo, editorialista o redactor de planta. Tan esperados eran sus trabajos en la prensa que Virgilio Álvarez Pina y Paíno Pichardo se sentaban en su casa a esperarlos, deteniendo el cierre del periódico.

 

Finalmente, el crítico literario Pedro René Contín Aybar afirmaba que Rafael Damirón hablaba constantemente y acompañaba sus juicios, no siempre placenteros, con una vibrante carcajada de hombre feliz y despreocupado. Muchos le temían a causa de sus acerados juicios donde su brillante inteligencia brillaba como un agudo estilete y se desparramaba con fulgores de fuegos artificiales. Periodista de verdad, con pluma de acero, poeta entroncado en los aspectos familiares de la patria, observador profundo, buen conocedor de la política, era una figura difícil de olvidar, porque era un ente vivo, cordial, no importa sus acerbas ironías, sencillo, a pesar de su maravilloso talento. Era un hombre íntegro, a quien podía querérsele, de verdad, o tenerle miedo y quizás otros sentimientos menos gratos, pero nada podía ser a su lado de medias tintas.

 

Concluyo esta entrega de TRAYECTORIAS LITERARIAS DOMINICANAS con las dos quintillas iniciales de un poema de Rafael Damirón:

 

Criolla

 

Debajo de los palmares

tengo plantado un bohío

que entre olorosos pomares

y renuevo de azahares

copia el espejo del río.

 

Bajo su oscura techumbre

tengo mi hamaca colgada,

sin una luz que me alumbre

pues nadie enciende la lumbre

que tú dejaste apagada.

Por Ramón Saba

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