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19 de abril 2024
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OpiniónMiguel ColladoMiguel Collado

Rafael Abreu Mejía, el poeta de la luz

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En el XIV aniversario de su muerte (6-5-2004 /6-5-2018)

Preámbulo

Es en la capital de la República Dominicana donde Rafael Abreu Mejía ve la luz del mundo por primera vez el 4 de febrero de 1939. Para ese entonces la ciudad no respondía al nombre de Santo Domingo, sino de Ciudad Trujillo desde el 9 de enero de 1936. Bajo la atmósfera del régimen tiránico presidido por Rafael Leónidas Trujillo transcurrirían la niñez, la adolescencia y la alborada de la juventud del poeta.

Nunca asistió a las aulas universitarias para estudiar carrera alguna y nunca necesitó de ellas para ser lo que fue: un auténtico poeta. Era autodidacta, como también lo eran poetas de la estirpe de Salomé Ureña de Henríquez, Fabio Fiallo, Otilio Vigil Díaz, Tomás Hernández Franco, Domingo Moreno Jimenes, Manuel del Cabral y Franklin Mieses Burgos. Este  último, distinguido miembro de La Poesía Sorprendida y, para muchos, la más alta cima de la poesía dominicana de todos los tiempos.

Abreu Mejía pertenecía a una familia de destacados intelectuales: Rafael Abreu Licairac (su abuelo paterno), Félix Evaristo Mejía, Abigaíl Mejía de Fernández, Abel Fernández Mejía y Marcio Mejía Ricart, entre otros. Figuras connotadas de la cultura y la educación dominicanas todas. Tanto su padre como su madre eran dominicanos: Julio Ernesto Abreu Román y María Mejía.

Al estudiar su trayectoria literaria observamos tres etapas bien definidas y diferenciadas, las cuales nos permiten visualizar claramente su evolución como creador. A partir de esa visión, un poco intrahistórica, expondremos en este texto algunos juicios críticos sobre uno de los integrantes de «La Antorcha», grupo literario fundado en la ciudad de Santo Domingo en 1967 y cuyo nombre fue sugerido por el mismo Abreu Mejía.

 

Primera etapa (1939-1978): Surge el poeta de la luz

 Rafael Abreu Mejía comenzó a escribir poesía en la primera mitad de la década del 50 del siglo pasado, siendo un adolescente aún. En su primera pieza poética, «Las bellezas del mar», ya estaban presentes el mar y la luz: «ver la espuma de tus olas cuando brilla / a la luz de la luna tempranera Tempranamente surge el poeta sensitivo, el poeta de la luz, amante de esa naturaleza que habrá de atravesarlo, durante toda su vida, en el ámbito más profundo de su ser: como creador, como ser humano. La luz será su símbolo poético-espiritual.

Registrado ha quedado su nombre, en la historia de la literatura dominicana, dentro de la denominada promoción literaria de Post-Guerra, última oleada poética de la Generación Literaria 60, a la cual le dedicamos un capítulo en nuestra obra Apuntes bibliográficos sobre la literatura dominicana (1993). Igualmente sus compañeros del grupo literario «La Antorcha»: Mateo Morrison, Alexis Gómez, Soledad álvarez y el ya fallecido poeta Enrique Eusebio.

Transparencia del dolor es el primer texto poético publicado por Abreu Mejía. Aparece en el diario El Nacional de ¡Ahora! del 21 de enero de 1968. Leamos un fragmento:

Todo es nada cuando llega el dolor.

La carne herida por las sombras

llena de espanto la miseria.

Pero ellos no se detienen,

reciben la sangre con una sonrisa

en su eterno afán de entristecer las mañanas.

Entonces la tragedia se escabulle hasta los diarios

y a través de los ojos nos llega al corazón

y la impasibilidad muere,

la pólvora se llena de rabia,

los ángeles de la guerra encienden la tea,

Hay pánico.

La decisión flota en las aguas del coraje.

Los escombros niegan la civilización

que el hombre proclama.

El dolor de mi pueblo es transparente.

El dolor de mi pueblo tiene nostalgia de pan.

[Fragmento]

 

Al año siguiente de la fundación de «La Antorcha» Abreu Mejía inicia una relación de colaboración literaria con el poeta Juan Sánchez Lamouth, con quien funda, en 1968, la revista Actividades. Profunda es la amistad forjada entre él y el célebre autor de la «Sinfonía vegetal a Juan Pablo Duarte». En 1969,  en colaboración con los poetas Mateo Morrison y Andrés L. Mateo, da  a la luz pública el poemario Poesía 1. En las palabras de presentación el crítico Héctor Amarante, al referirse a Abreu Mejía, dice: «Tiene conciencia de qué debe decir, de la utilidad del verso…» El volumen —de apenas 30 páginas— recoge siete poemas de Abreu Mejía. Uno de ellos, «Pequeño canto para después del triunfo», de solo ocho versos, es anunciador de la llegada feliz del poeta de la síntesis:

Si yo les digo

que soy uno de ustedes,

que les amo intensamente,

que me hago co-partícipe

del amor que hace órbitas

en torno al corazón del hombre…

¿Qué más puedo decir en este

panegírico al dolor?

En 1970 su poema «Epitafio sobre la yerba» es incluido por el crítico y antólogo Pedro Conde en una de las antologías poéticas más provocadoras en la historia literaria dominicana: Antología informal: la joven poesía dominicana. Es uno de los textos más emblemáticos del poeta Rafael Abreu mejía; mejor selección no podía haber hecho el polémico antólogo Conde Sturla:

Para sufrir

y derramar la sangre buena

y la sangre que, a veces,

es demasiado joven,

el hombre de esta isla

ha sido un monstruo.

Para comerse el llanto,

soportar el dolor

y asimilar la tortura despiadada,

el hombre de esta isla

ha sido un titán,

ha sido un coloso.

Para que todo el mundo lo sepa

y tenga conciencia de ello,

a este hombre

se le ha cubierto de heridas a propósito

y se las han dejado sin curar a propósito,

siempre con un fin determinado:

            que se pudra poco a poco.

A este hombre

se le ha dejado

sin derecho a la palabra,

sin el libre acceso a la luz,

sin tiempo para fingir que se retracta,

sin tiempo para decir

que prefiere caerse a pedazos

que vivir por siempre arrodillado.

Hoy que amanezco con el rojo de las llamas

y, aunque parezca mentira,

con el verde de las hojas,

bien me importa morir al final de estos versos

si antes puedo dejar

            un

epitafio sobre la yerba.

Es el año de 1971. Aparece su opera prima y  texto fundamental en su producción poética total, La luz abre un paréntesis: Homenaje a los héroes de junio (Santo Domingo, Rep. Dom.: Impresora Di-Do, 1971), el cual marca el surgimiento definitivo, con pulso más firme, del poeta de la luz. La crítica Marianne de Tolentino saluda la llegada al mundo de las letras dominicanas de ese emblemático poemario de Abreu Mejía, quizá el poeta de tono más lírico de los que integran el grupo La Antorcha. Ella dice:

«La luz abre un paréntesis» seduce desde la primera ojeada a la portada color y composición— […]. Los versos implican sensibilidad, convicción y fuerza. El canto a la naturaleza (‘Descripción preliminar’) con sus correspondencias humanas impresiona por sus múltiples matices, las imágenes simples y sensoriales, el estilo directo y firme. La metáfora y la alegoría se entremezclan con pasajes descriptivos súbitamente enfurecidos y estremecedores. [«La Gaceta Literaria de Auditorium», periódico Listín Diario (Santo Domingo), 6 de mayo de 1972, Año I, Núm. 15, p. 5].

Una característica que hay que destacar en la poesía de Rafael Abreu Mejía —además de su claro sentido del compromiso social, de su identificación con el dolor y la tragedia de su patria— es su gran humanidad, su honda sensibilidad atravesándola. En todos esos poemas que él da a conocer en los suplementos y revistas culturales durante los años 70 —del 1972 al 1978, específicamente— encontramos las huellas del poeta con su cargamento de humanidad. Siempre le rindió tributo al pensamiento terenciano, pues ningún dolor humano le era indiferente. Leamos, a modo de ejemplo, «Niño del oscuro suelo», aparecido en el suplemento «Aquí Cultural» del diario La Noticia del 24 de diciembre de 1978:

 Ese niño triste

como pequeño fuego

llega a mi corazón

casi apagándose.

 

Ese niño híbrido

mitad niño que vive

mitad niño que muere

mitad llanto que viene

mitad dolor que vuelve.

 

Ese niño tan delgado

que ya no es él

sino su sombra.

 

Segunda etapa (1979-1992): De su retiro para cultivar el silencio

En 1979 Rafael Abreu Mejía abandona el mundo literario para dedicarse al comercio en el ámbito agropecuario. Sigue escribiendo, pero ausente del escenario público de las letras. Se sumerge, entonces, en un silencio literario de casi cinco lustros: de 1979 a 1992. Fue esta una etapa de retiro involuntario, una ausencia literaria motivada por el desencanto: Abreu Mejía había perdido la fe en el movimiento político-literario de finales de los 70 del pasado siglo; entendía que ya la sociedad dominicana había tomado otro rumbo, que los sueños abrigados en los 60 y hasta la primera mitad de los 70 se habían diluido en la desesperanza y el desconcierto. En 1988 proclamará, como si acaso fuera un mensaje dirigido a los que quizá pensaban que se había auto desterrado del mundo de las letras de modo definitivo:

El poeta

 No estaba muerto;

estaba entre los surcos

cultivando el silencio.

 

Y es que la de Abreu Mejía fue una retirada para encontrarse consigo mismo, cultivando el silencio fuera del escenario público, pero un silencio cargado de palabras secretas, haciendo poesía con la vida misma, pues con profundo sentido existencial se dedica a la crianza y comercio de aves de corral, construyendo su manantial del Hai Q entre gansos, conejos y palomas, entre codornices y periquitos del amor, poniendo de manifiesto esa sensibilidad que solo con la muerte se iría de él. Y en la plenitud de ese silencio Abreu Mejía escribirá poemas testimoniales como «Filosofía personal»:

Tengo tanta vida interior

que puedo estar con todos de sólo estar conmigo

Vengo desde el cosmos de mi alma

            hasta la selva inmensa de mis sueños

No pasaré el inventario de mis ilusiones

            ni de las flores que crecen en mi voz

            ni del cúmulo de luces que alimenta mis deseos

No me lamentaré de los versos que se han ido

            me prepararé a recibir los que vendrán

No mencionaré la palabra amor

            porque todo el mundo sabe

que de amor y no de carne está hecho mi corazón

 

Tengo tanta vida interior

            que puedo ir de país en país

            de continente en continente

            de planeta en planeta

            de galaxia en galaxia

            sin moverme de mi mecedora.

[En: Con las manos de mi alma, 1993]

 

Tercera etapa (1992-2004): El retorno del poeta de la luz

En 1992 Abreu Mejía rompe el silencio literario que había iniciado en marzo de 1979. En este mismo año reanuda su activismo cultural de los años 60 y 70, participando en tertulias literarias y en encuentros de escritores, así como dictando charlas y ofreciendo recitales poéticos que entusiasmaban a los contertulios por el donaire con que decía su poesía. El crítico Miguel Aníbal Perdomo se refiere a este momento de la vida literaria de Abreu Mejía en los siguientes términos:

Cuando Abreu Mejía volvió a la literatura, trajo consigo temas y tonos nuevos. Regresó a la poesía epigramática, que lo había atraído siempre y cultivó una estrofa afín que lo fascinaba: el haiku japonés, por la que se cuela, como es de esperarse, la luz, tal sucede en «Cielo estrellado». [A]hora su poesía adquiría resonancias vanguardistas que recuerdan a Huidobro y a Oliverio Girondo. Su interés por la condición humana subsistía, pero asumía a veces un matiz metafísico. [En: Una palabra para cruzar el puente: antología de La Antorcha). Editor: Alexis Gómez Rosa. Santo Domingo, Rep. Dom.: Secretaría de Estado de Cultura, 2008. P. 23].

El poema «Cielo estrellado» es uno de los haikus contenidos en el poemario Hai Q RAM, publicado por Abreu Mejía en 1993: «La noche me mira / con millones de ojos / acusadores.»

Como si fuera su intención compensar todo ese tiempo de silencio literario transcurrido entre 1979 y 1992, Abreu Mejía, asumiendo el rol de editor de su propia obra, publica diez poemarios entre 1993 y el 2002:  Con las manos de mi alma, ámbito del ser profundo y Hai Q RAM en 1993; Peccata minutaEl antilibro de las cuchufletas: poesía inorgánica  en 1994; Después de la pólvora y Mi casa y otros lugares en 1995; Evocación de la nostalgia, Trasmutaciones y la segunda edición de La luz abre un paréntesis. Homenaje a los Héroes de Junio en el 2000; y Pájaros de piedra, su última obra,  en el 2002. Él crea la «Colección Cuadernos Populares de Poesía», cuyo lema es «La poesía al servicio de la Comunidad Espiritual», no tan solo con la intención de editar sus propios trabajos, sino, también, de editar obras de otros autores.

 

La partida del poeta de la luz (2004)

En la tarde del  viernes 6 de mayo de 2004 el poeta Rafael Abreu Mejía parte hacia ese remoto lugar del que jamás regresará para encantarnos con sus haikus: fallece en la ciudad de Santo Domingo, donde transcurrió toda su vida. El grado de elevación espiritual alcanzado por él y su sorprendente comunión con la naturaleza, razón de ser de su poesía de corte oriental, quedaron evidenciados al hacer triste entrada al camposanto el cortejo fúnebre: allí, como una corona de luces multicolores, esperaba hermosamente imponente un arcoíris, que luego desapareció al descender el féretro en las fauces frías de la tierra…como si acaso ese fenómeno de luz decidiera guiar el alma de nuestro poeta hacia el infinito.

Pocas semanas antes de morir, quizá unos días antes apenas, Abreu Mejía, en una de esas visitas que le hacíamos para saber de su salud después de haber regresado de Cuba, acompañado de su amigo de siempre Mateo Morrison, nos dictó unos versos de un poema que, según acostumbraba a decir, venía rumiando:

 Esos niños que deambulan

por las calles,

hurgando en la basura,

venderían  de nuevo a Cristo

—si volviera—

por treinta monedas.

 

En el mes de agosto de ese mismo año es editada, con el auspicio de la Secretaría de Estado de Cultura y bajo la responsabilidad nuestra, su obra ámbito del ser profundo: antología poética 1968-2002, la cual, como homenaje póstumo,  compendia textos incluidos en sus once poemarios, además de algunos dados a luz pública en suplementos y antologías. En la presentación de esa antología el poeta Tony Raful considera que «ámbito del ser profundo es el mayor desmentido a quienes trataron de excluir a Rafael Abreu Mejía del espacio que se ganó en la Generación de Post-Guerra.» [«Rafael Abreu Mejía, un auténtico amigo», en Rafael Abreu Mejía. Ámbito del ser profundo. Antología poética (1968-2002). Selección y notas: Miguel Collado. Santo Domingo, Rep. Dom.: Secretaría de Estado de Cultura, 2004. Pp. 9-10]. En la ya citada antología poética del grupo La Antorcha pueden ser leídos 19 textos poéticos de Rafael Abreu Mejía seleccionados por nosotros.

 

A manera de epílogo

Abreu Mejía era un admirador fascinado de la poesía oriental. Podríamos decir que él es el poeta dominicano que de manera más fervorosa, apasionada y consciente, se ha dedicado a cultivar la poesía de corte oriental, específicamente el haiku, tipo de poesía de origen japonés que en la literatura hispanoamericana es introducide por el mexicano José Juan Tablada (1871-1945) en 1919 con su libro Un día… Poemas Sintéticos.

Ahora bien, si Tablada mejicaniza el haiku, liberándolo del corset de la métrica japonesa clásica —versos de 5, 7 y 5 sílabas—, Abreu Mejía lo dominicaniza, introduciendo elementos temáticos propios de la cotidianidad dominicana, de su entorno personal. Él estudió la historia del haiku, su técnica y a los más grandes y consagrados maestros del género: Matsuo Bashō (1644-1694), Yosa Buson (1716-1784),  Kobayashi Issa (1763–1827), y Masaoka Shiki (1867-1902). Bashō, el monje budista del siglo XVII que inspiró a Abreu Mejía, de los cuatro maestros del haiku fue el que alcanzó mayor notoriedad fuera del Japón, enriqueciendo y estableciendo el género con un estilo sencillo y con una mayor hondura espiritual. Pero antes que esos cuatro maestros existió Arakida Moritake  (1473-1549) en el siglo XVI, cuya poesía también fue leída por Rafael Abreu Mejía. De Moritake siempre recordaba y declamaba con pasión este texto clásico, muy célebre:

 Una flor caída

volviendo a la rama, pensé.

Pero no, una mariposa.

 

Y con Moritake entra en diálogo, a pesar de los siglos transcurridos, cuando escribe su haiku «Homenaje a Moritake»:

¿Una mariposa viva

cayendo de la rama?

Era una flor.

 

Hay que decir que Abreu Mejía desarrolló una visión muy personal en torno a esa forma de expresión poética, pues a pesar de que el asombro y la emoción son dos de los elementos característicos del haiku, producto de la contemplación de la naturaleza teniendo como referente las estaciones del año, Abreu Mejía no tan solo asume esa actitud contemplativa, sino que, además, asume una actitud reflexiva con referentes metafísicos, eróticos, cotidianos, que le dan un color muy singular a sus creaciones haikusianas, pero siempre consciente de cuál es la finalidad esencial de esa estructura poética mínima llamada haiku: alcanzar el desarrollo espiritual. De su toma de conciencia sobre el valor de lo espiritual como esencia de la poesía oriental se desprende lo del eslogan de su ya citada colección bibliográfica: «La poesía al servicio de la Comunidad Espiritual». Él  escribe un haiku para definir el haiku:

 

El haiku

 Un momento de visión

enriquecido por el alma

con la belleza.

 

Y en su manantial del haiku la luz siempre está iluminándolo todo:

Luciérnaga

 Un punto de luz,

Zigzaguea el vuelo,

Pinta la noche.

 

Imperativo al astro rey (1)

¡Cállate, sol!

Tu risa va a despertar

la mañana.

 

Sobre la faceta de Rafael Abreu Mejía como cultor del haiku sería necesaria una conferencia exclusiva. Él es todavía un poeta en gran medida inédito, pues su abundante producción poética no ha recibido la debida atención por parte de los críticos y reseñadores literarios, por lo que aún no ha sido valorada con sentido de justicia. Una muestra importante de la producción poética de Abreu Mejía se encuentra dispersa en suplementos culturales y antologías literarias: más de setenta textos poéticos, publicados de 1968 a 1992. Como ya hemos indicado, dejó inéditas varias obras poéticas. Sería importante rescatar sus obras inéditas y editarlas en un volumen que recoja su obra poética completa con el estudio crítico que la misma merece, ya que hay en ella una honda y constante preocupación por todo lo que atañe al hombre, así como una indudable riqueza lírica. Es, su poesía, una búsqueda desesperada, pero mansa, en las profundidades e interioridades inextricables de la conciencia humana. Fue un poeta torrencial, natural.

Pocos poetas dominicanos han mostrado tanta ingeniosidad poética como Abreu Mejía. Y esa cualidad fue descubierta por el ilustre Antonio Fernández Spencer: «Es poseedor de un gran ingenio», nos confesó el brillante crítico y poeta dominicano mientras escuchábamos, en un compartir literario en la casa del escritor Enrique Eusebio, al poeta de la luz declamar, con su singular estilo, un epigrama de su obra inédita Epigramas de ayer y de hoy:

El perro es perro,

la gente es gente;

no quieras hacer del perro gente;

no dañes al perro.

 

Otro texto que definitivamente nos obliga a reconocer que el gran poeta de La Poesía Sorprendida fue certero en su juicio crítico con respecto a la ingeniosidad de Rafael Abreu Mejía, es «Inflación», epigrama incluido en la antología Cantos de Cacibajagua: poetas de fin de siglo en Santo Domingo, editada en 1999 por la Agrupación Cultural Cacibajagua:

Hornea el pan el panadero,

vende el pan el panadero,

cobra el pan el panadero

y no le alcanza para el pan…

al panadero.

 

Abreu Mejía —cuya alma, sensitiva, tenía manos sembradoras de bondad— permanecerá siempre vivo en la memoria de aquellos que han sabido valorarlo como ser humano y como poeta singular, como el poeta de la luz.

 

Rafael Abreu Mejía

 

Por: Miguel Collado

 

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