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23 de abril 2024
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OpiniónHumberto Bogaert GarcíaHumberto Bogaert García

¿Qué cura el psicólogo clínico?

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El psicólogo clínico trata los trastornos de la conducta que tienen un origen psíquico, y pretende resolver los conflictos que afectan la vida de las parejas, de las familias y de los individuos; la iniciativa y el rendimiento sexual de las personas, así como su  estado de ánimo y su motivación personal.

El psicólogo clínico cura mediante la palabra, utilizando técnicas de comunicación que lo diferencian del psiquiatra, quien es un médico que trata a sus pacientes con psicofármacos, que actúan sobre la actividad bioquímica del sistema nervioso.

Al psicólogo le interesa más el hombre –con su cerebro, por supuesto- que el cerebro del hombre. Esto significa que estudia y trata la conducta anormal asumiendo no sólo la naturaleza del cuerpo sino el contexto o medio ambiente en el que el ser humano se desenvuelve. Por ejemplo, cuando una persona se deprime, el psiquiatra explora si hay un desequilibrio en el metabolismo cerebral, y de ser cierto, le indica fármacos antidepresivos. Por el contrario, el psicólogo, tan pronto descarta una anormalidad a nivel cerebral, procede a explorar la personalidad del paciente. Esto significa que estudia su ideal del yo, sus expectativas y sus logros de vida, su susceptibilidad ante la oposición a sus deseos y su tolerancia a las frustraciones.

El psicólogo clínico, por decirlo de un modo metafórico, no se ocupa de la estructura de la casa –diseño, materiales, consistencia- sino del modo en que el ser humano la habita y se mueve dentro de ella; cómo duerme en su cama y cómo come en su mesa; a qué hora se baña y cómo se las arregla con los apagones.

Mientras el psiquiatra se ocupa del cuerpo, el psicólogo –sin descuidar el cuerpo- se concentra en la existencia real y concreta del ser humano, de la pareja, de la familia o del grupo.

Relato de un caso real

Recuerdo el caso de una paciente, Josefina, sumamente afligida porque su esposo, jugador empedernido y amante agresivo, le hacía la vida imposible: no se ocupaba de la economía familiar, la trataba brutalmente y desconsideraba a sus padres. La paciente decidió abandonar la consulta psicológica e iniciar un tratamiento psiquiátrico. El galeno le indicó fármacos ansiolíticos para calmar su ansiedad y aconsejó al esposo.

Tres años más tarde, volví a ver la paciente: hacía 2 años se había divorciado, pero tenía un novio que no jugaba ni la maltrataba, que respetaba a sus padres y se ocupaba de ella. Sin embargo, el joven –tres años menor que nuestra paciente- no podía dejar por un instante sola a su novia y la asediaba hasta tal punto con sus “atenciones”, que al poco tiempo de iniciado el noviazgo ya estaba hastiada. Sin embargo, después de seis meses de noviazgo no podía deshacerse de él. Asediada de día y de noche, recibía su visita persistente e impertinentemente. No obstante, ella no podía romper esta relación sin sentirse culpable: su impotencia y su pasividad ante su pareja era la misma que ante su exesposo a pesar de que eran personas radicalmente opuestas.

¿Era el problema de Josefina un trastorno orgánico o era el resultado de una personalidad pasiva, inmadura y propensa a la culpa?

Creo que lo que necesitaba Josefina no era un tratamiento medicamentoso, sino una psicoterapia personal. Y, en efecto, después de dos meses de tratamiento psicológico pudo cambiar su actitud ante la vida y, posteriormente, vivir mucho más feliz.

 

Por Dr. Huberto Bogaert García

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